Música, mojitos y mucho ambiente: dos mellizos revolucionan el 'tardeo' en el Muelle Marzana

Hace apenas dos semanas, estos emprendedores de 27 años dieron un nuevo paso en su apuesta por la hostelería con la apertura de Riva Nostra, en el número 12 del emblemático muelle bilbaíno. «Estamos tan satisfechos con el éxito de Medikopa que sentíamos la necesidad de abrir nuevas posibilidades. Cuando vimos que se quedaba libre la lonja de al lado, lo tuvimos clarísimo», explican con entusiasmo. La idea de ampliar su proyecto no surgió de la noche a la mañana. Había comenzado a gestarse durante un viaje a Milán que realizaron el año pasado. Allí descubrieron el barrio de Navigli, famoso por sus canales, su estética bohemia y su ambiente animado, repleto de bares pequeños y con carácter. «Somos muy viajeros y nos gusta hacer rutas que nos inspiren para nuestros negocios. Cuando vimos el ambiente tan especial que había en Navigli, nos pareció muy parecido al Muelle Marzana», cuentan.

Para ellos, Marzana lo tiene todo. «Es una de las zonas más bonitas para terracear en Bilbao. Tiene personalidad, encanto, luz, y ahora mucha más vida. Nos gusta pensar que, poquito a poco, se está convirtiendo en una especie de pequeña Venecia vasca», bromean con una sonrisa. Y, salvando las distancias, no han dudado en replicar aquella inspiración italiana con Riva Nostra. «Son locales pequeños, pero se les puede sacar mucho jugo. Lo importante es que tengan alma, que transmitan algo distinto. Riva Nostra es una apuesta por recuperar el sabor del picoteo auténtico, la buena música, el tardeo elegante, los Spritz al sol y las charlas tranquilas entre amigos», detallan.

Aunque Erik y Ander estudiaron, respectivamente, Magisterio y Dirección de Empresas, la hostelería corre por sus venas desde pequeños. «Nuestra familia tiene un bar de toda la vida en Miribilla y, como quien dice, nos hemos criado allí. Nos hemos empapado del ambiente, del trato con el cliente, del esfuerzo diario que implica tener un negocio de hostelería», aseguran. Además, confiesan que cada vez sienten más apego por esta zona. «Hemos visto cómo ha ido evolucionando a lo largo de los años y nos gusta cada vez más. Tanto que nos gustaría poder comprar aquí un piso algún día. ¡Fantaseamos con ello a menudo!», ríen.

Podrían haber seguido con la tradición familiar sin más, pero tenían claro que querían ir un paso más allá. «Quizá por la edad sentíamos la necesidad de apostar por propuestas diferentes. Queríamos romper con el concepto de la taberna de toda la vida, sin perder su esencia, pero llevándola a otro nivel. Al principio, nuestra familia no lo veía muy claro, pero ahora están muy contentos con todo lo que estamos consiguiendo», explican orgullosos. Saben que lo difícil no es abrir un local, sino mantenerlo, hacerlo crecer, adaptarse, reinventarse. «La clave está en cómo gestionas todo lo que hay detrás de la barra: cómo preparas los tragos, cómo tratas al cliente, cómo estás pendiente de cada detalle. Eso marca la diferencia», afirman. Para ellos, el mayor premio es la satisfacción de quienes les visitan. «Nos llena ver a la gente disfrutar, desde una pareja de Nueva York que se topa con nuestra terraza por casualidad, hasta un aitite que pide su spritz con una sonrisa. Ver que la gente repite, que vuelve con amigos, que recomienda... Esa fidelidad es la mejor recompensa».