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Viernes, 31 de mayo 2019, 01:30
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Después de entablar un diálogo con cinco sordos en una céntrica cafetería bilbaína, las conclusiones a las que llega la que suscribe son las siguientes. Parecen personas más transparentes, más claras y menos rebuscadas que los oyentes, como ellos llaman a los que no tienen su condición. No son débiles víctimas, sino personas fuertes y orgullosas de lo que son. De una situación en la que su sordera les condenaba a la exclusión social han pasado a otra en la que reclaman una identidad sociocultural basada en que comparten una misma lengua, la de signos. En suma, son mucho más que unos oídos enfermos.
Sabemos poco de los 55.000 sordos que hay en Euskadi, algunos con sordera adquirida y otros de nacimiento. ¿Cómo pueden poner una denuncia, hacer una matrícula, entenderse con el médico o tomar apuntes en clase? ¿Cómo escuchan el timbre de casa? ¿Discuten a grito? ¿Si les hablas muy alto te escuchan mejor? «Mucha gente, al vernos, piensa 'probrecitos'», indica Aitor Bedialauneta, presidente de la Euskal Gorrak, la Federación Vasca de Asociaciones de Personas Sordas, con sede en Bilbao. Estas entrevistas han sido posible gracias a una intérprete, cuya labor ha sido paciente, delicada y neutral.
Eduardo Amorós no es sordo profundo, es hipoacúsico. Puede escuchar la sirena de una ambulancia y el timbre de casa, por ejemplo. Se formó en electrónica con suma dificultad («el profesor no me ayudaba y no había intérprete»). Ahora está al cargo del canal 'Zeinu.tv', que emite noticias únicamente en lengua de signos. «Cuando veo una película, necesito saber si un teléfono suena, una puerta se abre o algo se cae al suelo. Algo que por cierto, echo de menos en los subtítulos. El debate electoral en la televisión púbica autonómica, por ejemplo, no estaba subtitulados. Otras veces hay subtítulos, pero ves que la persona termina de hablar y el subtitulado continúa mientras ya ha empezado otra su intervención, es muy confuso», avanza Eduardo Amorós, que se quedó sordo con un año tras tomar un jarabe para una infección de garganta, será padre en agosto. «Si nuestro hijo es sordo no nos vamos a deprimir, porque su padre y su madre somos sordos». Cuenta una anécdota: «Algunos turistas me han preguntado alguna vez por alguna calle y cuando trato de hacerme entender con signos se espantan. Cosas curiosas que pasan».
Es común pensar que hay muchas actividades que las personas sordas no son capaces de hacer. ¿Es posible para ellas, por ejemplo, comunicarse por teléfono? Aitor Bedialauneta, sordo de nacimiento y presidente de Euskal Gorrak, explica cómo sí lo es, precisamente en el curso de una conversación telefónica, y en persona después. La comunicación se produce a través de una intérprete, una profesional competente en dos lenguas, castellano y lengua de signos que, desde el otro lado de la línea, representa a Aitor e interpreta toda la información en ambas direcciones. Porque los sordos vascos no saben euskera. «Me gustaría ver que la lengua de signos es una más como la escritura, el inglés o el euskera. Porque sumar es bueno para todos y conocer más idiomas suma. Imaginemos una reunión de vecinos, ¡no entendemos nada!». A Aitor le preocupa sobremanera que «las personas sordas tengan un empleo digno. Muchos acaban trabajando en centros especiales de empleo o en trabajos de producción, fábricas de mecanizado o algo así, cuando su currículum es mucho mejor. Pero en una entrevista de trabajo, entre un sordo y un oyente, ¿a quién cogerías tú?».
«Mi vida no es silencio, porque mi forma de oír el mundo es visual, aunque suene extraño. Es la vida que conozco, en mi casa todos hemos sido sordos. La mía es una sordera hereditaria. No puedo saber lo que es la vida con sonido. Veo la vida (no la oigo), de una forma diferente a la tuya, y soy plenamente feliz», expone Ander Bedialauneta, estudiante de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. «Tengo un intérprete en clase. Los compañeros me dejan apuntes o les sacan fotos y yo los vuelco en el ordenador. No puedo escribir al mismo tiempo que miro a mi intérprete. Mis padres se acostumbraron a no tener expectativas, pero yo si las tengo. Mi sueño es trabajar como entrenador de niños sordos». En casa, apunta Ander, existen ya muchos aparatos conectados al timbre de la puerta que se encienden cuando éste suena y que también están integrados en el móvil. Hay despertadores que se colocan bajo la almohada y emiten una vibración o una luz intermitente y otras adaptaciones luminosas gracias para saber que suena la alarma del horno o que se ha terminado la lavadora. «Sería deseable que todas las viviendas contaran con videoportero», apunta.
Alba, sorda profunda, perdió la audición con apenas meses de vida, cuando una meningitis, junto a la mala reacción de un antibiótico, la sumergieron para siempre en el silencio. Un silencio en el que se encuentra cómoda sin que ello le genere las frustraciones, la ansiedad y la «sensación de inferioridad» que vivió en su época de estudiante. Sonriente, divertida y descaradamente valiente. Es profesora de lengua de signos y madre de tres hijos oyentes. Su pareja tampoco es sorda. Alba reconoce que la asociación le proporcionó su principal grupo de amigos. Comenta, por ejemplo, las limitaciones que tienen las personas sordas a la hora de organizar su tiempo de ocio. «En Bilbao, los martes hay películas subtituladas en La Alhóndiga, pero con los horarios de trabajo... Puedes pedir un intérprete para un servicio ordinario, pero si surge un plan de última hora no hay tiempo para organizarlo». Vocalizar, mimo, papel y boli... Alba es una experta en buscar recursos para hacerse entender. Para oír el llanto de sus bebés, cuenta, hay aplicaciones de móvil ideadas para sordos y vigilabebés que alertan por luz intermitente o por vibración.
«Odio que se compadezcan de mí. Es absurdo. Yo no he conocido otra cosa y por tanto, no echo de menos oír. A veces vas en el autobús y adviertes claramente que alguien te mira con compasión porque estás utilizando la lengua de signos. Yo quiero dar de todo menos pena. Pero por lo general no tienen paciencia con nosotros». Como cuando, explica en una ventanilla y te despachan con rapidez y las personas que están haciendo cola comienzan a inquietarse. «O como cuando ves que están explicando algo a un grupo y a ti no te llega toda la información. Al final te desesperas porque estás solo, aislado y con la autoestima por los suelos», advierte Boiz Sáenz, estudiante de Gráfica Publicitaria de 23 años. Boiz, que es bueno haciendo caricaturas, difundió en su Twitter el testimonio de una chica sorda que hizo un viaje en avión y que da una idea de hasta qué punto desconocemos cómo tratar a un sordo. Comentaba lo siguiente: «Como soy sorda han mandado una silla de ruedas para recogerme». Otro detalle: «Los sordos somos muy ruidosos, porque no somos conscientes del ruido que hacemos al golpear una mesa, al discutir gritando...».
55.000 personas con diferentes tipos de sordera hay en Euskadi. 4.000 de ellas utilizan la lengua de signos. Disponen únicamente de siete intérpretes.
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