Cinta de VHS.

Nadie podrá con el VHS

Nos advirtieron de su adiós bien arrancado el verano. Y quizá por ello siguen entre nosotros. O quizá, simplemente, no quieren irse

jon uriarte

Sábado, 10 de septiembre 2016, 00:31

Ha pasado un mes largo desde que anunciaron su muerte. A través de una fría y breve nota, el planeta Tierra supo que la empresa que fabricaba los vídeos y cintas VHS cesaba su producción. Así, sin una pequeña fiesta, ni un puñetero repaso a los mayores éxitos, ni una triste medalla al video club que más veces alquiló Pretty Woman. Menuda forma cutre de agradecer tantos años de lucha. Porque este sistema, con nombre de casi virus o de semi-robot galáctico, nunca lo tuvo fácil. Y por eso, su vida merece ser recordada.

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El Betamax o Beta era, definitivamente, mejor. Algo que sabía bien SONY. Pero la soberbia es mala compañera y sus rivales de JVC decidieron crear otro sistema. Y, aunque era peor, contaba con una ventaja. Sus dueños cedieron la licencia por cuatro perras a las empresas que fabricaban los reproductores y las cintas. Y el video club se convirtió en el juez de la pelea. El resultado fue contundente.Vencedor el VHS. Sobre todo, lo pueden imaginar, cuando la industria del porno lo eligió y abandonó, en el lecho y a medio vestir, al pobre Beta. Desde entonces no hubo otro. Pero nada es eterno. Hace unos días grabé unos CD para el coche y me miraron como si saliera de Atapuerca.-¿No sabes lo que es el Bluetooth?-decía uno.-¿Y un simple pendrive?-exclamaba otra. Pues sí, pero no. Sigo recurriendo a los viejos sistemas. Es como si cada cambio fuese una mudanza en la que voy perdiendo retales de vida. Y me resisto. Porque también son memoria. Lo que me recuerda que estábamos hablando de la despedida al VHS. ¿Pero ha sido un adiós real? Viendo lo que llegó después, y cómo resistió, no parece.

El DVD vino a ser como la veinteañera que hace perder la cabeza al tipo maduro que abandona a su pareja de siempre. Y hacía honor a su nombre. Disco Versátil Digital. Su lanzamiento está fechado en 1995. A diferencia de su hermano CD, caló pronto. Otro se habría hundido. El VHS no. Porque se sabía parte de nuestra familia. Había compartido todas las bodas, comuniones, bautizos, viajes o celebraciones de postín. No existía una cita familiar o social en la que no hubiera estado. Cierto que el Beta había encontrado su digno hueco en el mundo profesional. Pero los videoclubes y los hogares eran cosa del VHS. De hecho llegó a lugares como, por ejemplo, el despacho de los entrenadores de fútbol.

Hace años un jugador del Athletic, se dice el pecado no el pecador, me contó una graciosa anécdota relacionada con una cinta VHS. En el primer entrenamiento tras los partidos solían terminar la jornada viendo las jugadas claves del mismo. Era el momento en que el entrenador cantaba las cuarenta, apoyándose en las imágenes y mostrando un fallo o una mala colocación. Total que, una buena mañana y aún sobre el césped de Lezama, el entrenador, tampoco diremos nombres, acusó a este jugador de no acatar las órdenes y errar en un marcaje.-Eso no fue así-protestó el futbolista.-Lo es y está grabado-gritó el técnico y salió hacia su despacho para buscar la cinta. Se extrañaron, porque tardaba. Cuando volvió, al verle sin la famosa cinta, el mister respondió-Es que me he dejado la cinta en casa. ¡Pero era como yo decía!-. Nunca supieron si, tras repasar las imágenes, comprobó que estaba equivocado y no quiso reconocerlo o que la cinta contenía...otra cosa. Porque, a veces, tienen vida propia y guardan lo que no deberíamos mostrar en público. Y sin embargo, curioso masoquismo, no las tiramos.

Seguro que tienen más de una en casa. Da igual que sea de esas personas capaces de buscar tiempo y modo para pasar las grabaciones de uno a otro formato, para convertirlo todo en digital. No logrará acabar con todas las cintas de VHS. Siempre quedará una en casa de sus padres o en ese olvidado lugar donde guarda los juegos de mesa que compró para toda ocasión y nunca saca. Los he visto en maleteros, estanterías de oficina o despachos de profesor. Lo que me recuerda a la vieja lucha de más de un docente en el aula de vídeo. La guerra que tenían con las diapositivas no fue nada comparado con el video reproductor. Entrar entraba. Incluso escuchábamos cómo se movía. Pero la pantalla permanecía en negro. Hasta que los dioses se apiadaban y se obraba el milagro. El vídeo se veía. Pero no se escuchaba. Y vuelta a empezar. No quiero imaginar cómo será ahora, con tanto cambio tecnológico.

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Y es que hablar del VHS es hacerlo de las cintas, pero también de los aparatos reproductores. Curioso nombre. Porque algunos son como abuelas que, tras ejercer de madres, acaban en un rincón, desafiando al tiempo. Conozco a muchos así. Hace décadas que no ingieren cintas. O si me apuran, guardan una en su interior. Esa que siempre buscaron y jamás encontraron. La de aquella película que se grabó, sin querer, al terminar el estreno del viernes del Plus. Esa que provocaba sorpresa a su pareja cada vez que salía la primera y tórrida escena. Incluso hubo un tiempo en que sirvió como juego erótico.-Le damos al avance y paras donde quieras-. Cuántas veces repitieron aquella frase. Tantas como la de-¿Y hacemos lo que sale?-. Cierto que el DVD permite adelantar y retrasar la imagen con más exactitud. Pero pierde gracia. No pongan esa cara. Me lo contó un amigo. Por cierto, tengo que preguntarle si ha tirado todas sus cintas. Al final va a ser cierto que existe la inmortalidad. Al menos para ciertos sistemas.

Allá por julio comenzó su definitiva desaparición. Pero nadie ha venido a nuestras casas para llevarse las polvorientas cajas repletas de cintas VHS. Algo que agradecería, por ejemplo, mi media mandarina. Por cierto, guardo bastantes sin carátula. Y algunas sin nombre o referencia sobre el contenido. Da igual. Con un fugaz vistazo siempre sabíamos lo que contenían. Hay personas que dicen menos a simple vista. Así que un respeto a los VHS. Ya verán cómo dentro de muchos años seguirán entre nosotros. Si hay todavía pesetas y billetes, que ya no podemos gastar, cómo no van a sobrevivir las cintas en las que metimos gran parte de nuestros sueños.

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Jon Uriarte

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