El transhumanismo como nueva religión
No se trata de que seamos eternos, nos vale con que vivamos algo más y mejor. La eternidad es cosa de dioses y estos ya fueron amortizados
Luis Haranburu Altuna
Lunes, 1 de agosto 2016, 19:58
Transhumanismo es el vocablo utilizado para significar la penúltima utopía humana que tiene como emblema la búsqueda de la eternidad en virtud de los avances ... científicos y la progresión de las nuevas tecnologías digitales. Se trata de una utopía que viene a relanzar las viejas creencias fundamentadas en las religiones y las ideologías soteriológicas. El hombre ha tenido siempre la obsesión por la eternidad y es gracias a la religión que había sustentado su ambición más deseada. Todas las religiones poseían la promesa de la eternidad e incluso la Biblia se hacía eco de dicha posibilidad articulando el mito de la longevidad. Según se narra en el Génesis, el patriarca Matusalén tenía 969 años cuando murió. Una edad provecta se mire por donde se mire. Pero Matusalén no era eterno, falleció de puro viejo. Fue longevo, pero no eterno. La eternidad existe, sin embargo, en el caso de algunos organismos que, según el científico español Carlos Martínez Alonso, «tienen manifestaciones asociadas a la vida que son inmortales. Hay bacterias que, si uno las mantiene en cultivo adecuado, sobreviven eternamente. Las células madre embrionarias es posible mantenerlas en cultivo eternamente».
Los actuales avances de la biomedicina y de las neurociencias hacen plausible un alargamiento de la edad humana y se especula con la posibilidad de que el desarrollo de las tecnologías digitales pueda hacer posible la réplica artificial del cerebro humano, donde los antiguos suponían que se asentaba el alma humana. Es científicamente posible que en un futuro no muy lejano la información del cerebro pueda ser trasplantada, por ejemplo, a un ordenador, y eventualmente la información podría circular en ambas direcciones, generando una dinámica de conocimientos que dé lugar a nuevos horizontes de la ciencia. Las virtualidades aún por explorar del cerebro humano han hecho afirmar al científico Eric Kandel que, gracias a los avances de la biología molecular, nuestro conocimiento del cerebro permitirá sacarnos de la cueva de Platón. Sean o no ciertas estas expectativas del progreso científico es evidente que nos hallamos en un momento histórico que en términos de progresión científica sitúa a la humanidad ante nuevos umbrales de desarrollo, que permiten ver el futuro con renovada esperanza para alcanzar sustanciales logros en el ámbito de la salud y del progreso tecnólogico.
Son estas expectativas las que ha impulsado a algunos a recuperar el concepto de transhumanismo para significar los nuevos horizontes que se le presentan al género humano. El viejo humanismo del Renacimiento, que Tomás Moro, Erasmo de Rotterdam o Lorenzo Valla formularon como el nuevo paradigma que tomaba distancia con respecto al absolutismo teológico medieval, cobra en la actualidad un nuevo impulso, alejándose definitivamente de las religiones, para tratar de colmar las ansias de progreso, libertad y duración que alientan a todos los humanos. Es evidente que las religiones y las ideologías soteriológicas se han revelado incapaces de solventar dichas apetencias y tan solo queda la ciencia como instrumento para avanzar en la progresión humana. Es esta la esencial revolución que el transhumanismo representa.
Ha sido el pensador y exministro francés de Educación, Luc Ferry, quien ha relanzado el término del transhumanismo en un reciente ensayo que ha provocado una gran debate entre las élites francesas. Debate ahora cercenado por la enormidad del crimen de Niza. En efecto, son acontecimientos como los atentados promovidos por el Estado Islámico los que ponen en tela de juicio el porvenir transhumanista que algunos pretenden augurar. Es cierto que la ciencia ha dado pasos de gigante y que la extinción de muchas enfermedades crónicas augura una mayor longevidad humana, pero ni los éxitos tecnológicos ni los avances científicos permiten prever una humanidad más próspera, libre, justa y humana. La clamorosa ausencia de un sentido ético global que ponga fin a la desigualdad, la pobreza y las guerras sistémicas es una realidad que ocluye cualquier esperanza de mejorar la condición humana con la sola contribución del progreso científico y tecnológico.
El progreso ilimitado y la capacidad infinita del conocimiento humano son los nuevos dioses que tratan de sustituir a los ya amortizados por la secularización y la salida de las religiones históricas. Es por ello que el escritor Alain Damasio ha denunciado «la sórdida religiosidad de los transhumanistas» que solo aspiran a promover la divinización del hombre, venciendo a la muerte y arrogándose el control de la historia.
El transhumanismo aspira a la próxima curación de enfermedades como el cáncer, el alzhéimer o el párkinson y a prolongar la vida humana sin más límite que la voluntad soberana del ser humano, pero adolece de un error tan arraigado como inveterado que se halla en el origen de todas las religiones, y este error no es otro que la negación de la condición contingente de la condición humana. La muerte, la enfermedad y la ignorancia son consustanciales al ser humano y son otras tantas manifestaciones de la vida. Asumir la contigencia humana y construir la precaria felicidad de cada cual son empeños que escapan a la determinación de la ciencia y de la tecnología. Es la vieja herida humana que nos hace personas contingentes, pero autónomas, para alcanzar la excelencia desde la precariedad de la vida. Negar la existencia de la herida humana es caer en la magia o en la invención de una nueva religión. El humanismo reside en el reconocimiento inteligente de la contingencia humana, mientras que el transhumanismo nos remite a pasadas deidades. No se trata de que seamos eternos, nos vale con que vivamos algo más y mejor. La eternidad es cosa de dioses y estos ya fueron amortizados.
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