¿De qué está hecha la luna? (y no, no es de queso)
En 1609 Galileo dirigió a ella su telescopio para ver su superficie con más claridad que nadie nunca en la historia
mauricio-josé schwarz
Sábado, 17 de diciembre 2022, 00:33
Nadie ha creído nunca que la Luna sea de queso. Esa afirmación se usa como metáfora de la credulidad humana y figura en diversas historias ... de culturas sin relación entre sí, del mundo eslavo al zulú, donde en distintas circunstancias alguien confunde el reflejo de la luna en un estanque con una rueda de queso fresco flotando en el agua. Queso que, por supuesto, nadie puede alcanzar.
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Porque la Luna se ha presentado también como el epítome de lo inalcazable, al menos hasta el 4 de enero de 1959, cuando la nave Luna 1 de la Unión Soviética fue la primera en alcanzar nuestro satélite. 10 años después, el 20 de julio de 1969, un ser humano por fin ponía un pie sobre la mítica Selene y comenzaba las misiones que trajeron a la Tierra 382 kilos de rocas y polvo conocer su composición.
Desde la Tierra la observación de la Luna dejó de hacerse con el ojo desnudo en 1609, cuando Galileo dirigió a ella su telescopio. Y lo primero que vio el curioso astrónomo florentino fue, por supuesto, su superficie, pero con más claridad que nadie nunca en la historia. Sus observaciones se resumieron en seis célebres acuarelas de las fases de la Luna y que son su primera representación realista.
Lo que descubrió Galileo con absoluta certeza, y que lanzó el estudio geológico de la Luna, fue que nuestro satélite tenía montañas, valles, planicies y otras características geológicas igual que la Tierra. Hoy identificamos tres rasgos principales en esa superficie.
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Primero tenemos los cráteres, incontables restos del choque de meteoritos contra la superficie lunar. Pero no todos los cráteres se han creado iguales y distintas regiones tienen una densidad de cráteres diferente. En términos generales, esa densidad se corresponde con la edad de la zona en cuestión. Las regiones más jóvenes de la Luna tienen, lógicamente, menos cráteres, por haber estado expuestas menos tiempo al bombardeo de meteoritos, mientras que las más antiguas tienen más cráteres, hasta llegar a una densidad máxima, donde nuevos cráteres borran los anteriores.
Esto nos dice que la Luna no es un cuerpo celeste inerte, sino que ha tenido una evolución y una vida activa. Esa vida comenzó hace unos 4.500 millones de años como una trozo de magma lanzado al espacio por el impacto de un cuerpo astronómico contra la Tierra. Al enfriarse el magma y adoptar una forma semiesférica la Luna comenzó su vida como nuestro satélite.
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Pronto, hace 4.300 millones de años, sufrió un colosal impacto en su polo sur, que formó la llamada Cuenca Aitken, que no sólo es la mayor producida por un impacto en la Luna, sino que es una de las más grandes de todo el sistema solar, superada únicamente por la Cuenca Borealis de Marte. Tiene 2.500 kilómetros de diámetro, algo más que la distancia geográfica entre Madrid y Atenas, y una profundidad de 12 kilómetros, una vez y media la altura del Monte Everest sobre el nivel del mar. En los siguientes cientos de millones de años, el bombardeo de meteoritos de diversos tamaños sería incesante, creando cráteres que dan origen a las demás formaciones de la Luna.
Etapa volcánica de la Luna
En la Tierra, las montañas se originan por el movimiento de las placas tectónicas que forman la corteza de nuestro planeta, en un lento proceso de pliegues que tardan millones de años en formarse. Las montañas de la Luna, algunas con alturas impresionantes como el monte Zeeman, de más de 7.500 metros de altura sobre el piso del cráter del mismo nombre, se producen en un lapso mucho más breve. Nacen cuando los asteroides y cometas de mayor tamaño, especialmente si viajan a gran velocidad, chocan contra la Luna impartiendo una enorme fuerza a su superficie. Entonces, además de que se forma un cráter, la compresión de la corteza lunar alrededor del mismo hace que se funda y revierta al centro del cráter, formando una montaña central, además de las que se forman en los bordes del propio cráter.
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La vida de la Luna incluyó una etapa volcánica a partir de hace 4,200 millones de años, que prácticamente terminó hace mil millones de años, aunque los científicos que la estudian han identificado evidencias de docenas de pequeños episodios de actividad volcánica en los últimos 100 millones de años, un suspiro en términos cósmicos. Y esto es importante porque la actividad volcánica es la responsable de las llanuras basálticas que los primeros astrónomos llamaron «mares», soñando con que nuestro satélite tuviera grandes masas de agua como nuestro planeta. Los «mares» comenzaron su vida como cráteres, pero en el caso de impactos especialmente violentos, la ruptura de la corteza lunar permitió la salida de lava que llenó los cráteres y se enfrió. Los mares son las zonas de la Luna que vemos más oscuras, debido al alto contenido de hierro del basalto volcánico que forma su suelo.
El bombardeo cósmico ha seguido sobre la Luna, y ello permite a los científicos saber qué cráteres son más antiguos y cuáles más recientes, para reconstruir la historia de la Luna al tiempo que se cartografía su superficie pensando en nuevas misiones que la visiten e incluso instalen las soñadas bases lunares habitadas.
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Entre las rocas recuperadas en las seis misiones que consiguieron posarse en la Luna y los trozos de la Luna que han caído a tierra como meteoritos después de ser expulsados a su vez por un choque contra su superficie, hemos además podido ir reconstruyendo la composición del satélite. La mayoría de su superficie está formada de rocas ígneas, es decir, rocas producto del enfriamiento y endurecimiento del magma lunar. Las montañas o tierras altas de la Luna están formadas principalmente del mineral llamado anortosita, más común allá que en nuestro propio planeta, donde se encuentra sobre todo en el este de Norteamérica, el sur de África y sitios como las cuevas blancas mágicas de Noruega. Los mares, por su parte, son, decíamos, basaltos ricos en hierro, que les da su color oscuro, mientras que en la superficie se puede encontrar vidrio de color anaranjado, resultado de la actividad volcánica.
Por lo demás, la Luna está hecha básicamente de los mismos materiales y elementos químicos que nuestro planeta, en proporciones muy similares. Esto indica que probablemente el cuerpo que colisionó con nuestro planeta tenía también una química muy similar a la de la Tierra.
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Y, claro, ninguno de sus componentes es el queso fresco.
Los cráteres de la Tierra
Aunque nuestra atmósfera, a diferencia de la de la Luna, nos protege de la caída de muchos meteoritos que se queman al entrar en ella, la Tierra no está exenta de cráteres, que muchas veces no vemos por la vegetación y otros accidentes del terreno. Se han identificado unos 170 impactos intensos en nuestro planeta, siendo el mayor el cráter Vredefort en Sudáfrica, con un diámetro estimado de 300 kilómetros.
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