
Cierra Joyería Larrucea, en Bilbao
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Cierra Joyería Larrucea, en Bilbao
Cierra Joyería Larrucea, una de las clásicas de BilbaoDesde el pasado día 11 de enero Joyería Larrucea es ya historia. Dejó de medir el paso del tiempo ese sábado, poniendo fin a una aventura empresarial que empezó a tomar forma hace más de 60 años. Este cierre invita a la reflexión sobre las razones que están cercenando un sector que las está pasando canutas desde antes, durante y después de la pandemia. Cada vez hay menos joyerías en Bilbao.
Parece como si estos establecimientos perdiesen brillo de forma irremediable por las nuevas modas, aunque en el caso del comercio de Sombrerería esquina con la calle Correo obedezca a la jubilación de sus dueños, Juan Antonio Larrucea -«ya he cumplido 65 años», recuerda- y su mujer, Itziar. «Aquí llevaba 26 años, antes estuvimos en Ascao, donde estaba el taller, y antes en Iturribide».
Sus padres, Santiago y Josefina, abrieron la primera joyería en Atxuri. «Los autobuses y trenes llegaban de todas las partes de Bizkaia, por lo que era una zona de paso hacia el Gran Bilbao». La empresa familiar ha funcionado como un reloj hasta su definitiva clausura, pero es verdad que nada era como hace décadas. La «principal materia de venta» ha sido siempre «la joya para la mujer», aunque también despachaban relojes.
«Vendíamos una joyería media, muy bien acabada y con una calidad, dentro del precio, muy competitiva. Y así nos ha funcionado muy bien durante muchos años. Pero han cambiado las costumbres», admite Larrucea. No solo vendía, también fabricaba las piezas.
Los nuevos tiempos tienen que ver con que antes se llevaban las joyas ostentosas, de tamaño enorme y fabricadas en oro. De las que sonaban mucho colgadas en las muñecas y brazos de unas mujeres que adoraban el fulgor de los tonos dorados. «Hemos pasado de vender oro amarillo a oro blanco y ahora otra vez se vuelve a llevar el amarillo», explica.
Hoy las nuevas generaciones optan por un estilo más sutil y discreto. «Se lleva la joyería pequeña. Antiguamente las piezas se hacían muy grandes», acorde con unos tiempos que priorizaban el tamaño, subraya. Las clientas de hoy en día prefieren cosas más «finitas. les va la joya fina, el brillantito, el solitario, algo que no llame tanto la atención. Hacíamos todo tipo de encargos y caprichos», se emociona.
Hubiesen seguido haciéndolos de haber continuado con el apoyo de sus hijos. Sin embargo, estos exploraron otros horizontes profesionales. Nada de entregarse al mantenimiento de uno de los establecimientos más populares del Casco Viejo. «Los hijos han estudiado sus carreras y no quisieron seguir con esto. Les decíamos que probablemente ganarían más dinero aquí, pero no tuvimos éxito».
'Aquí' ocupa un local de apenas 25 metros cuadrados pero está situado en «una zona tremenda, muy buena». Tanto que ya se la han quitado de las manos. Ya la han alquilado y, en línea con la transformación comercial de la ciudad, acogerá un establecimiento de cambio de divisas. «Yo soy el que menos tiempo pasaba en la tienda porque era el fabricante». Del trato con el cliente se ocupaban Itzi y la empleada Gotzone, amiga de los propietarios. «Ellas son amigas desde niñas», dice Juan Antonio, que evoca un pasado que posiblemente nunca más volverá. «En el Casco Viejo he llegado a contabilizar treinta y tantas joyerías y talleres. Ahora creo que estamos solo cinco o seis», se lamenta.
– ¿A qué obedece este cambio?
– Las joyas no están de moda. Hoy en día te viene una señora y te dice 'pues mi madre tenía un montón de joyas'. Hoy vas a cualquier hogar y no hay joyas. El consumo ha bajado muchísimo. Antes significaban poderío», esgrime.
Juan Antonio ha permanecido en este negocio desde los 16 años. Viajaba, junto a su mujer, a ferias internacionales de Basilea, Vicenza, Estambul y Hong Kong, de donde volvían con piedras preciosas y con un abanico de ideas para crear piezas únicas. Aunque Itziar y Gotzone tenían fuerzas para seguir, han decidido que lo mejor era irse los tres. Funcionaron como equipo y no merecía la pena cambiar el sistema.
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