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El ama de cría pasiega Concepción Crespo Sáenz 'Cionina' (Selaya, 13 octubre 1920) posa con el niño que amamantaba en Santander, Ignacio María Fernández de Velasco.

¿Por qué las nodrizas eran casi todas pasiegas?

La fama de las amas de cría de estos valles cántabros se extendía por toda la península tras ser las preferidas por los reyes para amamantar a sus recién nacidos

Gonzalo De las Heras

Sábado, 30 de enero 2016, 00:58

En Granada existe una Plaza de las Pasiegas, frente a la catedral, y no tiene que ver ni con las quesadas ni con los sobaos, los dos productos más conocidos de entre los que exporta el Valle del Pas. El origen del nombre hay que buscarlo en las nodrizas, las 'amas de cría' que alimentaban con su leche a los hijos de la nobleza y alta burguesía a cambio de dinero. Según se cuenta, no tardaban en ser contratadas una vez que llegaban hasta la ciudad nazarí ¿Pero cómo había llegado la fama de las nodrizas cántabras hasta el otro extremo de la península?

Para esas alturas del siglo XIX granadino, los reyes ya llevaban algunas generaciones criándose con leche materna de pasiegas. El origen hay que buscarlo en el siglo XVII, cuando las nodrizas eran ya comunes entre los borbones. Y no sólo para criar a los recién nacidos. El Gran Duque de Alba (1531-1582), o el rey Enrique IV de Francia (1553-1610), terminaron sus días siendo amamantados cuando no eran capaces de alimentarse de otra manera. Si se entendía que la leche materna era buena para los niños, ¿por qué no iba a serlo para los ancianos? Así que, al menos durante la edad media y moderna, si se sabe que se amamantaba a personajes históricos, se supone que no serían las únicas personas mayores en ser alimentadas de esa forma.

Así, dentro de esa tradición, no extraña que fuera Fernando VII el primero en solicitar un ama de cría española para Isabel II, la hija que tuvo con su sobrina María Cristina (y que fue reina con tres años de edad). La encargada de la labor fue Francisca Ramón González, una cántabra de Peñacastillo que contaba entonces con 21 años. Contaba con una nodriza de retén, Josefa Falcones, de 19 años, de Torrelavega.

Requisitos

Pero no bastaba con ser pasiega, o cántabra, para ser nombrada nodriza. Y menos aún para serlo en la familia real. Tenían que cumplir una serie de requisitos, pues se trataba de una labor institucionalizada que, por decirlo así, realizaba una convocatoria oficial. Tenían que tener entre 19 y 26 años, estar criando a su segundo o tercer hijo (y desde hace menos de tres meses). Tenían que estar vacunadas y no podían haber criado a hijos ajenos. Todos estos requisitos, junto a otros, como no padecer o haber padecido enfermedades en la piel (ella y su marido), eran revisados por el médico de la corte. También se tenía en cuenta la buena conducta moral (certificado que expedía el cura del pueblo), la complexión robusta y que su marido se dedicara a las labores del campo. Después de cumplir su labor, volvían al pueblo, para seguir cuidando a los 'hermanos de leche' de los monarcas e infantes (de ahí precisamente viene la expresión). Muchas veces, como muestra del cariño que se habían ganado, llegaban con presentes decorados con el sello de la familia real. La virgen de Valvanuz (Selaya), patrona de los pasiegos, conserva más de uno de esos regalos en calidad de ofrenda.

Poco después ya eran las pasiegas las nodrizas de referencia de los reyes. Y, como en todas las épocas, lo que para la Corte era una institución, poco tardaría en convertirse en signo de riqueza, primero para la nobleza, y luego para la más alta burguesía. Tanto que el fenómeno adquiere un tamaño que excede lo circunstancial. De hecho, el Museo de Amas de Cría de Selaya tiene documentado el nombre de más 400 nodrizas de la zona. Las nodrizas no procedían exclusivamente de los valles pasiegos, pues también llegaban a la capital procedentes de toda la costa cantábrica, pero las más valoradas eran las pasiegas, seguramente por su relación con la Casa Real.

El flujo de jóvenes pasiegas que partían en carretas, acompañadas por un perrito al que daban de mamar para que no se les cortara la leche, duró hasta principios del siglo XX, pero es algo que parece definitivamente del pasado. No en vano, mujeres como Basilia Carral, que murió hace un par de semanas con 97 años de edad, son de las últimas de las que se tiene constancia.

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