Kirri cierra Calzados Mapi después de casi 50 años en Bilbao: «Han venido muchos clientes a despedirse. He dejado huella»
Este vecino de Arangoiti de 66 años se jubila y baja la persiana de su zapatería de Zabala: «Seguiré viniendo al barrio para tomar café con los clientes»
No solo las principales calles de Bilbao se llenan cada vez más de locales comerciales vacíos con carteles de «se vende» o «se alquila». ... Los barrios también viven continuamente la desaparición de pequeños comercios emblemáticos que han formado parte de su historia y de la vida cotidiana de sus vecinos. En muchos casos, la causa es la misma: sus dueños se jubilan y no encuentran relevo generacional. Es el caso de Calzados Mapi, una zapatería ubicada en el número 8 de la calle Xenpelar, que cerró definitivamente sus puertas el pasado viernes tras casi 50 años de actividad. El motivo: la jubilación de su propietario, Kirri, quien ha dedicado prácticamente toda su vida al oficio del calzado.
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«Cuando abrimos la tienda, hasta la calle tenía otro nombre: se llamaba Los Mimbres, y tampoco existía el barrio de Miribilla», recuerda con nostalgia. El establecimiento, especializado en venta y reparación de calzado, abrió sus puertas en 1981 y se convirtió pronto en un punto de referencia para los vecinos del entorno. Aunque en sus primeros años Kirri se marchó a trabajar a otra zapatería, los sábados siempre se acercaba para echar una mano a su hermano, también fundador del negocio. «Cuando él se jubiló, en 2016, ya me quedé definitivamente aquí», cuenta. Su relación con el mundo del calzado viene de mucho antes: con solo quince años comenzó a trabajar en Calzados Morales, en la calle Urquijo, donde aprendió el oficio de la mano de su tío.
Ese aprendizaje se convirtió en su modo de vida durante 47 años, tiempo en el que no solo ha reparado miles de zapatos, sino que también ha compartido innumerables conversaciones y anécdotas con sus clientes. «Aquí dejo mucha gente querida. He visto crecer a los hijos de mis clientes, he compartido cafés y charlas. Y eso no lo voy a perder. De hecho, ya he quedado con algunos de ellos para venir a tomar café algún día», explica con emoción. El cierre ha dejado huella en el vecindario. «El comercio de toda la vida crea lazos, y eso se va perdiendo. Me dicen que están tristes por el cierre, porque además por esta zona ya no queda ninguna zapatería», lamenta. Como recuerdo de esta etapa, Kirri se llevará a casa algunos objetos del taller, como la horma o la máquina de broches, que, además de útiles, conservan un gran valor sentimental para él y su familia.
Cambio de hábitos
Aunque ha mantenido una clientela fiel, Kirri es consciente de cómo han cambiado los hábitos de consumo en las últimas décadas. «Aparte de que ahora la gente compra mucho por Internet, hace unos doce años empezó a reducirse notablemente la reparación de calzado, que era otro de los pilares del negocio. La gente compra zapatos más baratos y de peor calidad, así que cuando se estropean los tiran. Y otro factor importante es que casi todo el mundo usa zapatillas; los zapatos se dejan solo para ocasiones especiales», explica. A sus 66 años, afronta esta nueva etapa con cierta incertidumbre, pero también con ganas de disfrutar del tiempo libre que durante tanto tiempo no ha tenido. «A veces, cuando cerraba antes para ir a ver al Athletic y pasaba por el centro a las siete de la tarde, me decía a mí mismo: ¡cuánta gente hay paseando por la calle!», recuerda entre risas.
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Próximamente se someterá a una operación de hernia que tenía pendiente y, una vez recuperado, planea aprovechar su tiempo para pasear, hacer deporte y colaborar como voluntario en el Banco de Alimentos. «Vivo en Arangoiti y vendré hasta aquí para seguir disfrutando del barrio y de su gente. También soy muy deportista, así que iré al gimnasio con frecuencia», comenta. Durante los últimos días, muchos vecinos se han acercado al local para despedirse y desearle suerte. «Estoy contento. He dejado huella. La gente viene a despedirse, y eso lo dice todo», confiesa con una sonrisa, mientras echa un último vistazo al pequeño local que ha sido su segunda casa durante casi medio siglo.
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