Ciceron era casero y alquilaba pisos destartalados en Roma.

Acreedores, deudores e inquilinos

Dos mil años después de que los partidarios de Julio César exigieran cancelar las deudas, los jóvenes piden lo mismo y los pensionistas compran pisos para arrendarlos a las clases populares como hacía Cicerón

Javier Muñoz

Domingo, 1 de mayo 2016, 03:27

Las finanzas tienen efectos extraños. Los tipos de interés negativos tal vez ayudan a contener el auge de la extrema izquierda en los países deudores del sur de Europa, pero están alimentando las opciones de extrema derecha en los países acreedores del norte. En España, la sociedad también se está polarizando en dos bandos. A un lado está el partido de los endeudados, el de los jóvenes encadenados a una hipoteca casi de por vida que se lamentan de que sus casas valen menos que lo que pidieron prestado para comprarlas y que, como les pasó a los seguidores más populistas de Julio César en Roma, sueñan con la cancelación de las deudas.

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Al otro lado está el partido de los acreedores, encarnado por los grandes inversores que se resisten a pagar impuestos y por los modestos ahorradores que ya no pueden añadir a su pensión los intereses trimestrales del confortable depósito a plazo fijo del banco. Es un grupo social este último de sienes plateadas que ansía la estabilidad política y sobre todo la del sistema financiero, y que, salvando las distancias, ocuparía hoy el lugar de la facción tradicionalista y conservadora de Roma opuesta a Julio César. Europa gira alrededor de este conflicto tan antiguo como la civilización y que, como en pasadas crisis financieras, es de largo recorrido y no augura nada bueno.

En tiempos de César, los tipos de interés debían de rondar el 6% y eran más bajos de lo habitual en la Antigüedad. Se habían amasado grandes fortunas y había surgido una clase de nuevos ricos que, en medio de grandes tensiones sociales, coexistía con la de los pequeños propietarios que no podían devolver los préstamos. César no suprimió las deudas, sino que instituyó algo parecido a la dación en pago que no contentó a acreedores ni a deudores. Al final, en Roma se pasó de la República al Imperio.

Dos mil años después, los jóvenes europeos reclaman la modernización de la economía, la regeneración de las instituciones democráticas y la desaparición de los paraísos fiscales y de la corrupción. Exigen a los gobernantes tipos de interés bajos para financiar los déficit públicos y las deudas domésticas, y esa política perjudica a sus padres, trabajadores jubilados y prejubilados que no pueden sacar partido a sus ahorros y tienen que ponerse a trabajar (los que pueden) para complementar sus pensiones (el envejecimiento activo que aconsejan los geriatras y los economistas neoliberales).

Como los bancos ya no les ofrecen nada por su dinero, de hecho se lo quitan para dárselo a sus hijos hipotecados a través de los préstamos baratos, algunas personas de la tercera edad se han convertido en modestos inversores inmobiliarios.

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Jubilados metidos a caseros

Expresado en lenguaje llano, se han convertido en caseros como los de las películas de los años treinta y cuarenta del siglo pasado (el viejo señor Potter de 'Qué bello es vivir' era algo más rico que ellos y un avaro de tomo y lomo). Han comprado pisos destartalados y tirados de precio en barrios populares de las grandes ciudades y los han puesto en alquiler. Ese negocio ahora es interesante porque la demanda de alojamiento ha aumentado últimamente. Ya no es tan fácil que le presten dinero a uno para comprar una vivienda protegida, y los contratos temporales y mal pagados obligan a muchos jóvenes a moverse de un lugar a otro y a rastrear y compartir pisos para residir en ellos durante cortos periodos de tiempo.

El fenómeno de los jubilados metidos a caseros, un grupo social que ha existido siempre, se ha detectado en ciudades como Barcelona; en distritos que esas personas mayores suelen conocer bien y en los que se mueven como pez en el agua. En la Roma clásica también había lugares donde el arrendamiento más modesto rendía enormes ganancias.

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Cicerón, el político y jurista romano, contemporáneo de Julio César, invirtió en bloques de viviendas (insulae) de baja calidad y se enriqueció alojando en ellos a las clases populares. Mary Beard, en su libro SPQR. Una historia de la Antigua Roma, escribe sobre este asunto: «Una vez (Cicerón) bromeó diciendo, más por superioridad que por vergüenza, que incluso las ratas habían marchado de uno de sus ruinosos pisos de alquiler».

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