El Arriaga estrena una fábula sobre el desarraigo del pueblo rumano
Alexandru Stanciu rinde homenaje a la diáspora en '¿Quién nos disparó?', basada en su historia familiar
Alexandru Stanciu llegó a Sabadell con doce años junto a sus padres y el resto de la familia se quedó en Rumanía. Siempre es así. « ... Otros han emigrado después, pero es una sensación extraña cuando falta alguien todo el rato. En Rumanía casi no hay una familia entera, la mitad está fuera». Esta idea y los muchos viajes de ida y vuelta que lleva en la maleta están en el origen de '¿Quién nos disparó?', la «fábula sobre el desarraigo y el desengaño» que se estrena este jueves en el Arriaga dirigida por Ramón Barea.
Es la primera obra de Stanciu como dramaturgo, aunque después de una década en la profesión conoce bien los entresijos del teatro. «Empecé como actor y luego he hecho de todo», cuenta. «He hecho producción, he sido ayudante de dirección, utilero...». La última vez que estuvo en el Arriaga fue como regidor en 'La vida es sueño', dirigida por Declan Donnellan. '¿Quién nos disparó?' ha sido seleccionada por el programa Nuevas Dramaturgias y se representará en las tres capitales vascas.
Según explica Barea, la obra empieza en 1989 con el fin del régimen de Ceaucescu y llega hasta la actualidad. Se representa de una manera gráfica y directa, con música y proyecciones audiovisuales, «lo que supone pasar de un comunismo feroz a entrar en la carrera del capitalismo». El autor ha aportado documentación histórica y de su propia familia, que tiene mucho que ver con la trama aunque no es estrictamente autobiográfica. Itziar Lazkano –que encarna a la abuela– Olatz Ganboa, Nagore Navarro, Leyre Berrocal, Juana Lor y Gaizka Chamizo –que da vida a varios personajes, incluido uno inspirado en el propio autor– componen el elenco.
Disparos en las calles
El inquietante título de la obra hace alusión a la noche del 22 de diciembre de 1989, cuando después de que Ceaucescu y su mujer huyeran –fueron ejecutados tres días después– siguieron disparando a los manifestantes que protestaban en las calles. Además de recordar a las víctimas que siguen sin reparación, el autor se pregunta «quién sigue disparando a día de hoy al pueblo rumano, por qué treinta años después sigue emigrando». Rinde homenaje a esa diáspora «que es capaz de muchas cosas», supervivientes que siguen adelante y piensan: «¡A ver si por fin nos pasa algo bonito! Nos adaptamos y nos mimetizamos tanto que no mostramos nuestra identidad», explica.
La puesta en escena contribuye a llenar ese vacío con el espacio sonoro de Adrián García de los Ojos y la escenografía y vestuario de Betitxe Saitua. Saca partido a las bolsas y baúles –a veces máscaras, a veces módulos– como símbolo de la emigración y de las largas colas para conseguir alimentos. Junto a los hechos históricos se recrean momentos íntimos y familiares como la costumbre de dejar que les crezca el pelo a los niños hasta los tres años. La primera vez que se lo cortan es una fiesta y se les da a elegir un objeto de una bandeja que, según la tradición, será determinante en su vida.
También se refleja «el humor y la ironía» que sirven de refugio a la población. «Somos como niños viejos, hemos madurado muy pronto», dice Stanciu. «Con un nivel educativo alto y exigente, aprendimos a hacer juegos de palabras para decir lo que no estaba permitido». En su opinión hay un paralelismo entre el «destierro» de los personajes y el que viven los profesionales del teatro «cada vez que acaba un proyecto y vuelves a la nada, a buscarte la vida». La última vez que fue a Rumanía, hace casi un año, vio «cambios sobre todo económicos. Parece que han subido los sueldos y también suben mucho los precios, pero no hay infraestructuras. La gente sigue viviendo en los mismos edificios del comunismo, porque no han hecho nada. Rumanía está mejor comunicada con el resto de Europa, porque lo que interesa es que la gente salga fuera, que en el interior del país».
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