El nuevo barco del rey Juan Carlos
El velero de época que el monarca acaba de adquirir es un modelo mítico que contribuyó a limpiar la navegación deportiva de su pátina elitista
Pascual Perea
Viernes, 2 de octubre 2015, 02:03
Los medios se hacían eco esta semana de la compra de un barco por el rey Juan Carlos, un velero de época con 86 años de antigüedad con el que pretende participar en regatas de corte clásico. Casi todas las informaciones publicadas compartían un mismo error: que la embarcación mide seis metros de eslora. La confusión viene del nombre de la clase -el modelo- del barco, bautizado como 6metreR, y que está relacionado con su rating, es decir el coeficiente de corrección que se aplica a sus tiempos en regata para que pueda competir en igualdad de condiciones con otras embarcaciones diferentes. En realidad, el barco mide casi el doble, 11,35 metros de eslora.
Esta clase, una de las de mayor solera de la navegación deportiva, fue diseñada a principios del pasado siglo en un intento de hacer las regatas más justas al unificar los diversos modelos, que eran sometidos a complicadísimos y siempre polémicos cálculos para equilibrar sus posibilidades. En 1906, bajo los auspicios del príncipe de Gales, nació la Primera Regla Internacional para Clases de Regata. Acomodándose a ella, el ingeniero y diseñador naval Kenneth Davidson quiso crear un yate de tamaño contenido y fácil de transportar para que las clases acomodadas emergentes pudieran incorporarse a las regatas sin tener que romper la banca. Se trataba, en resumen, de una versión a pequeña escala de las goletas con que los potentados de la época competían en busca de trofeos de enorme prestigio social, como la Copa América.
Los reyes de la regata
Los primeros barcos comenzaron a navegar en 1907. Su silueta estilizada y elegante, con exagerados lanzamientos de proa y popa, una manga contenida y una quilla corrida elegantemente esculpida, era una concesión a los gustos de la época y un homenaje a los grandes diseñadores, pero también consecuencia de un diseño muy marinero y de elevadas prestaciones náuticas. Su exito fue inmediato, hasta el punto de ser designados para competir en los Juegos Olímpicos de Londres de 1908, y durante los siguientes sesenta años se mantuvieron como clase olímpica, hasta los Juegos de México. También regatearon en la Copa Británico-Americana, que llegó a alcanzar un prestigio incluso mayor que el de la Copa América. En los felices años 20 y los inquietantes 30 del pasado siglo fueron sin discusión los reyes del campo de regatas. Después de la II Guerra Mundial, sin embargo, su tamaño fue considerado excesivo para una época de escasas alegrías económicas, y tuvieron que ceder el protagonismo a clases de menor eslora.
En los años 80 experimentaron un nuevo auge. Muchos fueron restaurados, y otros construidos desde la nada por diversos astilleros artesanales siguiendo los planos originales, aunque con pequeñas diferencias de eslora y distintos aparejos según las modas imperantes. En la actualidad hay unos mil quinientos barcos 6mR navegando y regateando por aguas de todo el mundo.
En los últimos años, con la batalla por las grandes esloras estirada hasta la extenuación, ha resurgido el interés por los veleros clásicos como una forma de diferenciarse del adocenamiento de los barcos de serie y sin alma. Millonarios caprichosos y firmas de lujo costean la restauración de viejos balandros de madera que se pudrían en los varaderos, y competiciones de barcos de época, como la Panerai, han recuperado el antiguo esplendor de estos veleros en exclusivas regatas de verano, brindando bellas estampas que antes sólo veíamos en tonos sepia.
Recuerdos de juventud
Hace apenas dos semanas, el Rey regateó en aguas de Sanxenso en una embarcación de la clase 6mR, el Acacia de su amigo Mauricio Sánchez-Bella. La experiencia le entusiasmó, y no solo por resultar ganadores en la modalidad de clásicos del trofeo Rias Baixas. Tal vez recobró a la caña aquellas sensaciones de su juventud, cuando navegaba en su primer Fortuna -un barco de la clase Dragón, de similar filosofía que el 6mR aunque algo más pequeña, surgida en 1929 y de enorme éxito a lo largo del pasado siglo-, con el que compitió en las Olimpiadas de Munich de 1972 y que hace cuatro años donó al Museo Olímpico de Barcelona. O tal vez consideró que la regla de clase que exige que el timonel permanezca sentado en su puesto durante toda la prueba se adecúa a los achaques que sufren sus castigadas caderas. El caso es que inmediatamente se puso a buscar un barco gemelo.
Lo encontró en Loviisa, al sur de Finlandia. Botado en 1929 y recientemente restaurado por su propietario, el empresario finés Michael Cedercreutz, utilizando maderas nobles como caoba, cedro amarillo, olmo americano y pino de Oregón, el Ian se vendía por 65.000 euros aunque se desconoce si tras las negociaciones, que llevó a cabo personalmente, don Juan Carlos consiguió arañar algo este precio. El barco posee un impresionante palmarés que empezó a acumular al año de su botadura, al ganar en 1930 la prestigiosa Copa de Oro Escandinava. A partir de ahora competirá con el pabellón de la Corona española.