«El agua es una cura de humildad, nos recuerda que no controlamos la naturaleza»
'Waterlicht' podrá visitarse hoy y mañana, de 21.30 a 00.00 horas de manera gratuita en la explanada del Itsasmuseum
El artista holandés Daan Roosegaarde (Países Bajos, 1979) llega nuevamente a Bilbao con 'Waterlicht', una instalación lumínica que recrea el efecto de una gran inundación ... en plena explanada del Itsasmuseum. La obra, que se estrenó anoche y que estará disponible hoy y mañana de 21.00 a 00.00 horas, sumerge al público bajo un mar azul que parece elevarse sobre la ría. No se trata de ciencia ficción, sino de un recordatorio de lo frágil que es nuestra relación con el agua en un mundo marcado por el cambio climático.
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La idea nació hace una década en Holanda, un país donde gran parte del territorio se encuentra bajo el nivel del mar y cuya seguridad depende de un complejo sistema de diques y bombas. «Nos dimos cuenta de que la gente no sabía quién gestionaba el agua ni qué ocurriría si dejaran de hacerlo. Si las bombas se apagasen, el nivel del mar subiría los 2,2 metros que preciden los científicos para el 2100». La cifra por sí sola puede resultar abstracta, pero la experiencia sensorial es capaz de generar una reacción inmediata: «Yo soy un artista, no es mi trabajo decir a otra gente lo que tiene que hacer, pero sí inspirarles. Si no, sería un político«.
La obra ya ha recorrido ciudades como Nueva York, Dubái, Londres, París o Ámsterdam, siempre con acceso gratuito y en espacios públicos. Ahora aterriza en Bilbao, una ciudad con la que Roosegaarde tiene una relación especial porque «los vascos hacen las cosas a su manera» y eso le gusta. En 2021 inauguró 'Sparks', unos fuegos artificiales biodegradables en el parque situado entre el Euskalduna y la pérgola, y entonces conoció a Juan Mari Aburto. «Le pregunté cuál sería el icono del futuro de Bilbao. Él me respondió que la ría y eso me marcó. Volver aquí y mostrar la potencia del agua con la grúa Carola de fondo y la ría como protagonista, es muy simbólico», explica el holandés.
Impacto ambiental mínimo
La instalación, que ha requerido cerca de un año de preparación y apenas un día de montaje, se enfrenta a múltiples desafíos técnicos. El principal: la oscuridad. «Lo más complicado siempre es que apaguen las luces de las ciudades. En Tokio tuvimos que negociar meses para que apagasen las farolas. Las autoridades no saben cómo apagar sus propias ciudades». A eso se le suman imprevistos como el viento o la lluvia, que alteran los haces de luz y los convierten en destellos que Daan describe como «diamantes flotando en el aire».
El artista recalca que el consumo energético utilizado para la obra es mínimo: «Los proyectores LED gastan lo mismo que una aspiradora. Siempre buscamos generar el máximo impacto con los mínimos recursos». Lo esencial, asegura, es la capacidad de inspirar: «Si no te puedes imaginar un futuro mejor, no lo puedes crear. Pero sí puedo inspirar a un niño a querer ser creador y no consumidor, o a un ayuntamiento a mirar su río de otra manera»
La riada de 1983
Por las noches, Daan se fija más en las personas que en su propia obra. Recuerda con emoción la presentación en Holanda, marcada por el recuerdo de la gran inundación de 1953. «Fue un trauma nacional y al recrearlo, mucha gente revivió ese dolor. Pero también les llenaba de esperanza porque no era una realidad. El agua es una cura de humildad, nos recuerda que no controlamos la naturaleza», explica.
En Bilbao, también conoce la memoria de las inundaciones de 1983: «No buscamos que la gente tenga miedo, sino conciencia. La obra te desorienta, te hace mirar hacia arriba y te conecta con los demás. Hace que niños, adultos y millonarios sean iguales».
Plancton y luciérnagas
El agua seguirá siendo el eje de sus próximos proyectos. En Bali trabaja con plancton bioluminiscente, «un microorganismo de 700 millones de años que conecta con nuestros orígenes», y explora nuevas instalaciones como cascadas de luz o celebraciones sostenibles inspiradas en la naturaleza. No descarta regresar a Bilbao en unos años para intervenir en el Guggenheim.
En el fondo, toda su obra busca lo mismo, reconciliarnos con la naturaleza a través de la luz. Esa obsesión la lleva incluso a su vida cotidiana. En su casa de Bali, Roosegaarde cría luciérnagas y adapta su ritmo de vida al breve resplandor nocturno de estos insectos. «Usamos luces ámbar y rojizas, porque las frías alteran el descanso de animales y plantas», cuenta. La misma filosofía que guía 'Waterlicht' también ilumina su día a día.
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