Galíndez: héroe transversal
Fue esa clase de líder que tanto hemos echado en falta en el País Vasco durante los terribles años del terrorismo: un auténtico ‘hombre para los demás’
Los grandes conflictos que dan lugar a cambios de ciclo histórico suelen propiciar la aparición de nuevos líderes en la escena pública; individuos cuyas biografías ... se emplean años después para explicar esos periodos a los jóvenes. En los relatos simplificados del pasado, la necesidad de presentar asuntos complejos a través de personajes, fuerza a los docentes a hacer una especie de película de buenos y malos de cada gran momento histórico. Y hay periodos en que son muchos y muy atractivos los actores de la historia entre los que elegir; mientras que en otros estos escasean. El 12 de octubre de 1915 nació en Amurrio Jesús Galíndez; una figura sin realizaciones espectaculares, pero con una trayectoria personal que supera las barreras ideológicas, convirtiéndose en un modelo ético para todos.
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La actuación partidista de alguien garantiza que una parte de la población le jalee como uno de los suyos, propiciando que su memoria sea enaltecida mientras ese partido esté en el poder. Esto ha propiciado que haya golpistas de derechas y de izquierdas que tengan su nombre inscrito en monumentos y espacios públicos. Por el contrario, estos personajes tienen la desventaja de ser silenciados e incluso denigrados sistemáticamente por los formadores de opinión e historiadores de los demás partidos. Por esto difícilmente se llegan a incorporar políticos al santoral laico que toda comunidad debe ofrecer a sus jóvenes como ejemplo. Así se explica que las discrepancias sobre el contenido de los textos escolares, pues dependen de quién gobierne en cada comunidad autónoma. Lo que se enseña en clase se basa en libros de historia con idearios políticos o identidades nítidas: de derechas y de izquierdas, españolistas y vasquistas.
Mucho más complicado resulta la promoción de quienes han cambiado de ideología, no han sido fieles a la línea oficial o han realizado actuaciones pactistas; pues su heterodoxia o carencia de partido motiva que no se les reivindique. Es el caso de líderes transversales como Jesús de Sarría, Julián Besteiro, Dionisio Ridruejo o Josep Tarradellas. Personajes empáticos y equilibrados, que precisamente por eso no suscitan entusiasmo ni siquiera en los partidos en que militaron. Su destino en la partidista historia actual es el olvido.
Huérfano de madre, Galíndez fue educado en el internado de los jesuitas en Madrid; sus veraneos le inspiraron una identificación con su tierra y a los 17 años se sumó a la Juventud Vasca. Con solo 20 años y en su calidad de ayudante del diputado peneuvista Manuel de Irujo tuvo una discreta y eficaz actuación en el salvamiento de numerosas personas de derechas durante los primeros meses de la Guerra Civil. Primero, ambos ayudaron informalmente a muchos perseguidos; y una vez que gozaron de una autoridad, contribuyeron a institucionalizar los mecanismos de seguridad y justicia de aquel Madrid asediado y caótico. La ecuanimidad y servicialidad de Irujo y Galíndez en los momentos en que casi todos se dejaron llevar por las pasiones les convirtió en una honrosa excepción. Exiliado en la República Dominicana, Galíndez compatibilizó su trabajo en favor de los refugiados vascos con las labores de espionaje contra nazis y comunistas para el Gobierno de Estados Unidos (que con sus pagos permitía la subsistencia de muchos exiliados). También dio cauce a sus vocaciones de jurista y de docente, impartiendo clases de derecho en la universidad. Sin patrimonio personal, puso siempre sus principios por delante de sus intereses particulares. No hizo uso en beneficio propio de su ascendiente sobre el hijo del dictador Leónidas Trujillo, sino que acabó respaldando las reivindicaciones de los trabajadores frente a esa dictadura. Esto acabó conduciéndole a un segundo exilio en EE UU. Galíndez no escarmentó después de tener que rehacer de nuevo su vida. A su lucha antifranquista añadió la agitación contra la dictadura de Trujillo, escribiendo una demoledora tesis doctoral que provocaría su secuestro, tortura y asesinato.
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El que este modesto activista político vasco, nacionalista, conservador y católico inspirase una extraordinaria novela a un famoso escritor catalán, cosmopolita, comunista y ateo Manuel Vázquez Montalbán da idea de su excepcionalidad. No tuvo cargos importantes, sus escritos no han dejado huella, fracasó en su lucha contra dos dictaduras Pero su línea de vida, marcada por la coherencia y la defensa de los derechos humanos, le convirtió en un personaje internacional y atemporal. La clase de líder que tanto hemos echado en falta en el País Vasco durante los terribles años del terrorismo: un auténtico hombre para los demás.
El que este centenario haya transcurrido sin celebraciones demuestra que si un partido se olvida de uno de los suyos, a la sociedad civil le faltan reflejos para adoptarlo y reivindicarlo. La gente sabe tan poco de esos heterodoxos como de otros agentes del cambio sin una fundación u asociación que los recuerde: educadores, empresarios, activistas cívicos Los que no se apean de los libros de historia son personajes rotundos e imposibles de asumir por gran parte de la ciudadanía como Sabino Arana, Largo Caballero o Franco. Lo cierto es que una sociedad abierta y plural necesita ejemplos cívicos; unos personajes que puedan ser aceptados por casi todos, santones laicos que inspiren a la juventud y sean recordados con reverencia. Por eso hay que despolitizar la educación, la museología, las conmemoraciones y el callejero; y por eso nos resultan tan preciosos los líderes transversales como Jesús Galíndez.
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