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Gabi, el camionero que hace ballet clásico

Gabi, el camionero que hace ballet clásico

Tiene 44 años y cada tarde, tras aparcar su vehículo, se enfunda unas mallas para hacer lo que más desea en una escuela de danza de Torrelavega

ana del castillo

Viernes, 3 de febrero 2017, 15:58

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«Deberíamos considerar perdidos los días en que no hemos bailado al menos una vez»

Friedrich Nietzsche

Gabino Revuelta está apoyado en la balaustrada de la Escuela de Danza Ana Serna, en Torrelavega. Tiene la cabeza gacha y sus empeines presionan el suelo de madera. Las compañeras, un grupo de jóvenes de entre 15 y 30 años, untan sus puntas en resina en polvo para no resbalar. Comienza la clase.

De forma protocolaria y repetitiva las bailarinas despliegan los primeros tendus a ritmo de piano. Sus frágiles puntas se deslizan acariciando el suelo hasta alcanzar los 30 grados. Lo habitual en una clase de ballet clásico. Sin embargo, ver a un hombre -vestido de riguroso negro- rodeado de zapatillas de ballet rosas interpretando 'Rivers flows in you' de Yiruma, resulta desusado.

Revuelta es de ese tipo de personas que circula en contra de las convenciones establecidas. Es camionero. Tiene 44 años y cada tarde se enfunda unas mallas y unas zapatillas para hacer lo que más desea. «Yo no acabé mis estudios, quizá por eso no sé cuáles son las frases idóneas para expresar lo que siento haciendo ballet. Es que no las encuentro», apunta. Más claro no lo puede decir: «Es una forma de vida". La cabina del camión es su hábitat natural -«y me gusta mi trabajo»-, pero aquí, en clase, se siente como pez en el agua. Una hora de ballet que se convierte en un analgésico moral cada día. «El estado de ánimo le tengo por las nubes, pero no el ego. No me esperaba que venir aquí pudiera repercutir tanto en mí», relata.

«1, 2, 3... gran plié», dice Ana Serna. De sus 30 años de trayectoria como profesora de ballet nunca se había topado con alguien como Gabi. «Es de los alumnos que con más entusiasmo vive la clase. Para él es más que un divertimento. Si pudiera dedicarse a la danza, lo haría. Lo vive con muchísima intensidad, se emociona con las músicas, siempre es puntual, viene todos los días... Lo experimenta de una manera que yo, como profesora, se lo agradezco porque así hay que vivir el ballet», explica agradecida por conocer a una persona que califica de «extraordinaria».

El primer paso en la escuela es el fundamental. No el técnico, sino el intencional. «Al principio me sentí raro. Me preocupaba por si algún padre se quejaba. Y lo entiendo. Si mi hija fuera a ballet con un hombre mayor... A lo mejor podría tener algún reparo, aunque lo dudo. Eso es lo único que me daba palo, que la gente no viese que yo quería probar esto porque lo tenía ahí guardado».

Una más

Llama la atención la normalidad con la que transcurre la clase. El grupo de bailarinas ya está acostumbrado a compartir coreografía con el camionero cántabro. «A veces viene cansado del trabajo y llega desanimado, pero le obligamos a echar la vista atrás para que vea su evolución», cuentan sus compañeras.

Hace dos años, en la función de fin de curso de sus dos hijas, algo cambió dentro de él. Serna recuerda ese día. «Al terminar la actuación, Gabi me dijo: si ahí arriba (por el escenario) se siente la mitad de lo que yo siento en el patio de butacas, quiero probarlo».

Y así lo hizo. Resulta que sus buenas condiciones físicas, «delgado y con fuerza», potencian sus saltos para batir las piernas. «Ahí gano», cuenta entre carcajadas. Un ejercicio básico en esta disciplina artística. «El primer día todo era nuevo. No sabía si mirarme los pies, mover los brazos, la cabeza... aunque desde el minuto uno ya destacaba su expresividad a la hora de hacer los movimientos. Ese sentimiento que nace de uno cuando está bailando clásico lo tiene innato», dice su profesora. Un Billy Elliot de 44 años para el que nunca es tarde si se trata de buscar la felicidad. «El ballet me aporta equilibrio, sobre todo ahora que andaba un poco escaso. Es como haber cambiado de alma. No es que yo busque aquí una desconexión del resto. Voy a trabajar, estoy con mi familia -a la que adoro- y vengo aquí. Esto va a formar parte de mí para siempre. Me ha marcado».

El arabesque aún se le resiste. Requiere elasticidad, equilibrio y fuerza lumbar. «Mis hijas lo hacen mejor que yo, pero ahí estamos los tres intentándolo», explica. Tiene muchos años por delante -«hasta que el cuerpo aguante»- para seguir entrenando. Mientras tanto, sus amigos «alucinan». El sentimiento común es de admiración. «Algunos me dicen que tienen envidia porque a mis años he encontrado una afición que me llena y me hace feliz».

La vida gira más rápido sobre las puntas de ballet y en esas repetitivas vueltas Gabi se siente libre, libre para escoger y libre para disfrutar.

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