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Debe a la aloína su poder laxante.

Aloe vera, a prueba de manazas

Utilizada desde la antigüedad como una planta curativa, apenas requiere cuidados y resiste como pocas a plagas y enfermedades

José Ignacio martín

Sábado, 17 de octubre 2015, 01:05

Cuentan que estaba Alejandro Magno zurrándose a conciencia con los persas en el asedio a Gaza, allá por el año 332 antes de Cristo, cuando un dardo le alcanzó en un hombro. Acabada la faena, el rey macedonio continuó camino de Egipto y la herida se infectó. Un discípulo del filósofo Aristóteles, que había sido maestro del propio conquistador, le trató con aceite de aloe vera y le curó. Si era bueno para el jefe lo sería también para la tropa, así que Alejandro decidió tomar la isla de Socotra, frente a las costas de Somalia y perteneciente en la actualidad a Yemen, por la gran abundancia de esta planta en sus tierras, a fin de utilizarla para curar las heridas que infligían a sus soldados las huestes de Darío III. O eso cuentan.

Historia y leyenda se mezclan en la vastísima literatura sobre esta suculenta, cuyo origen se sitúa en las tierras áridas y semidesérticas del continente africano pero que se ha extendido por las regiones cálidas de todo el mundo. Los nombres de Nefertiti, Cleopatra, Cristóbal Colón, Marco Polo o Ghandi aparecen asociados en muchos escritos al aloe vera, sábila o acíbar, esta última denominación debida al sabor amargo de su pulpa. También sobre sus propiedades cosméticas, curativas y nutricionales hay mucho mito. En algunas culturas de la antigüedad se consideraba una especie de 'curalotodo', pero incluso ya metidos en pleno siglo XX se ha llegado a decir que cura el sida y el cáncer. Obviamente, nadie lo ha demostrado aún. Para lo que aquí interesa, basta con saber que tiene más de doscientos componentes, entre ellos vitaminas, enzimas, aminoácidos y minerales, y que sí ha probado su eficacia al menos como regenerador de la piel y para determinados problemas digestivos, aunque se le atribuyen también propiedades antiinflamatorias y analgésicas, entre otras muchas.

Dónde comprarlo

Con la historia milenaria que lleva a sus espaldas, lo que está fuera de toda duda es su capacidad de supervivencia, lo que le hace especialmente recomendable para nuestro balcón. Lo primero es asegurarse de que es aloe vera. Eso significa precisamente 'vera', que es el verdadero aloe. Se han identificado más de doscientas variedades, de las cuales apenas media docena tienen todas las propiedades que se le atribuyen. Además continuamente surgen otras especies, ya que al mezclarse con otros tipos (no puede autofecundarse) aparecen nuevos híbridos. Por eso lo más aconsejable es comprar un ejemplar en un vivero de confianza y reproducirlo a partir de los hijuelos que le brotan sobre todo y en gran cantidad una vez que alcanza la madurez, a partir de la primera floración. Las flores son precisamente uno de los factores que distinguen al aloe vera de otros parientes, ya que son amarillas, mientras que otras variedades las tienen rojas o naranjas.

Cómo plantarlo

Si la planta viene en un tiesto de plástico es mejor cambiarla a uno de barro sin esmaltar y de las dimensiones adecuadas, asegurándose de cubrir bien las raíces y el tronco hasta el mismo nacimiento de las hojas. El exceso de humedad es uno de los dos grandes enemigos del aloe (el otro son las heladas), y las macetas de terracota permiten que transpire el agua sobrante. También con el objetivo de evitar encharcamientos, conviene depositar un buen drenaje de piedras, grava o arcilla expandida en el fondo -con dos o tres dedos sería suficiente-, y un sustrato muy permeable. El idóneo es el que venden para cactus y plantas crasas, pero podemos prepararlo en casa con una mezcla de tierra y arena de río.

Riego

En principio, un riego cada dos semanas es más que suficiente, pero depende de las condiciones meteorológicas, la época del año, el lugar, la mayor o menor porosidad del suelo Como siempre, el mejor método es la observación. Cuando la tierra ya esté seca es el momento de echarle de nuevo agua, no antes. Hay quien incluso propone esperar a que el sustrato esté tan reseco que se contraiga y empiece a separarse de la pared del tiesto, pero quizás resulte excesivo. Las exigencias de abonado son también mínimas, en primavera y verano con humus de lombriz o cualquier otro fertilizante orgánico, y es muy resistente a plagas y enfermedades.

En conclusión, el aloe vera es ideal para aficionados a la jardinería cafres, despistados o apresurados. No será la planta de la vida, la panacea que se ha creído ver en otras épocas, pero ella misma sí que roza la inmortalidad. Además de lo dicho hasta ahora, solo requiere una exposición generosa al sol y mantenerla a salvo de los fríos intensos. Entre 18 y 25 grados está en el paraíso; por debajo de 5 conviene ponerla a resguardo, bien acercándola a una pared o bien dentro de casa junto a una ventana. En zonas con inviernos muy extremos, de hecho, se aconseja mantener la planta en interior hasta la llegada de la primavera.

La reproducción es muy sencilla. Se hace a través de los hijuelos que brotan de las raíces y que en todo caso conviene quitar, ya que restan fuerza a la madre. Una vez que los estolones miden entre cinco y diez centímetros, se arrancan con algunas raicillas y se replantan en un sustrato similar. Ayúdate si es necesario de un cuchillo, ¡y cuidado con dañar la planta! Hay otro método más seguro, que consiste en sacar el aloe entero del tiesto y separar a mano sus retoños. Es especialmente recomendable cuando hay varios, y podemos aprovechar para renovar y fertilizar la tierra original. En ambos casos es mejor esperar un par de semanas antes de volver a regar las macetas para que cicatricen las heridas de las raíces y evitar que se pudran.

Plantas adultas

La cosecha, con paciencia. El aloe vera no alcanza todas las facultades terapéuticas que se le atribuyen hasta la madurez, a partir de los dos o tres años. Tampoco hay prisa por sacarle partido, ya que se trata de una planta muy longeva. Empieza por quitar las hojas más externas y próximas al suelo, que son las más antiguas, y corta lo más cerca posible del tronco con un cuchillo bien afilado. Aunque hay quien lo hace, resulta peligroso para la planta coger solo el trozo que vamos a utilizar y dejar el resto. Es preferible retirarla entera y conservar lo que sobre en el frigorífico, dentro de un frasco de cristal opaco para retrasar la oxidación y la pérdida de sus características.

Usos del aloe vera

A menos que tengas problemas de estreñimiento, ojo con el látex amarillento que desprende la penca. Contiene aloína e ingerido tiene propiedades laxantes, por lo que si no es eso lo que buscas -y si lo es, consulta antes al médico-, mejor pon a escurrir la hoja con la base hacia abajo en un vaso durante unos minutos. El elemento interesante a efectos dermatológicos, para regenerar la piel, en caso de quemaduras, irritaciones, acné, psoriasis o manchas solares, o para aliviar dolores y cansancio en extremidades y articulaciones, es el gel traslúcido del interior de la penca. En función del uso que se le vaya a dar, habrá que desprenderlo o no de la hoja. Si se va a aplicar directamente, basta con recortar los bordes espinosos y hacer por ahí mismo una incisión a lo largo, desde la punta hasta la base y dejando gel en ambas mitades. Se lava la hoja para eliminar la savia amarilla, que puede ser irritante, y se fota sobre la zona afectada agarrándola por el exterior, o sujetándolo con una gasa y esparadrapo si el contacto tiene que ser prolongado.

Para otro tipo de preparaciones caseras hay que extraer el gel transparente y siempre limpiar todo resto de látex. Sacar la pieza lo más entera posible requiere un poco de destreza, pero es cuestión de práctica. Igual destrozas las primeras hojas, pero ya aprenderás. Una alternativa es, partiendo del procedimiento anterior, separar con una cuchara la parte carnosa de las dos mitades de la hoja. Pero también se puede intentar sacar entero el gel, retirando primero un lado de la vaina y luego el otro. Lo lavamos bien bajo un chorro de agua y ya está listo para elaborar geles, jabones, protectores solares, lociones para después del afeitado o la depilación, cubitos congelados contra quemaduras e incluso zumos. Habrá que hacerlo cuanto antes, ya que se oxida con rapidez

Cómo hacer jabón

En este punto, mejor consulta alguna fuente especializada. Yo he intentado hacer jabón de aloe vera sólo en una ocasión, justo para explicar el proceso en este artículo, y los resultados desde el punto de vista estético son manifiestamente mejorables. La pastilla se formó bien, como se puede comprobar en la foto, pero la superficie quedó cubierta de una capa de espuma que no acabó de solidificar y que tuve que retirar. La espuma se generó al batir el gel extraído de la hoja con otros ingredientes, y probablemente si lo hubiera dejado reposar o hubiera retirado esas burbujas antes de incorporar la mezcla a la gelatina, habría evitado el problema. Volveré a probar cuando crezca lo suficiente otra hoja.

Hay distintos métodos, pero el más sencillo consiste en mezclar el gel obtenido de la planta, pasado previamente por la batidora, con glicerina, que se vende en las tiendas de productos para la elaboración casera de jabones. El contenido de una penca de aloe de tamaño medio basta para medio kilo o más de glicerina. Esta se corta en trozos y se deposita en un cuenco de cristal o loza para derretirla, ya sea en el microondas o poniendo el recipiente al baño maría en una cazuela. Una vez que la glicerina esté licuada, se agrega poco a poco el gel de aloe sin parar de remover con una espátula o una cuchara de madera. De forma opcional, se pueden añadir otros ingredientes, como aromatizantes, colorantes Cuando todos los elementos estén bien revueltos, la mezcla se vierte en unos moldes de silicona, para que luego se pueda desmoldar con facilidad, y se espera a que endurezca por completo, hasta 24 horas.

Si lo intentas, espero que tengas más suerte -o mejor mano- que yo.

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