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óscar b. de otálora
Domingo, 26 de julio 2015, 00:43
Jornada del Muerto es el nombre de un desierto atravesado por caminos que no conducen a ninguna parte. Está ubicado en Nuevo México y lo atraviesa una ruta de 160 kilómetros de arena y nada. Sin agua, sin apenas vegetación y sin vida. Fue descubierto en el siglo XVI por Juan de Oñate, un español nacido en México y descendiente de una familia vasca, a su vez, vinculada a la Casa de Haro, los señores de Vizcaya. Al parecer, tomó el tétrico nombre por el caso de un alemán fugado de la Inquisición española que falleció mientras intentaba cruzar el desierto. En uno de los extremos de este infierno se encuentra Socorro, el nombre que le dieron los españoles al único lugar habitable de la región. Allí fueron ayudados por los indios tras haber naufragado en aquel mar de arena.
Siglos más tarde, en 1944, Socorro fue conquistado por miembros de la Policía Militar norteamericana. Llegaron con la intención de realizar viajes a caballo hacia un lugar remoto del interior del desierto pero, ante la imposibilidad de encontrar agua, tuvieron que utilizar jeeps y camiones pesados. En medio de la nada comenzaron a construir bunkers y dos gigantescas torres, una de madera y otra de metal. En la primavera de 1945 ese erial era ya el lugar más peligroso del mundo.
Hace 70 años, el 16 de julio de 1945, en ese desierto explotó la primera bomba atómica de la historia, un monstruo cuya detonación fue equivalente al estallido de 19.000 toneladas de TNT. Era la culminación de un diseño de los científicos del denominado 'Proyecto Manhattan', el plan secreto estadounidense para construir el arma nuclear con el que vencer de forma definitiva en la Segunda Guerra Mundial. El 'Proyecto Manhattan', dirigido por el físico Robert Oppenheimer, supuso la primera vez en la historia de un país en el que las mentes más privilegiadas del mundo científico, las principales industrias pesadas y sus ingenieros, todo un ministerio de Defensa y la administración al completo de Estados Unidos se pusieron de acuerdo para desarrollar un proyecto militar. Llegar al desarrollo de la primera bomba -llamada 'Gadget', artilugio- no fue nada fácil.
Uno de los momentos clave tuvo lugar el 2 de agosto de 1939, cuando el premio Nobel Albert Einstein remitió una carta al presidente norteamericano Franklin D. Roosvelt en la que se ponía a su disposición para desarrollar una bomba de este tipo; le daba algunos consejos y le advertía de que los nazis podrían estar duplicando las investigaciones ya iniciadas por los americanos para dominar la energía nuclear con fines bélicos. Tras conocer los efectos de la explosión atómica sobre la población civil, Einstein se arrepintió de haber enviado esta misiva a Roosevelt.
Leyes antisemitas
El inspirador de la carta era Leo Szilard, un científico húngaro refugiado en norteamérica por la persecución de los nazis. Como él, varios expertos europeos en el campo nuclear habían llegado a Estados Unidos huyendo de la barbarie fascista y habían continuado sus experimentos. Entre ellos se encontraba también Enrico Fermi, un italiano que temía que su esposa judía fuera víctima de las leyes antisemitas de Mussolini. Sus investigaciones sobre las reacciones en cadena fueron indispensables para que se produjese la explosión de Jornada del Muerto. En este sentido, muchos de los impulsores de la primera arma nuclear eran exiliados europeos tremendamente motivados en su trabajo por el temor a que una bomba atómica llegase a manos de Hitler.
Todos los esfuerzos condujeron a la denominada 'prueba Trinity', el estallido del que ahora se recuerda el 70 aniversario. Pero la primera explosión en aquel rincón perdido no fue la de la bomba atómica. El 7 de mayo de 1945 los expertos hicieron estallar 100 toneladas de TNT en la torre de madera para ajustar los instrumentos que medirían los efectos del estallido nuclear. El 16 de julio de 1945, colocaron sobre la segunda torre elevada en la zona, una estructura metálica de veinte metros de altura, un dispositivo esférico con plutonio idéntico al que se emplearía en Hiroshima.
En ese momento se desconocía cual sería el efecto de la bomba y había apuestas sobre si alguna vez llegaría a estallar. Algunos de los científicos que participaban en el proyecto se mostraban incluso más pesimistas y temían que la reacción en cadena generase daños irreparables en la Tierra o llegase a incendiar toda la atmófera. Las dudas se resolvieron a las 5.29 horas de la mañana cundo se pulsó el botón del detonador. La bomba estalló y abrió un crater de 3 metros de profundidad y 330 metros de diámetro. La nube en forma de hongo alcanzó los doce kilómetros de altura y la explosión pudo sentirse a 160 kilómetros de distancia. Para mantener el secreto sobre la prueba, el Ejército difundió un comunicado diciendo que se había tratado de la explosión fortuita de un antiguo almacén de munición.
Hay dos frases que han pasado a la historia y que, según la leyenda, se pronunciaron segundos después de la explosión. La más prosaica es la del físico Kenneth Bainbridge, quien se dirigió al director del proyecto, Robert Oppenheimer, y exclamó: Nos hemos convertido en unos hijos de puta. Oppenheimer fue más poético. Citó el canon de la religión hindú, el Bhagavad Gita, y sentenció: Me he convertido en muerte, en destructor de mundos.
Tsar, la mayor bomba de la historia
Desde ese día, en el planeta han estallado más de 2.000 bombas atómicas de forma controlada. El país con mayor número de ensayos es Estados Unidos, con un total de 1.032 detonaciones, seguido por Rusia, que ha hecho explotar 715 dispositivos. La detonación más reciente la ha realizado Corea del Norte. La dictadura de Kim Jong Un llevó a cabo un ensayo nuclear subterráneo en febrero de 2013 cuya fuerza bélica se desconoce pero que causó un terremoto de casi cinco grados en la escala Richter. Esta iniciativa fue un desafío del sátrapa norcoreano a la comunidad internacional y, en especial, a Estados Unidos.
Durante la dictadura soviética, Rusia tuvo sus propios Alamogordo repartidos en distintas regiones, aunque el más importante de todos es Nueva Zembla, un archipiélado situado en el océano Ártico. En una de sus islas se produjo la explosión de la mayor bomba atómica fabricada hasta la fecha, denominada Tsar, nombre ruso para el Zar. Este dispositivo fue arrojado desde un avión el 30 de julio de 1961 y estalló con la potencia de 60.000 kilotones (60 millones de toneladas de TNT). El hongo nuclear que levantó alcanzó los 64 kilómetros de altura. Se estima que Tsar tan sólo buscaba fines propagandísticos ya que era prácticamente imposible de transportar por su tremendo peso y su factor de amenaza era menor en comparación con los misiles de cabeza nuclear.
El Alamogordo más cercano a España se encuentra en Argelia, en una zona desértica de la región de Regganne, a 1.700 kilómetros al sur de Argel. Este ensayo nuclear, denominado 'Gerboise Bue' (Jerbo Azul), fue llevado a cabo por el Ejército francés el 13 de febrero de 1960 y supuso el estallido del mayor artefacto nuclear fabricado hasta ese momento ya que triplicaba la potencia de la bomba lanzada sobre Hiroshima. La prueba fue una demostración en estado puro de la soberbia gala. Se llevó a cabo en plena guerra de Argelia y el general De Gaulle, nada más conocerse que había sido un éxito, lanzó un hurra y declaró: Desde esta mañana, Francia es más fuerte y orgullosa. En 1990, París reconoció que debía indemnizar a más de 150.000 personas afectadas por sus ensayos nucleares, entre ellos, sus propios soldados, a los que usó de conejillos de Indias.
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