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Henry Mancini.
Henry Mancini: panteras, girasoles y diamantes

Henry Mancini: panteras, girasoles y diamantes

El músico estadounidense de origen italiano llevó el jazz y los ritmos latinos a muchos de los grandes filmes de los años sesenta

César Coca

Miércoles, 11 de noviembre 2015, 20:17

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Su nombre estará vinculado para siempre a las comedias sofisticadas de Blake Edwards, pero Henry Mancini (Cleveland, 1924; Beverly Hills, 1994) dejó para la posteridad bandas sonoras excelsas para filmes de todos los géneros. Desde la tensa partitura de 'Sed de mal', con aroma de garito irrespirable repleto de una clientela que no sale de casa sin pistola, hasta la tristísima melodía que en 'Los girasoles' subraya el desolado reencuentro entre un Marcello Mastroianni que desciende del tren en un poblado de la Unión Soviética y una Sophia Loren, la mujer a la que amó y que lo ha buscado durante años hasta descubrirlo emparejado con quien le salvó la vida.

Hay un estilo Mancini. Un estilo inconfundible. Frente a otros colegas que impusieron un sonido más sinfónico en los filmes, que requería de una gran orquesta, Mancini se bastaba con un pequeño grupo en el que no solía faltar una poderosa percusión de influencia latina y un toque jazzístico. Ambos elementos, la raíz latina y el jazz, están muy vinculados a su biografía. Lo primero, porque Enrico Nicola Mancini, como así se llamaba en realidad, era hijo de inmigrantes italianos que habían llegado a EE UU poco antes de su nacimiento. Lo segundo, porque tras ver interrumpidos sus estudios en la Juilliard School al ser llamado a filas durante la Segunda Guerra Mundial, su formación siguió un rumbo menos académico pero no por ello de interés inferior: en 1945 pasó a formar parte, como pianista y responsable de los arreglos, de la orquesta de Glenn Miller. Luego tomaría algunas clases de compositores clásicos, como Krenek y Castelnuovo-Tedesco.

Durante casi toda la década de los cincuenta, Mancini trabajó a destajo para la Universal, componiendo música para filmes de acción, románticos, comedias, de aventuras... que aún no estaban filmados. Eran películas de bajo presupuesto, producidas por eficaces artesanos sin pretensiones de hacer cine de autor, a las que se acompañaba de una música que estaba almacenada a la espera de 'encajar' más o menos en un guión. Por supuesto, en los títulos de crédito no aparecía el autor de esas bandas sonoras, que además podían estar formadas por piezas de distintos músicos. Pero a Mancini le esperaba un golpe de suerte. La primera película para la que le pidieron una banda sonora propia estaba destinada a ser un clásico: 'Sed de mal' (Orson Welles, 1958). Y el compositor estadounidense aprovechó la oportunidad escribiendo una partitura sublime que subraya una película tan buena como casi todas las de su director. La trompeta que hace los solos marca el ritmo del plano secuencia que abre el filme como ninguna otra música podría hacerlo.

Ese filme supuso mucho para Mancini porque un joven director se fijó en él y le pidió que compusiera la partitura para una serie de TV que estaba preparando: el director era Blake Edwards y la serie se llamaba 'Peter Gunn'. No recordarán nada de ella, pero la música con la que arrancaba sí les sonará: ha sido reutilizada un puñado de veces y ha servido de modelo para muchas series policiales.

La colaboración entre Mancini y Edwards se prolongó durante 28 películas, a lo largo de tres décadas. Uno de los primeros frutos de ese encuentro fue una de las mayores joyas sonoras del cine de todos los tiempos: la banda sonora de 'Desayuno con diamantes' (1961), que contiene el tema 'Moon river'. Con esta película, Mancini ganó sus dos primeros Oscar (banda sonora original y mejor canción), de un total de cuatro. Fue candidato en 17 ocasiones pero su colección de premios no termina ahí: consiguió 20 Grammy y un Globo de Oro.

Dos años después se alzaría de nuevo con el Oscar a la mejor canción por el tema de 'Días de vino y rosas' (Blake Edwards), el relato del descenso a los infiernos del alcohol de la pareja encarnada por Jack Lemmon y Lee Remick. Mancini estaba viviendo los mejores años en cuanto a creatividad, gracias a sus colaboraciones con Edwards, Stanley Donen y Howard Hawks, entre otros. La lista de las películas en las que escribió la música durante los años sesenta es una verdadera antología. Ahí están 'Hatari!' (Hawks, 1962), con su vibrante 'Baby elephant walk' (quien no lo haya tarareado nunca, que levante la mano); el sofisticado tema de 'Charada' (Stanley Donen, 1963) que subraya el eje argumental: nada es lo que parece; una especie de secuela de este filme a cargo del mismo director, 'Arabesco' (1966), no tan lograda en ninguno de sus aspectos; la aventura claustrofóbica de 'Sola en la oscuridad' (Terence Young, 1967) con una partitura que hace crecer la angustia por la suerte de la protagonista, una ciega a la que quieren asesinar; la enloquecida y circense música de 'La carrera del siglo', a tono con el argumento (Edwards, 1965); la amargura de 'Dos en la carretera' (Donen, 1967); y el disparate, también musical, de 'El guateque' (Edwards, 1968).

Hay dos películas que destacan de manera especial en esos años: una es 'La pantera rosa' (Edwards, 1963), para la que crea un tema de enorme originalidad que es reutilizado una y otra vez en la serie de filmes y de dibujos animados que se derivan de la misma. Como siempre, Mancini se basa en una orquestación sencilla, con tonos de jazz, y un ritmo claro y arrebatador. La otra es 'Los girasoles' (Vittorio de Sica, 1970). La partitura es aquí densa y dramática, con una melodía inolvidable que dota de un poder evocador enorme a las imágenes, sobre todo en la segunda parte del filme, cuando una desesperada Sophia Loren busca a su marido, desaparecido en la URSS durante la guerra, para hallarlo finalmente con la mujer que lo encontró al borde de la muerte y salvó su vida. La escena de la estación de tren, sin diálogos, solo con el tema central de fondo, forma parte de los momentos antológicos del Séptimo Arte y la música tiene un papel esencial.

El declive

Sus bandas sonoras en los años setenta y posteriores no son tan buenas. Tampoco lo son los filmes, y algo tendrá que ver en ello. Ahí están 'El ladrón que vino a cenar' (Bud Yorkin, 1973), 'El carnaval de las águilas' (George Roy Hill, 1975), '10, la mujer perfecta' (Edwards, 1979), 'S.O.B.' (Edwards, 1981), 'Victor o Victoria' (Edwards, 1982, que le valió su último Oscar), 'El expreso de Chicago' (Arthur Hiller, 1986), 'Cita a ciegas' (Edwards, 1988) y algunas otras. También hay series de TV: 'McCloud', 'El pájaro espino', 'Remington Steele', 'Hotel'...

Murió recién cumplidos los 70 años, víctima de un cáncer de páncreas. Su tiempo como compositor cinematográfico había pasado y Hollywood reclamaba otro tipo de música. Pero nadie le quitará su lugar en la historia, esos diez años largos en los que demostró que ningún género cinematográfico se resistía a su fecunda inspiración. Mancini: panteras, girasoles y diamantes.

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