20 años de la tragedia de Biescas: «Vi por última vez a mi ama cuando se subía al capó del coche»
La guipuzcoana Olatz Alonso narra cómo sobrevivió a la devastadora riada que dejó 87 muertos, entre ellos su madre, que veraneaban en el camping oscense de Las Nieves
javier peñalba
Domingo, 7 de agosto 2016, 12:38
Olatz Alonso es una superviviente del horror que produjo la riada de Biescas. Aquella tarde de hace veinte años era todavía una niña. Tenía 11 años. Dos décadas después, Olatz recuerda aquel dramático episodio «como si hubiese sucedido hace dos horas». Hoy, esta lasartearra será una de las personas que acudirán al homenaje en recuerdo de las víctimas, seis de ellas guipuzcoanas. Entre éstas se encontraba su madre. «Mi ama se merece que esté allí», afirma.
Nada hacía presagiar a los más de 600 veraneantes del camping Las Nieves que aquel lluvioso 7 de agosto de 1996 iba a acabar en tragedia. Eran las siete de la tarde cuando la lluvia empezó a alcanzar una fuerte intensidad en el barranco de Arás, una cuenca de 18 kilómetros cuadrados de superficie que desembocaba, a través de un estrecho cuello de botella, en el terreno ocupado por las instalaciones de los acampados. Durante más de una hora, cayeron 185 litros por metro cuadrado. Los diques de contención de la torrentera se rompieron y una gigantesca ola de piedras, árboles arrancados, fango, maleza y agua arrasó el camping, en el que los campistas esperaban a que dejara de llover. Hubo 87 fallecidos y 200 heridos. A la mañana siguiente, el paisaje era desolador. Los equipos de rescate se esforzaban por sacar los cadáveres entre los escombros. Un año después apareció el último de los cadáveres, el de un niño.
María José Idígoras Urrezola, vecina de Lasarte-Oria; Begoña Azkarate Larrañaga, de Antzuola; Nekane Mitxelena Ormazabal, de Errenteria; el novio de ésta, Iñaki Murua Goñi, también de Errenteria; Patxi Mugarra Igartua, de Oñati, y el niño Jon Soria Alfaro, de Trintxerpe, fueron los seis guipuzcoanos fallecidos. Hoy sus familias les recuerdan con emotividad. Entre ellas, Olatz Alonso, hija de María José Idígoras. «Era la primera vez que íbamos a este camping. En realidad, la intención de los aitas era ir a otro que estaba más cerca de Formigal, pero al no haber sitio fuimos a otro. Y como en éste no estábamos tampoco muy a gusto, esperamos a que en Las Nieves hubiera alguna vacante para meter la caravana. Y así lo hicimos», recuerda Olatz que, junto a su hermano Gorka y su padre, Patxi Alonso, fallecido dos años más tarde, lograron sobrevivir a la riada.
El día 7 amaneció nublado y la familia Alonso Idígoras programó una excursión. «Pensamos ir a un teleférico que había en la zona, pero como los cielos estaban cubiertos, no pudimos hacerlo, de manera que nos dirigimos a un pueblo cercano. Estuvimos dando un paseo, viendo tiendas, compramos algunas cosas y nos hicimos unas cuantas fotos», recuerda Olatz.
Según discurrían las horas, la lluvia ganó en intensidad y tras comer en un restaurante, «regresamos al camping. Mis padres y mi hermano Gorka se quedaron en la caravana descansando. Yo tenía mi cuadrilla de amigas y nos solíamos juntar cerca de los baños. En la parte baja había un local donde la gente solía preparar las barbacoas. Era un espacio cubierto. Y allí nos metimos. Estábamos mi amiga Raquel, de Madrid, su hermano, que era unos dos años mayor que nosotras, y otro amigo de su hermano».
La precipitación para entonces era muy intensa. Ajenas a lo que sucedía en el exterior, Olatz y sus amigos seguían con sus juegos. «De pronto, a través de un pequeña ventana, vi cómo un coche de color rojo se movía solo. No había conductor en el interior y pensé que no habrían puesto el freno de mano o algo así y me dije: 'menuda la que va a liar'».
Aquello, sin embargo, no fue ningún descuido. Y Olatz no tardó en darse cuenta de ello. «Solo unos segundos después, una gran masa de agua inundó toda la zona. El hermano de mi amiga intentó que nos apartáramos de la ventana. Justo entonces vi a mis padres que se subían al capó del coche. Fue la última vez que vi a la ama con vida».
Alejada de la ventana, Olatz y su amiga notaron que el agua empezaba a entrar por debajo de la puerta del local. «El nivel fue subiendo y hubo un momento en el que llegaba casi hasta los hombros». Los momentos fueron de mucha tensión y miedo. «Tengo perdida la noción de cuánto tiempo transcurrió, pero sé que llegó un momento en el que se abrió la puerta. No sé quién lo hizo y el agua comenzó a salir».
La riada remitía, pero comenzaba el drama humano. «Empezaron a llegar hombres y mujeres asustados, niños llorando... Aquello era tremendo. Yo, con solo 11 años, únicamente pensaba en reunirme con mis padres y mi hermano. La última imagen que tenía de los aitas era cuando estaban subidos al capó para no verse arrastrados por la riada».
El rescate
Olatz recuerda que en los instantes posteriores hicieron acto de presencia los servicios de rescate. Sin saber lo que en realidad había y mucho menos imaginar la dimensión de la tragedia, la niña fue conducida a un Patrol de la Guardia Civil. «Me sentaron en la parte de atrás junto a otras cuatro personas. Nos llevaron a un polideportivo. No sé qué localidad era, seguramente, Jaca. Allí, un chico, componente de un grupo musical que solía tocar en el camping, me cogió como si fuese su hermana. Y estuvo en todo momento a mi lado. Se portó de manera increíble conmigo. Me llevó al médico, me acompañó a buscar ropa nueva, alimentos... Me dijo que estuviese tranquila».
Sin saber qué había sido de su familia, Olatz pasó aquella noche en el polideportivo. «Estaba totalmente bloqueada, no entendía la situación, no sabía lo que estaba sucediendo y, por supuesto, no tenía ni idea de la dimensión de la tragedia», señala.
Encuentro con su abuelo
Tras el amanecer, la niña seguía sola. Del polideportivo había sido trasladada a un colegio. «Estaba desayunando cuando de pronto vi pasar a una persona que se dirigía al baño. Me levanté de un salto y dije: ¡mi abuelo! Corrí tras él. Fue mi salvación. No nos dijimos nada, solo me abrazó y me llevó con otros familiares que habían venido de Donostia».
En los minutos posteriores, Olatz supo que su padre se encontraba en el hospital y que su hermano era otro de los supervivientes de la tragedia. «Cuando le vi a Gorka estaba con la pierna escayolada. El aita era que el peor estaba, en el hospital, intubado. Aquella imagen me impactó. Y de mi ama no sabíamos nada, pero para entonces mi familia había sido informada de que había fallecido. A nosotros nos lo dijeron aquel mismo día. Primero nos llevaron a un psicólogo, pero los que nos dieron la noticia fueron los familiares. Cada uno reaccionamos de una manera diferente».
Veinte años después del aquel episodio, Olatz sigue sin saber a ciencia cierta cómo vivieron sus padres y hermano aquellos dramáticos momentos. «Nunca hemos hablado del tema, ni con mi padre ni tampoco con Gorka. Ellos no quisieron hacerlo y yo lo respetaba. A través de terceras personas me han llegado noticias de que mi hermano estuvo agarrado a un árbol y que salvó a una niña. Creo que el aita apareció a más de un kilómetro de distancia del camping y que a la ama le vino encima una caravana».
Olatz afirma que en estas dos últimas décadas los recuerdos de Biescas han ido aflorando periódicamente, sobre todo en verano. «Cuando llegaban las vacaciones, me ponía mala. Pensaba que podrían producirse tormentas y suceder lo mismo que entonces. Pero gracias al tratamiento psicológico, he ido superando etapas».
Su evolución le llevó hace dos años a regresar a Biescas. Hasta entonces no lo había hecho. Cree que necesitaba cerrar aquella etapa y qué mejor que hacerlo en el mismo escenario en el que comenzó. «Estuve unas dos horas sentada donde teníamos la caravana, recordando los momentos buenos que vivimos allí y también los malos. Al final, se impusieron los recuerdos más gratos, los que disfruté junto a mis padres, mis amigas... Aquellos baños en la piscina...».
Y ese espíritu de quedarse con el lado amable de la vida le ha llevado a adquirir una caravana para que «mis hijos puedan disfrutar de lo bien que lo pasé de pequeña. Es cierto que me he alejado de montes, ríos y barrancos. He buscado un lugar más seguro. Estoy convencida de que mis padres estarían orgullosos de que haya podido vencer el miedo. Me gustaría que esto fuera un homenaje a ellos. No deseo que la tristeza me venza. Pretendo tener un espacio en el que poder recordar a nuestros familiares».