Guillermo reproduce desde la cama una de las posturas que le indica Ana Urrutia.Yvonne Iturgaiz
Yoga con Ana Urrutia en el área de Oncología Pediátrica de Cruces: «Cada sesión nos trae luz»
Día Internacional del Cáncer Infantil. ·
La expresentadora imparte clases los viernes a los niños enfermos: «Les damos herramientas, a ellos y a sus padres, para que las utilicen en todas esas horas de ingreso y esos momentos de miedo»
El área de Oncología Pediátrica de Cruces es un lugar de días largos y sentimientos extremos. Entre estas paredes con dibujos de colores las horas ... pasan muy despacio, sobre todo cuando uno es un niño enfermo atrapado en una cama, y las familias se debaten entre angustias devastadoras y esperanzas profundísimas. Con todo eso tiene que ver el yoga oncológico, que trata de «abrir una ventana» para aliviar en alguna medida esa sobrecarga de tensión emocional y también física, capaz de abrumar tanto a los menores como a sus padres. El hospital baracaldés es uno de los contados centros públicos de España que han incorporado esta terapia complementaria, a través de los talleres promovidos y financiados por la asociación Aspanovas: con motivo del Día Internacional del Cáncer Infantil, que se celebra hoy y ha llenado la planta sexta de lazos dorados, ayer asistimos a una de estas sesiones.
La imparte una mujer a la que los pacientes suelen referirse como 'Ana, la del yoga', pero que fuera identificamos mejor como Ana Urrutia, la periodista que durante 23 años ofreció la información del tiempo en ETB2. Hace un par de años, Ana dejó la tele para dedicarse a sus dos pasiones, el surf y el yoga. «Después de hacer todas las formaciones en diferentes yogas, hubo un proceso de cáncer en mi entorno, el de mi padre, y me di cuenta de que tenía recursos que podían ayudar», explica. Como coordinadora en Euskadi de la Red Internacional de Yoga Oncológico, hace ocho meses puso en marcha este proyecto junto a Aspanovas, la Asociación de Madres y Padres de Niñas, Niños y Adolescentes con Cáncer de Bizkaia. «El objetivo es una rehabilitación física, moviendo el cuerpo, pero también una rehabilitación emocional, en la que ofrecemos herramientas a niños y padres para que las utilicen como recursos propios en todas esas horas de ingreso, en todos esos momentos de miedo», añade.
Aunque viene por aquí todos los viernes, Ana sigue experimentando ese respeto de «entrar en la intimidad brutal de la habitación» de estos niños. Lo primero es estudiar la lista de ingresos y ver cómo se encuentra cada uno, porque los vaivenes de la salud no siempre permiten la actividad. Guillermo, de 15 años, y su madre, Lola, reciben a Ana con entusiasmo. «Cada sesión de yoga nos trae luz», resume Lola. Su hijo, que sufre cáncer de hueso, lo relativiza con una sonrisilla irónica: «Yo empecé a hacerlo por mi madre, porque le hacía ilusión. Muy fan no era, pero al final le he cogido el tranquillo y está muy bien, te relaja. Se me pasa más rápido el tiempo: ahora estoy en el ciclo corto del tratamiento, dos días, pero con los ciclos largos me tiro aquí seis días y se hace rollo. Estoy todo el tiempo con el móvil».
–¿Y, físicamente, te viene bien?
–Sobre todo para la espalda. Con el reservorio, nunca te puedes tumbar bien, estás encogido por miedo a que se te salga la aguja, aunque nunca me ha pasado.
Guillermo, de 15 años, y su madre, Lola, realizan ejercicios de yoga con Ana.
Imágenes de Yvonne Iturgaiz
Empieza la sesión. «Son habitaciones pequeñas, pero se pueden hacer muchas cosas», anima Ana, que se sitúa entre las dos camas del cuarto. Guillermo hace los primeros ejercicios acostado, aunque al rato se levanta. Y Lola, que también se apunta, aprovecha un hueco a los pies de la cama. Trabajan la respiración –y a Guillermo se le escapa la risa con esas exhalaciones como bufidos–, colocan los brazos como un cactus, flexionan las piernas y las elevan –y al compañero de habitación se le contagia la serenidad yóguica y empieza a bostezar–, abren y cierran las rodillas en abanico... «Que tu cadera despierte, que está en la cama muchas horas», indica Ana. El momento cumbre, ya con Guillermo de pie, es la clásica postura del árbol, con las palmas juntas y una pierna flexionada: «Vaya, hoy qué bien, cómo se nota que hay fotos», bromean. Y, para el final, quedan «herramientas de relajación» para combatir las sombrías crisis de insomnio, como abrir y cerrar con fuerza las manos y después sacudirlas.
La balanza del amor
Guillermo lleva en tratamiento desde octubre y este es su último ciclo antes de la operación. «Al principio estás muy asustado. Ahora te dicen que te estás curando y vienes más contento. Dentro de lo malo, hemos tenido mucha suerte, porque lo pillamos muy pronto», explica el adolescente, uno de esos chavales que desarman con su combinación de jovialidad y madurez, de serenidad y realismo. «Es superimportante la actitud –comenta su madre–, esa alegría que tiene. Cada vez que salimos de aquí valoramos mucho nuestro día a día. La primera vez que entras se te pone la piel de gallina, todavía lo siento, pero venimos a curarnos. Esto es lo más duro que puede traerte la vida, pero a la vez estoy disfrutando mucho de mi hijo, lo estoy descubriendo: que es un jetilla ya lo sabía, pero ¡cómo está madurando! Tengo tres hijos y el pequeño se me queja: 'La balanza del amor se ha descompensado', dice».
«Esto es un carrusel de emociones y las legitimamos. ¿Que hoy estás enfadado y tienes ganas de gritar? ¡Pues gritamos!», comenta a la salida Ana, que también está al frente de su propia escuela de yoga, Mandala Morea. ¿Qué se lleva ella de estas visitas a Cruces de los viernes? «Sobre todo, el conectar de primera mano con estos momentos de la vida que te hacen transformarte. Cuando nos abrimos a una situación así, también nos transformamos por dentro y aprendemos a vivir de otra manera».
–¿No echa de menos la tele?
–Nada. Podría echar en falta comunicar, que era mi vocación desde pequeña, pero aquí sigo comunicando. Aquí no soy Ana Urrutia, ni tampoco 'Eguraldi', como me suelen decir por ahí: soy Ana, la profesora de yoga, y me encanta.
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