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Caserón que cobija al grotesco ecce homo de Borja.

Cola para dormir junto al Ecce Homo de Borja

Hay lista de espera para residir en el caserón imponente del siglo XVI que cobija la grotesca restauración. El edificio da miedo, pero los alquileres son baratos. Y Amenábar estudia rodar allí su próxima película

Luis López

Jueves, 21 de abril 2016, 01:21

En Borja el cielo avasalla a la tierra porque los campos de garnacha se pierden en un horizonte pálido mientras sobre ellos, suspendidos en la cúpula azul, flotan nubarrones amontonados y enormes. Como si llegase el fin del mundo. De hecho, hay quien cree que realmente estamos cerca de la extinción desde el momento en que esta ciudad aragonesa alcanzó el estrellato planetario no por su riquísima historia, ni por su legado mudéjar, ni por su vino, ni por el olor a pasteles del domingo por la mañana. No. Borja es mundialmente conocida por la extravagancia en la que se ha convertido su Ecce Homo. Esto es, la frustrada y grotesca rehabilitación de una pintura de escaso valor histórico y artístico por parte de una anciana con buenas intenciones pero escaso talento.

Ocurrió hace casi cuatro años y el fenómeno sigue sorprendentemente vigente. «Fue en agosto de 2012, había pocas noticias... No sé, por buscarle una explicación», se encoge de hombros la chica encargada de cobrar dos euros por visitar la pintura. Ni ella ni nadie entiende cómo un chascarrillo local se convirtió en un fenómeno global, hasta el punto de que la reproducción del Ecce Homo de Borja fue uno de los disfraces de Halloween más populares de aquel año en Estados Unidos. Se hicieron documentales, canciones, nubes de periodistas tomaron el pueblo... Y nadie entendía nada.

Aquello atrajo a miles de visitantes, que llegaron a Borja como un maná en lo más duro de la crisis. Así que las autoridades pensaron que no era momento de ponerse tiquismiquis y explotaron el fenómeno. Incluso adornaron el asunto con un 'centro de interpretación', que viene a ser una habitación donde se da fe de lo ocurrido, se aporta la biografía de Elías García -quien ejecutó la pintura original en la década de 1930- y Cecilia Giménez -la señora que la 'restauró'-; y se intercala todo ello con imágenes de programas de cotilleo y montajes varios que recuerdan el momento álgido del extraño episodio.

Y lo más curioso del asunto, dicen los encargados del lugar, es que los miles de turistas entran, se hacen la foto con el engendro, y luego se marchan, sin apenas reparar en el caserón que cobija todo el invento.

Lista de espera

Estamos hablando del Santuario de Misericordia, situado a cinco kilómetros de la ciudad de Borja y a 67 kilómetros de Zaragoza, en el monte de La Muela Alta. Hasta allí iban hace siglos los parroquianos en busca de agua de calidad y ya en el siglo XV existía una ermita, sobre la que en 1546 se terminaría de levantar la actual. Luego se le añadió una vivienda para albergar al cura encargado del lugar. Y más adelante, cuando la afluencia de devotos creció, se comenzó a construir también como añadido un caserón con vocación de hospedería, que viviría sucesivas ampliaciones hasta que en el siglo XVIII se quedó con el aspecto actual. Macizo y de ventanas pequeñas.

El caserón huele a polvo húmedo. A viejo. Los siglos han vuelto irregulares sus suelos y también la superficie de la escalera imponente que da acceso al primer piso. En sus pasillos enormes, que más bien son estancias comunes de una austeridad monacal, dormita algún mueble de madera, alguna silla desvencijada y cuadros de bodegones y de flores marchitas. En los tiradores de algunas puertas, casi en la penumbra, hay incrustadas cartas del banco.

Porque aquí vive gente. Y no solo eso. «Hay una lista de espera de unas siete familias» para residir en el viejo caserón, asegura el alcalde de Borja, Eduardo Arilla. El edificio está dividido en 36 pequeños apartamentos, de entre 20 y 40 metros cuadrados, que se alquilan al modesto precio de entre 100 y 150 euros al mes. La mayoría se encuentra en manos de gente que tiene aquí su segunda residencia, igual que la tuvieron sus padres y sus abuelos, y que solo acude a esta zona de pinares y paseos en verano y los fines de semana. Aunque también hay dos familias que residen de manera permanente.

El edificio está gestionado por una fundación Sancti Spiritus, cuyo presidente es el primer edil del pueblo y los patronos, los concejales. Parte de su financiación llega de los beneficios que reporta el extraño caso del Ecce Homo, que se han destinado a mejorar la residencia de ancianos del pueblo, a crear empleo y, este año, irán para rehabilitar el caserón. Un sitio tan misterioso que, asegura el alcalde, en fechas recientes ha sido visitado por el director de cine Alejandro Amenábar en busca de localizaciones para su próxima película.

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