Talo, txakoli y la alegría de la huerta en Gernika
Grupos de euskaltegis, turistas, cuadrillas de jóvenes y el público más tradicional disfrutan de la feria
En el Último Lunes de Gernika puede hallarse de todo. Tomates que saben a tomate, calabazas enormes, alubias como joyas, lechugas que parecen soles y pasteles que abren la boca agua. Más de 240 puestos ofrecen de todo en el mercado, algunos decorados como si estuviéramos en medio de un cuento. Baserritarras de toda la vida y otros con aire hippie acuden cada año a esta fiesta marcada en rojo en el calendario. Vendedores ambulantes de pañuelos de fiesta, coronas que brillan o camisetas también hacen suyo el recinto, y hay quien hace su agosto con los tradicionales globos de helio, porque entre las miles de personas que se citan en la feria hay muchos niños pequeños y bebés en mochila con trajes de osito.
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«No se vende bien, se vende muy bien», explica Gorka Flores, que comercializa queso de oveja fresco y ahumado en uno de los puestos con la marca Poxtiñenea Ardi Gazta. Viene de Arbizu, en Navarra, y nunca se pierde la jornada. «Vender por Internet, entre los portes y tal, no me salía muy rentable, así que vamos de feria en feria», relata. Ahora tiene unas 500 ovejas latxas resguardadas que ya están pariendo, aunque cree que su oficio de toda la vida, está en peligro. «Ya nos han metido castores en el río que destrozan todos los frutales y en poco tiempo desapareceremos porque nos meterán al lobo también. Todo es por política. Cada vez quieren que haya más animales. No sé si nos gobiernan animalistas o qué», expone este baserritarra que lleva «toda la vida» en el caserío. «No conozco otra cosa», relata. En el otro lado del recinto, dos mujeres jóvenes se hacen hueco en el negocio vendiendo hortalizas y pasta artesana y ecológica. Cultivan en Lemoiz y el obrador está en Muskiz. «Estudié ambientales, pero a los 24 años decidí que prefería vivir de la tierra», relata una de ellas, Izaskun Urbaneta. Desde entonces, «estoy contenta, pero sin un duro», bromea. «Antes, cuando empezamos, se vendía más. Cada vez somos menos jóvenes en el primer sector por las condiciones laborales. Echamos de menos más apoyo institucional y de la población. Las grandes empresas nos hacen mucho daño porque no podemos competir con los precios y con las condiciones laborales», cuenta.
Ya desde primera hora era difícil caminar entre los puestos. Miles de personas atiborraban ya el centro de la localidad, cerrado a cal y canto para que los peatones lo invadieran. A las diez de la mañana Gatibu sonaba a tope en las txosnas y la gente ya daba buena cuenta de rosquillas y de talo con chorizo, que se vendía a 6 euros en la mayoría de las casetas. Los niños lo preparaban con alegría en la txosna de Gernikako Atletismo Taldea. Había chavales de diez a quince años dando buenos porrazos a la masa para que quedara fina. «Todo lo que se saca es para ellos, para material... Se saca bastante. Estaremos hasta las diez de la noche. Nos perdemos la fiesta, pero alguna sidra ya nos tomamos«, explicaba a pie de txosna el juvenil y entrenador Ibon Bilbao.
Es habitual hallar en Gernika a más vizcaínos de todos los rincones que vecinos de toda la vida. Y también clientes que llegan de Madrid, de León, o del extranjero. El euskera vizcaíno se mezcla con el acento caribeño y con el árabe en las calles. Para los residentes en la villa foral, la feria, que era una fiesta doméstica, íntima, se ha desvirtuado un poco con tanta «invasión». Es una gran cita en la memoria colectiva y aunque los tiempos han cambiado, sigue teniendo sus fieles entre las nuevas generaciones, que suelen alargar la fiesta hasta que el cuerpo aguante. «Todo el día lo pasamos fuera de casa. Salimos, probamos los talos, luego vamos a la subasta de queso y nos quedamos a los djs, aunque hoy no estaremos hasta muy tarde porque el finde hubo también fiesta», reconocían Ibon y Alain, dos jóvenes con buenos recuerdos de la jornada durante su infancia. Aunque se echan en falta más personas vestidas de forma tradicional, la jornada está siendo una delicia para quienes se estrenan en ella. El año pasado, un crucero MSC con pasajeros chinos desembarcó en medio de la villa foral con motivo de la cita. Este año, también ha sido descubierta por nuevos ojos. Andrés Campo ha llegado con su mujer de Colombia para visitar a su hija, vecina de Gernika. Y ha probado el talo, un manjar que degustaba por primera vez. «Está increíble. Y hemos visto mucha variedad de productos, calidad, hemos probado queso, vino, cerveza... Así que seguiremos disfrutando», ha relatado.
Turistas y música
Un grupo de Pforzheim, localidad alemana hermanada con Gernika, paseaba también por los puestos. «Algunos somos de la DHC, organización hispanohablante, y estamos de visita», relataba Monika Ruthardt. A la feria han llegado turistas incluso desde Estados Unidos. «Habíamos escuchado que había un magnífico mercado», explicaba Teresa, que reside en Colorado. Su madre fotografía con pasión las escarolas gigantescas. Se quedan en un pequeño pueblo cuyo nombre es incapaz de pronunciar. Pero van a visitar todos los alrededores y también Bilbao.
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La música vasca ambienta las compras y desde el mediodía, cuadrillas de jóvenes hacen suyo el recinto, copa de sidra o txakoli en mano. Suenan canciones tradicionales para animar las compras. Clases enteras de euskaltegis acuden a la fiesta, porque así se desinhiben y practican. «Nos han dado el día libre para venir», contaba Unai Sainz, de 37 años, que reside en Gordexola, con su cuadrilla de clase, todos degustando un buen txakoli. Estudia un intensivo en el euskaltegi Gabriel Aresti de Bilbao para «poder vivir en euskera y porque estoy preparando una oposición». Otros vecinos de la capital vizcaína también son asiduos. Bego Nieto siempre va con su hijo, muy pequeño, que hoy ha faltado al colegio. «Nos encanta venir para seguir con la tradición. He comprado cebollas rojas, puerros, acelgas, escarola, esto que no sé que es... Aunque me han dado un buen palo, 25 euros en verdura llevo», exponía muy alegre. En el centro del recinto, la Cruz Roja vigilaba por el buen discurrir de la cita multitudinaria, porque con semejante gentío siempre pasan cosas. «Se trata de un dispositivo preventivo en coordinación con Osakidetza. Llaman al 112 y si podemos, atendemos nosotros. Además, tenemos la suerte de que tenemos cerca el hospital de Gernika, aunque de ahí pueden derivar a otros hospitales», exponía Olatz Pérez, enfermera trabajadora de la organización. «Suele haber caídas, mareos y alguna pérdida de conocimiento. El año pasado atendimos un ictus». Al mediodía, la feria ya era un macrofiestón. Los bares estaban muy animados. No cabía ni un alfiler en la arteria en la que se concentraban los puestos de queso y sidra., El ambiente era de domingo, aunque hacía más bien fresco cuando el sol se escondía. Los restaurantes estaban a rebosar. La fiesta sigue. Se celebra que es el Último Lunes, una excusa más para regar todo con sidra y txakoli.
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