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Sábado en el Casco Viejo, con sorpresa incluida: Iñigo besa a otra y me duele…

Una noche de fiesta con un inesperado reencuentro pone a prueba lo que siento por Iñigo

Karri Bilbao

Viernes, 24 de octubre 2025, 00:56

Quedo con Nahia a las ocho por Jado en el punto de encuentro habitual, sin tener muy claro aún hacia donde continuar. Cansadas de frecuentar lugares con escaso margen para la sorpresa, decidimos callejear por el Casco, entre el bullicio de Barrenkale Barrena y las calles colindantes. Antes nos entra el hambre y vamos a Casa Claudio para saciar el estómago con una ración de paleta ibérica y otra de queso manchego que nos sientan de maravilla. Satisfechas, iniciamos ronda en El Cuji y, de allí a Pepe por dios, un local que nos envuelve con su música divertida y alegría general. La media de edad es inferior a la nuestra, pero lejos de cohibirnos, constatamos que no está nada mal rodearse de gente a la que, más allá de los años de diferencia, nos unen las ganas de disfrutar un sábado por Bilbao.

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La madrugada avanza y Nahia se reencuentra con viejos conocidos que les devuelven a conversaciones que quedaron pendientes hace una década. Dos chicos y una pareja componen la cuadrilla a la que decidimos sumarnos cuando proponen tomar la siguiente en La Manolita. El local es una fiesta para los sentidos porque flota en el aire la diversidad que también se respira en Pakita la de Barrenka. Ya sentimos lo mismo hace escasas semanas, cuando el ánimo por cambiar de aires nos condujo hacia locales aledaños. Repetir zona y adentrarse en pubs tan diferentes a los ubicados en Abando e Indautxu, confirma y reivindica una realidad que nos agrada sobremanera; la ciudad permite albergar en apenas unos metros de distancia opciones de ocio dispares para públicos muy distintos.

En la barra pedimos botellines de cerveza y, cual es mi sorpresa, cuando, a mi lado diviso a Iñigo de espaldas, el chico que me gustaba más de lo que a él le mostraba, con quien coincidí en el musical de Mamma mía junto a su ama e hija, divorciado reciente y con interés en pedirme el número de móvil para continuar conociéndonos. Le acompaña una chica al menos diez años menor y con evidente interés mutuo dado que se abrazan y besan sin descanso. Algo incómoda, evito saludarle haciéndome la despistada. Así que regreso a mi cuadrilla improvisada y me escabullo como quien no quiere la cosa…

Pasados unos minutos, Iñigo me roza el hombro para saludarme efusivo con un «cuánto me alegra verte, Karri». En las tres frases convencionales que intercambiamos, obvia que está con una chica que le espera en la barra sin más compañía que un kalimotxo a medio beber. Parece confundida dado que frunce el ceño en actitud molesta al tiempo que nos observa. Entonces le pregunto a Iñigo si está con alguien y responde que nada serio. No sé si la respuesta es sincera o si me convence. Tampoco sé cuál esperaba o cuál querría escuchar. Lo cierto es que vernos activa una atracción latente pero también una alerta que no estoy dispuesta a ignorar. Por eso le lanzo una frase que dilapida cualquier posibilidad de tener algo a corto plazo:

-Qué bien se te ve, feliz, con la chica que te acompaña… le digo al tiempo que le despido con una sonrisa rara.

Nahia me conoce y sabe que la conversación con Iñigo me ha alterado. Resumo la escena y mi amiga no entiende porqué estoy molesta. Si a él no le mostraste interés alguno ni le diste el número de teléfono, qué esperabas, añade…

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La verdad es que razón no le falta… Entonces, quien no está siendo sincera soy yo conmigo misma e Iñigo me gusta más de lo que soy consciente. ¿Qué pensáis vosotros?

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