Terapeutas de Etorkintza se encierran con su grupo de internos en Kortezubi
Deciden pasar el confinamiento junto a las 26 personas que luchan contra sus adicciones para evitar la extensión de los contagios por coronavirus
Marina enseña su tarjeta para prevenir recaídas. La tiene plastificada, con una fotografía por cada lado. En uno ha escrito 'no consumo', y se puede ... ver a sus hijos, los mayores y también los que todavía dependen de ella, que están ahora acogidos por la Diputación. En el otro pone 'consumo' y es completamente negro, con un esqueleto y un listado de lo que pierde si naufraga en el alcohol. Lleva cuatro meses en el «Centro Residencial de Tratamiento, una comunidad terapéutica» para personas con adicciones que creó la Fundación Etorkintza en Kortezubi allá por febrero de 1985. Allí trabaja un equipo de 15 educadores y psicólogos dando apoyo a 26 internos que quieren salir del abuso de drogas, alcohol o del juego, entre otras adicciones. «Son un colectivo con una vulnerabilidad mayor, también desde un punto de vista sanitario, y por eso algunos trabajadores han dado el paso de apurar el confinamiento con ellos», explica la directora gerente de Etorkintza, Salvia Hierro.
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«Llevamos aquí desde el 14 de marzo», recuerda Jon Ruiz, el director del centro, con una sonrisa amplia que sobresale por la mascarilla. «Convivir las 24 horas está cambiando nuestra percepción», valora. Han descubierto que el grupo -que se blinda así contra el coronavirus- «tiene un potencial todavía mayor de autogestión» y está más unido. «Poco antes del estado de alarma, les reunimos. Les trasladamos que había que detener las visitas familiares y animamos, a quienes les tocaba pasar el fin de semana en casa, para que protegieran a los suyos y al grupo quedándose aquí». Muchos respondieron afirmativamente. Marina fue una de ellas, a pesar «del dolor de no ver a mis hijos».
Los profesionales han descubierto que el grupo tiene «una gran capacidad de autogesión, mayor de lo que conocíamos»
Rubén se afana en terminar las labores de limpieza antes de sentarse a charlar. «Aquí el grupo se encarga de todo», explican orgullosos. «Somos casi privilegiados, porque es un lugar apartado y en medio de la naturaleza. Pero cuesta no tener salidas», comenta. Han tenido que parar sus visitas al frontón para jugar a pala y también alguna excursión. Además de los educadores que ahora duermen allí, han cambiado los turnos de los equipos para detectar cualquier posible contagio. La comida se la traen los proveedores y hasta quien hace las tareas de mantenimiento mantiene las distancias y lleva siempre puesta la mascarilla. Se toman la temperatura tres veces al día y, a la mínima duda, hacen una cuarentena en un bloque aparte que llaman «la casa de las manzanas».
Rubén, de 33 años, no duda en revelar que se ha pasado «media vida enganchado a la heroína» y que «es la primera vez que entro en un programa de estos por voluntad propia». «Cada persona tiene su momento, y creo que este es el mío. Me llega después de perder muchas cosas, como los amigos, y después de ver deterioradas las relaciones familiares». Maneja con precisión las palabras. «Aquí hay de todo. Hay gente de todos los perfiles y de todas las clases. Sólo comparten las adicciones, que suelen ser una capa superficial bajo la que se esconden otros problemas, el auténtico origen», apunta Jon Ruiz. Ese es el motivo por el que «una persona que consume cocaína y una que bebe en exceso pueden tener mucho más en común que dos consumidores de la misma sustancia». «Nuestro abordaje es integral y personalizado, gira en torno a cada caso», precisa Salvia Hierro.
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Aitor lleva tres meses desenganchándose del juego. «Empecé echando un euro a la ruleta en los descansos del trabajo». «No debería haber tanta publicidad de apuestas», reflexiona. Raúl, de 43 años, arrastra un pasado de «cocaína y alcohol desde los 18 años» que le condujo a prisión. «Es la tercera que vez que vengo a este centro», confiesa. Unas 2.000 personas se han agarrado a este salvavidas que Etorkintza mantiene en un paraje casi montañoso de Kortezubi. «En los años 80, los que llegaban eran todos heroinómanos y estaban seis meses sin salir y otros doce aquí. Todo ha cambiado. Ahora la mayoría está unos cuatro meses, aunque el programa dura dos más», calcula su responsable. Pueden llamar a sus familiares desde el primer día. Normalmente lo hacen desde un teléfono fijo, aunque en estas semanas les dejan un rato el móvil para que no compartan aparato. Allí nadie consume. «Pero insistimos a las familias en que una recaída no es el fin. Si hemos reforzado los lazos familiares, si han aprendido a pedir ayuda, no están igual que antes», añaden los profesionales. Es un largo camino que arranca en Kortezubi.
Atendidas unas 400 personas con adicciones
«Nuestra preocupación, desde antes incluso del estado de alarma, ha sido evitar los contagios tanto en los usuarios como entre los profesionales, pero manteniendo la atención a un colectivo que la necesita», explica Salvia Hierro, directora gerente de Etorkintza, una fundación sin ánimo de lucro. Además del centro de Kortezubi, atienden a unas 398 personas al año, entre adictos, adolescentes y familiares. «Hemos mantenido la parte presencial para 91 personas, con la entrega de medicación y urgencias, como chavales con crisis de angustia o que se escapan de casa para consumir. Con los que se puede, hemos recurrido a vías telemáticas. No es lo mismo una terapia 'online' que cara cara, pero hemos descubierto que concentra más la atención», valora. Trabajan también con 110 centros educativos preparando material didáctico para prevenir los abusos de sustancias. Tienen un teléfono de ayuda todos los días del año (688698561).
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