«Estoy con los últimos de los últimos»
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El responsable de Pastoral Penitenciaria de la Diócesis acude a escuchar a los presos de Basauri, donde aún no ha llegado el CovidNecesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.
Viernes, 1 de mayo 2020, 23:49
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En lugar de a diario, como suele ser habitual, Jorge Muriel acude en tiempos del coronavirus las mañanas de los lunes, miércoles y viernes a la cárcel de Basauri para hablar, estar y escuchar a las personas que viven allí recluidas. «Los últimos de los últimos», les llama Jorge. En lugar de entrar al patio, tú a tú, ahora lo hace en un locutorio, donde hay mampara y a través de un telefonillo, sin mantener contacto directo. El virus aún no ha entrado en la cárcel, y este hombre de 49 años, residente en Etxebarri, supone que cuando llegue «puede ser una escabechina porque ahí hay gente con unas defensas muy bajas».
Cuando se decretó el estado de alarma, la prisión de Basauri decidió vetar el paso a asociaciones, ONGs, culto religioso y cualquier tipo de voluntariado, así como las visitas de los familiares. La dirección pidió al responsable de la Pastoral Penitenciaria que, en la medida de lo posible, sí ayudara a través de la escucha, la oración y llevando a los presos -todos hombres a la espera de juicio- ropa y tarjetas de teléfono para que pudieran llamar a los suyos.
«Aquí el teléfono funciona con tarjeta, como en las antiguas cabinas. Habitualmente pueden hacer diez llamadas al mes, pero ahora les permiten quince. Pero claro, mucha gente no tiene dinero para hacerlas». La ropa es otro problema, comenta Jorge Muriel. «La gente que está entrando viene con lo puesto y sus familiares no pueden traerles paquetes de ropa. A través de Koopera les hemos proporcionado algunas prendas». Se encarga asimismo de proporcionarles balones de fútbol y pelotas de tenis. «Les digo que tienen que cuidar dos cosas: la espiritualidad y el físico. Es muy importante sentirse acompañado por Dios, y hacer deporte en la cárcel significa vida», indica Muriel.
Este trabajador social tiene dos hijas de 14 y 17 años y es uno de los muchos laicos empleados en la diócesis de Bilbao, a la que lleva vinculado tres décadas. Una persona extrovertida, positiva, optimista y de corazón noble que considera que las personas «son todas iguales» independientemente de religiones, razas y estatus económico y social. Gran conversador, además de amable y honesto, una de esas personas que tal vez no valora lo que produce en la vida de otros. Cuenta que con los presos aprende mucho.
«Los chicos me hablan de sus vidas, de sus familias, de lo que van a hacer cuando salgan a la calle, de lo que tienen que corregir, de sus conversaciones con otros compañeros de chabolo, de sus esperanzas. Muchos son delincuentes, pero sobre todo son personas. No miro el delito, para eso están los tribunales. Lo cierto es que muchas veces te dan lecciones de cómo gestionar la incertidumbre y cómo practicar el agradecimiento. No paran de dar gracias, esto en la sociedad no se ve», explica Muriel.
«Valoran mucho a los que les cuidan», continúa. Otra cosa que aprende de ellos, señala, es que «la felicidad se encuentra en la relación con el prójimo». «Ahí dentro no hay internet y ves que se puede vivir así. Este coronavirus nos está enseñando que la felicidad no está en acumular bienes, sino en valorar lo que significa una madre, un padre, un amigo, el prójimo».
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