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En Bizkaia, el silencio no es vacío. Es aire puro que acaricia las hayas centenarias del Gorbeia. Aquí, caminar no es solo moverse: es tocar una cultura viva con cada paso, es descubrir el alma de un territorio que se ofrece sin artificios
«Queremos que el turismo no solo evite el daño al entorno, sino que lo regenere. Que cada visitante contribuya a conservar y revitalizar nuestro patrimonio natural, cultural y humano». Estas palabras de Sonia Pérez Ezquerra, diputada foral de Turismo de Bizkaia, definen una apuesta clara por el turismo regenerativo, un modelo pionero que ha convertido a Bizkaia en referente. «No se trata solo de ver, sino de participar, de dejar una huella positiva», añade.
Este modelo se traduce en experiencias profundas: visitas a caseríos donde el queso se elabora como hace generaciones, paseos en hayedos, catas de txakoli con viticultores que explican el valor de cada cepa, senderos señalizados que respetan la biodiversidad, alojamientos sostenibles que recuperan antiguas bordas…
Presidido por el imponente Anboto, Urkiola no es un parque natural cualquiera. Es un espacio sagrado. Aquí habita Mari, la dama de la montaña, protagonista de los mitos vascos. El Santuario de Urkiola, punto de partida de muchas rutas, es también lugar de rituales populares: dar tres vueltas a su piedra para atraer el amor.
Las rutas del parque, entre altos rocosos, praderas y bosques de encinas, regalan panorámicas sobre los valles del Duranguesado y la comarca de Atxondo, un lugar que reúne alguno de los mejores restaurantes del mundo. En los caseríos de la zona, es posible aprender a hacer cuajada, talos y quesos que saben a monte y leche fresca. Cada sabor es un tributo a la tierra.
El techo de Bizkaia, con sus 1.482 metros, ofrece mucho más que altura. En sus laderas, el karst de Itxina se despliega como un laberinto pétreo. Aquí se ocultan cuevas como Mairulegorreta y su entorno, uno de los mejores lugares para la práctica de espeleología de Euskadi y tiene importantes yacimientos paleontológicos. Las galerías más conocidas son La Capilla, el Zarpazo, Peña Grande o el Pozo del Diablo. Y en el Biotopo de Saldropo, entre hayedos y ciervos, se descubren humedales con una vida que brota en cada charca.
Rutas a pie o en bicicleta cruzan el parque, con opciones para todas las edades. Quienes buscan descanso pueden hospedarse en el balneario de Areatza o disfrutar de un masaje con vistas al bosque. Para quienes prefieren la acción, tienen escalada, parapente y senderismo en estado puro.
El menos conocido de los parques vizcaínos es también el más sorprendente. En el valle de Karrantza, el Parque Natural de Armañón guarda joyas subterráneas como la Cueva de Pozalagua, donde las estalactitas excéntricas crecen desafiando la gravedad en todas direcciones.
Aquí la ruralidad no es una postal: es vida cotidiana. Pequeños productores elaboran miel, conservas y embutidos que pueden adquirirse directamente o saborearse en agroturismos con cocina de kilómetro cero. Visitar Karpin Abentura, un refugio de animales rescatados es otra forma de conectar con la naturaleza y con las historias de aquellos que no pueden contarlas.
Urdaibai es un milagro geográfico donde la ría de Mundaka se convierte en arteria de vida, mientras que el Bosque de Oma, una de las instalaciones de ‘land art’ más reconocidas, legado de Agustín Ibarrola invita a caminar entre árboles que hablan en colores y cuentan historias de lucha y de encuentros.
Aquí se puede remar en kayak al atardecer, observar aves con prismáticos desde Ekoetxea, visitar bodegas de txakoli en Muxika o disfrutar del mercado de Gernika, que aún huele a verdura fresca, talos calientes y queso Idiazabal. En los miradores de la reserva, el paisaje se abre como un poema silencioso que sólo el viajero atento sabrá leer.
En Bizkaia, caminar por la montaña es una ceremonia, comer un talo en una feria rural es una declaración de amor a la tradición, y aprender a hacer queso y participar en una competición rural es cultura en movimiento.
Desde el monte Besaide, donde se juntan Álava, Gipuzkoa y Bizkaia, hasta las minas y ferrerías de Las Encartaciones, el paisaje siempre está ligado a la historia. Museos al aire libre, caseríos convertidos en ecomuseos, todo forma parte de una experiencia profunda y plural.
La estrategia de turismo de la Diputación Foral de Bizkaia no busca números, sino transformación. «Apostamos por un visitante que se implica, que valora lo local, que se siente parte de la experiencia y no un simple espectador», subraya Sonia Pérez Ezquerra. «Este enfoque regenerativo no solo mejora el destino, sino que lo protege y lo proyecta al futuro».
Y así es como Bizkaia, con sus parques naturales, sus sabores, sus caminos y sus gentes, se convierte en un escenario único donde cada escapada es un acto de cuidado. Donde cada paso se convierte en una siembra. Y donde el recuerdo no es una foto, sino una emoción que se instala en el cuerpo como un suspiro largo, profundo y verdadero.
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