En realidad, la sede de la Sociedad Bilbaina en la calle Navarra es una jovencita si la comparamos con el propio club, que está celebrando ... su 185 cumpleaños. Aun así, el edificio, que 'solo' tiene 111, encarna de manera inmejorable esa condición de la entidad como presencia constante y sólida en la vida de la villa: uno camina por sus suelos de roble, entre cuadros de Guiard, Arteta o Arrue, con esas codiciadas vistas sobre el Arriaga y El Arenal, y se siente transportado a un Bilbao fuera del tiempo. Y casi también del espacio, porque por aquí ha pasado medio mundo: en la sala de billar jugó Bob Dylan, que aprovechó y se retrató para la revista 'Rolling Stone', y en la sala de ajedrez hay una mesa firmada por Anatoli Kárpov. La sociedad recibirá el lunes la visita del rey Felipe VI, así que parece un buen momento para repasar estos 185 años junto a su presidente, el médico Juan Ignacio Goiria Ormazabal.
–Entremos con la imaginación en aquella primera sede de la Sociedad Bilbaina, en la Plaza Nueva. ¿Qué nos encontramos?
–Fundamentalmente, a un grupo de socios muy representativos de lo que era la sociedad bilbaína. Como consecuencia de las guerras carlistas, había grupos de gente enfrentada y fue un ambiente de confraternización. El primer presidente fue Máximo de Aguirre, que luego fue alcalde de Bilbao, e incluso se incorporó el general Maroto, que era todo lo contrario. Bilbao se había empezado a hacer más internacional, con la cultura del hierro, y se notaba la influencia inglesa. Nació como una sociedad de cultura y recreo; de lectura, sobre todo.
–Y no se podía comer dentro. ¡Eso sí que es un cambio!
–No había nada de gastronomía. Hasta 1880, aproximadamente, no se incorporó la comida. Lo más importante era lo que yo creo que tiene que volver a ser: que las personas hablemos cara a cara de temas interesantes, sean cuales sean. De política es mejor no hablar mucho, para no tener enfrentamientos, pero sí de las cuestiones importantes: de cultura, de la natalidad, del envejecimiento de la población...
–Aquello era un piso, ¿no?
–Sí, un piso muy grande que fue creciendo, pero un piso. Se quedaba pequeño y, a finales del siglo XIX, empezaron a mirar cómo hacían el cambio de sede. Se sacó a concurso y ganó Emiliano Amann, un arquitecto muy joven pero que había viajado mucho. La sede actual se acabó de construir en 1913. Los socios pusieron mucho dinero y además se pidió un crédito de cuatro millones de pesetas.
–El cambio del piso a esto sería un shock, tanto para los socios como para los que miraban desde fuera...
–Era el edificio civil más importante de Bilbao, un reflejo de aquella sociedad en pleno auge con la siderurgia, la minería... Y tiene muchas peculiaridades. Es muy grande, con todos los salones conectados: como llovía tanto en Bilbao, hicieron que se pudiera pasear por dentro de la sociedad, sin mojarse. La biblioteca sigue siendo una de las joyas de la corona. Entre otras muchas cosas, tenemos incunables, fueros de Bizkaia y también la mayor colección de cartas náuticas, que no vienen tanto de compra: este edificio albergó un casino a primeros de siglo y algunos de los que perdieron, algún militar, pagaron con los portulanos. Y se empezó a ofrecer una actividad culinaria importante: se incorpora un cocinero francés, Caverivière.
–Vaya, para eso miraron a Francia y no a Inglaterra, ¿eh?
–Sí, para eso no, para eso no. Surge la cultura gastronómica que permanece hasta nuestros días, entre lo tradicional y lo moderno. El bacalao Club Ranero se creó aquí. Y siempre hemos tenido visitas de cocineros ilustres: Arzak, Roca...
Los libros tapiados
–En la Guerra Civil, salvaron la biblioteca de milagro...
–Este edificio fue ocupado por diversos entes. El Gobierno vasco tuvo su sede aquí, la CNT, sindicatos... Un vocal, el arquitecto Tomás Bilbao, tuvo la gran idea de tapiar todo lo importante de la sociedad: se hizo una pared nueva y se ocultaron libros, cuadros... Y gracias a eso tenemos hoy aquí estas pinturas y este patrimonio, porque si no hubiera sido expoliado casi con absoluta seguridad.
–Pasaron por aquí desde anarquistas hasta falangistas, y parece que los dos extremos sentían especial interés por la bodega.
–Sí, fue totalmente expoliada, claro. Siempre ha sido una bodega buena. En las inundaciones del 83 tuvimos un problema importante, porque se inundó el Bar Inglés, que no se pudo reabrir hasta el 88, y todos los sótanos, así que prácticamente todo lo que teníamos tuvo que tirarse.
–Así que la bodega ha quedado arruinada dos veces...
–Sí, una porque se la bebieron y otra porque se la bebió la ría.
–¿Y qué pasó tras la Guerra Civil? Porque habría socios de todas las ideologías...
–Yo creo que lo que pasa en todas las sociedades después de una guerra, con sus rencillas y sus rencores, pero sí es verdad que poco a poco se fue recuperando la sociatura, incluso se facilitó que muchos de los que podían ser represaliados no lo fueran. Poco a poco se fue regenerando y la prueba es la sección vasca de la biblioteca, que se creó en 1956, en plena época franquista, ¡cosa sorprendente! Siempre hemos hecho defensa de nuestra cultura y de nuestros orígenes.
–En 2015 se incorporaron por fin las mujeres. ¿Qué han aportado a la Bilbaina?
–Participan mucho y su presencia ha ido subiendo de manera exponencial: ahora tenemos mayoría de mujeres que entran. En realidad, tampoco hay tanta diferencia entre lo que hacen hombres y mujeres, ¿no? Venir al gimnasio, comer en el txoko... La dinámica es la misma, pero sí son más activas. Si constituyen un tercio o un cuarto de los 1.300 socios, en los actos culturales y sociales son la mitad.
–¿Qué requisitos hay que cumplir para ser socio de la Bilbaina?
–Yo diría que tres. El primero es ser una persona educada, con valores de respeto. El segundo son unas costumbres y un uso adecuado de vestimenta, aunque la corbata ya no es obligatoria y la chaqueta solo lo es entre semana y para acceder a determinadas zonas. Para las mujeres, ponemos 'equivalente', aunque eso resulta difícil de valorar. Y la tercera condición, la más importante, es querer: ¡sin eso, vamos dados! Desde que estoy yo, hemos echado atrás muy pocas solicitudes.
–¿Y cuánto cuesta?
–Hay una cuota de entrada, en torno a los 5.000 euros, pero en este momento se hace exención. Y la cuota anual son unos 1.300, pero está adaptada también a las posibilidades económicas de los socios. Existen diferentes cuotas: para jóvenes, para cónyuges de socios... Es un club abierto a cualquier persona, aquí no hay distinciones elitistas: las normas buscan simplemente que los socios puedan disfrutar sin que nadie les moleste, hablar tranquilamente, tener una relación adecuada.
–¿Cree que hay estereotipos sobre la Bilbaina que echan atrás a gente que podría encajar?
–Sí que los hay, porque siempre se piensa en una imagen antigua, demasiado rígida, y no es así para nada. Tenemos muchos jóvenes y además lo potenciamos: nos parece muy importante, porque aquí tienes la oportunidad de estar con personas interesantes. Hoy estamos todos con el WhatsApp y hablamos muy poco mirándonos a la cara, pero la sociedad civil necesita un lugar donde compartir sus experiencias. Eso nos parece muy importante, poner en valor la sociedad civil.
–¿Andan bien de jóvenes, entonces?
–En general, Bilbao tiene cada vez menos jóvenes, porque hay un problema de retención de talento: yo tengo tres hijas y las tres trabajan fuera. Pero, mientras estudian, sí tenemos muchos jóvenes. Utilizan mucho el gimnasio y el txoko, donde pueden ver el partido del Athletic comiéndose unas pizzas. Y también tenemos socios jóvenes que trabajan fuera y aprovechan nuestras corresponsalías con clubes de todo el mundo: pueden estar en Nueva York e ir al Metropolitan, por ejemplo. Las galas de la juventud en Navidad son quizá el principal quebradero de cabeza para el presidente, por la demanda que tienen y que no podemos asumir.
–¿Qué supone la presencia del Rey en la celebración del aniversario?
–Nosotros procuramos tener una muy buena relación con las autoridades. La presencia del Rey es un reconocimiento a la Sociedad Bilbaina, pero también a Bilbao, porque significa que viene a Bilbao a gusto, ¿no?, para estar con los bilbaínos. La anterior visita real fue la de Alfonso XIII en 1926, aunque como príncipe sí estuvo Juan Carlos.
–Hoy en día, ¿qué aporta la Bilbaina a la villa?
–Puede aportar un poco de cordura, de pensar un poco las cosas antes de meterse en berenjenales. Experiencia, compromiso y también algo que ya aporta, solidaridad.
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