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El desconocido restaurante en un piso de Bilbao lleno de arte y comida casera
Emilia Epelde ofrece a los comensales un menú tradicional en su casa de la calle Jardines del Casco Viejo: «Aquí se come lo que yo digo»
El Casco Viejo está lleno de rincones extraordinarios. Pequeñas tiendas, talleres y posadas daban vida a sus siete calles en el pasado marcando el pulso vital de la ciudad. Hoy las venas del corazón mismo de la villa siguen latiendo gracias a sus comercios, bares y restaurantes, donde se deleitan a diario vizcaínos y turistas. La gran mayoría de estos establecimientos están a pie de calle, pero Epelde es la excepción. Este restaurante se encuentra en la casa de la cocinera y propietaria, Emilia Epelde, en el tercer piso del número 10 de la transitada calle Jardines. Pasa desapercibido para los viandantes, ya que no hay ningún cartel en sus balcones o señalización en el telefonillo. ¿Y quieren saber más? También es una galería de arte contemporáneo especializada en pintores vascos.
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«En realidad, nunca busqué crear el proyecto, sino que surgió de forma casual», explica Emilia, bilbaína de 62 años, hija de pescateros de Erandio y graduada por la Universidad de Deusto en psicología clínica, profesión que ejerció hasta hace ocho años. Como siempre estuvo estrechamente ligada al arte, en 1992 abrió junto al artista Mikel Mardaras la sala de exposiciones 'La Brocha', que en 2001 abandonó su ubicación en Bilbao la Vieja para trasladarse a un nuevo espacio, 'Epelde&Mardaras' (apellidos de los galeristas), frente al Museo Guggenheim. Finalmente, se mudaron a esta majestuosa casa del Casco Viejo, donde organizaban exposiciones de artistas locales que reunían a más de 100 personas. «Les poníamos algo de comer, pero la gente más cercana a nosotros se quedaba a cenar en la cocina», cuenta.
En 2009 la venta de arte empezó a flojear a raíz de la crisis. Para darle un pequeño empujón al negocio, a Emilia se le ocurrió un nuevo concepto de experiencia: 'Pintxos & Arts'. «Era mi particular fórmula mágica para atraer a los turistas interesados por el arte a un tercer piso del Casco Viejo. Dejé 'flyers' en varios puntos de información, pero no funcionó», lamenta. Su idea despertó el interés de una periodista, que contactó con ella para hacerla un reportaje sobre los menús que ofrecía en la galería. «No dije que no daba comidas porque no podía desaprovechar la oportunidad. Le comenté que preparaba platos tradicionales vascos porque era los que sabía cocinar. También me inventé que podía dar de comer hasta a 50 personas», confiesa. Tras publicarse el reportaje, recibió a sus dos primeros comensales: «Eran dos financieros de una empresa de Bilbao. ¡Las pasé canutas!». El 'boca a boca' y otro reportaje de la televisión consiguieron que su agenda se empezase a llenar.
Una centena de obras de más de 25 artistas vascos adornan las paredes de este piso de 200 metros cuadrados. «No tuve que ponerle mucho, porque venía decorado de fábrica con los ornamentos, las chimeneas, los techos...», apunta. Cuadros de los autores Goenaga y Zumeta nos reciben al cruzar la puerta. En el lado izquierdo, junto a un mueble repleto de libros, se encuentra el acceso que conecta con la casa de Emilia. «Las dos partes estás divididas. Entiendo que antiguamente era donde vivía el servicio», puntualiza. La zona del restaurante, al otro lado, se divide en tres salas: la 'Romántica', la 'Gótica' y la 'Arabe'. Estas dos últimas con mucha claridad y vistas privilegiadas a la calle Bidebarrieta. «Alquilo cada habitación para una única reserva, da igual que sean dos u ocho personas. Los precios son iguales, cada uno debe pagar 60 euros y el menú está incluido», precisa.
En esta casa el arte y la gastronomía conviven hasta en la cocina. Un mural con la radiografía de Bilbao pintado por Mardaras decora las paredes. Cientos de pinceles colocados en diferentes botes de cristal también comparten espacio en la encimera con diferentes herramientas de cocina. Como buena chef, Emilia debe tener controlados los ingredientes que necesita para sus recetas. Por eso, siempre anota lo que le falta con un rotulador negro en la puerta del frigorífico. Pequeñas letras entre las que ya no queda ni un minúsculo espacio.
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«Aquí se come lo que yo digo»
La privacidad y estar rodeado de obras de arte elevan la experiencia a otro nivel, pero no nos engañemos, a casa de Emilia se va a comer bien. Ofrece un menú cerrado que se compone de las recetas caseras que le enseñó su abuela, que era cocinera: «Aquí se come lo que yo digo. Vamos, que preparo los platos que me gustan a mí». Y, por supuesto, de su casa nadie se va con hambre. «Siempre me dicen que pongo mucha cantidad. No les culpo, me he criado por una madre que vivió la guerra, me ha trasmitido el gen de poner demasiada comida. Si no pueden más, no pasa nada, les doy un táper».
Emilia abre el apetito de sus comensales con una sopa de pescado, que se ha convertido en la especialidad de la casa. «En una ocasión un cliente vino dos veces en la misma semana y para que no pensara que era una aburrida le cambié el primer plato. ¡En qué momento! Me dijo que venía a comer otra vez sopa de pescado. Desde entonces, siempre la pongo», cuenta entre risas. Después de su famosa sopa, llega el plato fuerte. En cuanto a los pescados, Emilia sorprende con una lubina salvaje al horno sobre una cama de patatas panadera, un calamar o 'begihaundi' en su tinta de jibión acompañado con merluza albardada o un rape en salsa. Si el cliente prefiera carne, su apuesta es clara: solomillo de buey a la plancha con guarnición. Cierra el menú con un buen postre: «Puedo preparar un 'brownie' con un helado italiano que compro aquí, en el Casco Viejo; una tarta de queso con dos chocolates o un sorbete de limón. Todo depende de por dónde me dé el aire».
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Ni Emilia ni su restaurante dejan a nadie indiferente. Los fogones los enciende cuando tiene clientes y ganas de cocinar. «Creo que sino ya me hubiera cansado. Aunque después de lo que hemos pasado los autónomos, digo que sí a todas las reservas», admite. Y aún tiene sitio para que Marijaia se siente a la mesa: «En invierno lo tengo más lleno, pero en verano la cosa baja. Para Aste Nagusia todavía tengo algún hueco». Los clientes suelen reservar con tiempo, con una semana y hasta meses de antelación, ya que hay fechas más solicitadas. Para reservar, hay que llamar al teléfono 656 70 17 29 y después enviar un mensaje de WhatsApp para confirmar la asistencia. «Lo hago así por si se me olvida. En el texto me tienen que avisar de las alergias e intolerancias; y decirme si alguna persona es vegetariana o vegana. Yo me adapto a todo», precisa.
En el Mercado de la Ribera, como en casa
Los días de Emilia comienzan a las ocho y media de la mañana con su visita habitual al Mercado de la Ribera, donde compra los ingredientes para sus platos. «No me lleva demasiado tiempo porque allí ya me conocen y no hago colas, es la ventaja que tenemos algunos hosteleros que consumimos mucho. Lo malo es que a veces más de un cliente me echa en cara que me estoy colando», cuenta. Ya de vuelta a casa, compra el pan en la panadería que se encuentra a unos pasos del portal: «Si los panaderos están ocupados atendiendo a otros clientes, me sirvo yo misma, voy hasta el fondo y cojo lo que necesito». Ya en la cocina y con el delantal anudado a la cintura, pasa las horas preparando sus recetas hasta que llegan los primeros clientes.
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Desde que recibiese a sus dos primeros comensales hace más de una década, cientos de personas se han sentado a la mesa en torno a su menú casero para alimentarse también del arte. «Muchos clientes son mis amigos, justo el lunes viene uno con un agente de Barcelona. Me eligen porque saben que si les traen aquí quedan muy bien», realza su original propuesta. También los turistas aprecian esta suculenta y bella experiencia: «Mis últimos comensales han sido unos viajeros de Florida, que además compraron un par de acuarelas», cuenta. Además, ha dado de comer a rostros conocidos, sobre todo, a actores que encuentran en su restaurante intimidad y comida tradicional vasca tras su función en el Teatro Arriaga. Maribel Verdú o Emilio Aragón ya conocen su arte en los fogones. Las normas de la casa son claras: está prohibido bailar y solo se puede tocar el piano hasta la medianoche. Pero una vez tuvo que hacer una excepción... «Rafael Amargo se fue de aquí a las siete de la mañana y actuaba al día siguiente. Yo me fui a la cama y ahí les dejé». Emilia, eso sí, tiene energía para rato. «Estando tal y como estoy de salud, seguiré con el restaurante al menos unos 200 años más, por lo menos».
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