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El actor Oscar Jaenada en el papel de 'Cantinflas'.
'Cantinflas' deja de ser maldito

'Cantinflas' deja de ser maldito

¿Por qué ha tardado tres años en estrenarse el 'biopic' protagonizado por Oscar Jaenada sobre un cómico que arrasaba en los cines españoles?

Oskar Belategui

Jueves, 17 de marzo 2016, 19:31

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Por fin. Justo cuando iba a alcanzar el estatus de película maldita, el Cantinflas de Oscar Jaenada anuncia su fecha de estreno en España de mano de la distribuidora A Contracorriente. El 15 de abril llegará a los cines una cinta que se rodó hace tres años y que, sin ir más lejos, se estrenó en Estados Unidos en el verano de 2014. Aquel año fue la película extranjera más taquillera en los cines americanos y el tercer mejor estreno en la historia de México. Pasada la polémica inicial en el país charro por la elección de un actor español para encarnar al cómico más famoso y querido en los países de habla hispana, Cantinflas fue aceptada por los mexicanos hasta el punto de representarlos en los Oscar.

¿Por qué ha tardado tanto tiempo en verse un filme que, a priori, merece la atención del espectador español? El Charlot mexicano forma parte de la educación sentimental de varias generaciones de españoles, que devoraban sus comedias. El padrecito (1964), la historia de un curita que aterriza en un pueblo y se gana a sus feligreses con un discurso anticaciquil y casi revolucionario, superó los seis millones y medio de espectadores. El bolero de Raquel (1956), la farsa de un limpiabotas (bolero, en mexicano) que se enamora de la profesora de su ahijado a los sones de la música de Ravel, 2,6 millones.

«A nosotros nos ofrecieron la película hace un par de años, pero pedían muchísimo dinero», explica Adolfo Blanco, fundador y consejero delegado de A Contracorriente. Cantinflas es una producción entre México y Estados Unidos. La presencia de Jaenada hizo que el agente internacional de ventas no se preocupara demasiado por España pensando que era tarea del productor, apuntan desde la distribuidora. «El biopic es un género peligroso, y los más jóvenes quizá no sepan muy bien quién fue Cantinflas», añade Blanco, para el que el trabajo de Jaenada es «bestial». «Su caracterización, el acento... No existe ningún actor mexicano capaz de hacer lo que hizo Oscar».

Cantinflas transcurre durante el rodaje de La vuelta al mundo en 80 días (1956), una superproducción que comandó Mike Todd, excéntrico productor de Broadway que puso patas arriba Los Ángeles. El filme intentó lanzar al mercado anglosajón a Mario Moreno, que ya era la mayor estrella del cine mexicano. Protagonizada por David Niven en la piel de Phileas Fogg y de Cantinflas como su fiel criado Picaporte, esta adaptación de la novela homónima de Julio Verne consiguió cinco Oscar y un Globo de Oro para su estrella hispana, que jamás ganó el Oscar.

«Cantinflas es una película del cine dentro del cine, que apasionará a los cinéfilos interesados por la época dorada de Hollywood, cuando el estudio mandaba más que el director», apunta su distribuidor español, «ilusionado» por descubrir a una generación de chavales al cómico que más patadas propinó al diccionario y que se ganó los corazones de sus compatriotas con su labor filantrópica. El segundo largometraje de Sebastián del Amo cuenta además con la participación de los españoles Nacho Ruiz Capillas (montaje), el músico Roque Baños y Enrique Bunbury. Ganador del premio al mejor actor iberoamericano en los Premios Platino, Oscar Jaenada ya daba por hecho que el filme se iba a estrenar directamente en televisión. «Su implicación en la promoción va a ser brutal», adelanta Adolfo Blanco.

Si será trascendental la huella de Mario Moreno, su aportación a la cultura popular, que hasta el diccionario de la RAE recoge el término cantinflear: «Hablar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada». Pocas veces el cine bautiza palabras berlanguiano y felliniano son términos que tampoco necesitan explicación, pero, en el caso de Cantinflas, buena parte de su comicidad se basaba, precisamente, en la destrucción sistemática del lenguaje. Nacido en Ciudad de México en 1911, el actor hispanoamericano más popular de todos los tiempos murió en 1993 de cáncer de pulmón, a los 81 años, después de protagonizar medio centenar de comedias que, al igual que nuestras españoladas, constituyen la crónica social de su país durante décadas.

Y es que hubo un tiempo en que Cantinflas también formaba parte de nuestro acervo cultural. Hasta bien entrados los 80, las salas de barrio exhibían sus éxitos: Por mis pistolas, El ministro y yo, El patrullero 777, El barrendero (su última película de 1981)... Era una época en que la cartelera también acogía a cómicos de cinematografías europeas, hoy ausentes de las pantallas: Louis de Funes, Alvaro Vitali... Las nuevas generaciones quizá no entienden cuando sus abuelos les regañan: «¡Súbete los pantalones, que pareces Cantinflas!».

El vestir desastrado era una de las señas de identidad del personaje que Mario Moreno conformó a lo largo de los años. El pelado mexicano resultaba bastante más pícaro que el Charlot de Chaplin. Representa a un pueblo hambriento que suple con ingenio y labia sus carencias. La hilaridad surge cuando se entromete en roles ajenos: vaquero en Por mis pistolas; paladín con espada en Los tres mosqueteros; maestro en El profe; médico en El señor doctor; científico en El supersabio; sacerdote en El padrecito...

Las patadas al diccionario retorciendo términos pretendidamente cultos en definitiva, hablar mucho y no decir nada constituyen la esencia del genio de Cantinflas, al que Michael Todd persiguió durante una semana en México para que aceptara ser el mayordomo Picaporte, convirtiéndose en el actor mejor pagado del mundo. Con su segundo intento, Pepe (1960), no hubo tanta suerte. El filme contenía apariciones de Frank Sinatra y Judy Garland, pero pinchó en taquilla.

La jerigonza que le impidió penetrar en el mercado anglosajón sustentó la categoría de mito en su país natal. Hijo de un cartero, Mario Moreno nació en Ciudad de México en el seno de una familia humildísima de ocho hermanos. Pasó por toda clase de penurias. Mintió con 16 años y se enroló en el Ejército. Acabó becado en la Facultad de Medicina, aunque abandonó las aulas por el boxeo y la interpretación. De los circos ambulantes y el vodevil pasó a papeles secundarios en películas a finales de los años 30.

¡Ahí está el detalle! (1940) es su primer gran éxito. Poco después encuentra en Miguel M. Delgado al director que firmaría casi todas sus comedias. Vistas hoy, Sube y baja, El analfabeto o Su excelencia son deudoras de su carácter de puro vehículo al servicio de su estrella, cuya gestualidad y verbo torrencial pueden exasperar a los no iniciados. Rebosan tanta moralina como las apologías carcas de Paco Martínez Soria, el paleto filosófico aleccionando en la gran ciudad. La espontaneidad y frescura, con los años, cedió paso al sentimentalismo.

Si Cantinflas daba mandobles a la sintaxis, Mario Moreno hablaba alto y claro en la vida real. «El mundo debería reír más, pero después de haber comido», filosofaba el defensor de los más necesitados. Enfrentado a otro divo local, el cantante Jorge Negrete, el cómico acabó sucediéndole a su muerte al frente del Sindicato de Actores. Desde 1952 diversificó sus obras de caridad. Tan pronto becaba a estudiantes sin recursos, como ayudaba a los vendedores de periódicos y donaba ingentes cantidades de dinero a los hospitales. «Yo no quiero que se terminen los ricos», sostenía. «Lo que quiero es que se terminen los pobres».

Casado en 1936 con la bailarina soviética Valentina Ivanova, fallecida en 1966, Mario Moreno adoptó en 1960 a su único hijo, aunque su agitada vida sentimental descubriría nuevos retoños en años posteriores. Sus tres cajas de cigarrillos diarios derivaron en el cáncer de pulmón que acabó llevándole a la tumba. El funeral, digno de un jefe de Estado, duró tres días; hasta el Congreso de Estados Unidos guardó un minuto de silencio.

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