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Cada final de etapa del Camino de Santiago tiene algo de ensayo a pequeña escala de la apoteosis compostelana, esa sobrecogedora entrada a la Plaza ... del Obradoiro que logra superar las expectativas acumuladas durante el viaje, por altas que suelan ser. Y, en ese sentido de preparación para el deslumbramiento definitivo, la llegada a Bilbao no está nada mal: los peregrinos avanzan por la Calzada de los Zamudianos, siguen por el Camino del Monte Avril y el de Atxeta, embocan Zabalbide y son recibidos por la basílica de Begoña, que en la memoria de muchos queda archivada como la catedral aunque no lo sea. Desde aquí les quedan exactamente 678 kilómetros: lo indica el monolito que este mismo jueves han inaugurado el presidente de la Xunta de Galicia, Alfonso Rueda, y la alcaldesa accidental de Bilbao, Amaia Arregi, en compañía del obispo, Joseba Segura, y representantes de centros gallegos.
Con el símbolo jacobeo de la concha de vieira y la flecha amarilla que marca la ruta, se trata de lo que podríamos llamar un hito kilométrico oficial. «Desde la Xunta, en colaboración con diferentes administraciones, estamos poniendo en muchas partes del mundo mojones que indican los kilómetros, el esfuerzo, los días, las experiencias que quedan hasta Santiago», indicó Rueda, que manifestó su convicción de que «un lugar tan emblemático» como la basílica tenía que estar en esa lista de referentes que miran hacia la capital gallega, y más ahora que «el Camino del Norte está creciendo a un ritmo constante». El presidente destacó el sentido de esta ruta como «reconocimiento entre pueblos» e hizo hincapié en que las poblaciones que la jalonan son «lugares que los peregrinos aprenden a querer y jamás olvidan».
El sobrio monolito mide un metro y cinco centímetros y se encuentra en un lateral de la basílica, cerca del escudo del antiguo municipio de Begoña que se inauguró recientemente. Arregi se refirió al acto como «simbólico pero profundamente significativo» y vinculó la condición de «ciudad abierta y acogedora» que tiene Bilbao con ese sentido de la ruta jacobea como «un viaje compartido» y también con su historia como «trayecto milenario que ha unido a tantos pueblos y personas». El obispo Segura bendijo el mojón –y también hisopeó a los dos políticos, que nunca viene mal– y explicó lo que supone para los creyentes formar parte de un itinerario como este: «Es el encuentro de los diferentes. Por aquí pasa gente de todo tipo, de toda lengua y condición, y nos cuentan sus experiencias y sus razones. Eso forma parte de la riqueza y variedad de la Iglesia», comenta a este periódico, antes de poner como ejemplo la elección del nuevo Papa.
Y quiere la casualidad que, al abordar a unos peregrinos ante Begoña, sean precisamente de Chicago, la ciudad natal de León XIV. ¿No lo conocerán, verdad? «¡Somos muy buenos amigos!», bromea Rawson Hobart. Él y su esposa, Sarah, han empezado el Camino en San Sebastián. La pregunta esencial siempre es por qué. «Mi hermana está muy enferma –explica Sarah Hobart–. Ella y yo vivimos juntas en España cuando éramos jóvenes: ella tenía 21 años y estudiaba en la Universidad y yo tenía 17. Aquella experiencia nos encantó. Como ahora no puede viajar, lo hago por ella: le voy mandando fotos, mensajes..., sonrisas». Y, dicho y hecho, le saca una foto al periodista para que lo pueda ver su hermana, allá en Estados Unidos.
Lo cierto es que, por puro azar, un rato de guardia junto al nuevo monolito permite descubrir los inesperados y remotos rincones del mundo que acaban enlazados con Bilbao gracias a este largo hilo que va a parar a Santiago. Las siguientes en llegar son Francine Beausoleil y Suzanne Arsenault, canadienses de Quebec: «Estamos haciendo el Camino para vivir el presente, el ahora, encontrarnos con gente de todos los países y compartir». Después pasa un colorista cuarteto, con chubasqueros rosas y morados, formado por miembros de Devon (Inglaterra) y de Texas y Colorado (Estados Unidos), pero solo van hasta Santander. Y veinte minutos más tarde aparecen los australianos de barbas blancas Allan Wood y Bazza Rodgers y la joven china Jasmine Zhang Ziqi, que se han conocido en Gipuzkoa y han decidido seguir caminando juntos. «Ella me lleva la guitarra cuando subimos cuestas. Se ha dado cuenta de que soy viejo. ¡Quizá esté haciendo por eso el camino, para ayudar a los ancianos!», bromea Bazza sobre su nueva «nieta china». Allan aclara que no le mueve ninguna motivación religiosa: «¿Por qué lo hago? ¡Porque me gusta! Quiero caminar. Nos quedan 678 kilómetros, ¡estupendo!». ¿Y qué hay de Jasmine? «Ya hice una ruta del Camino el año pasado y quiero probar otra, esta del Norte. Mi novio es de Bilbao, vive en Madrid», aclara la joven.
–Así que usted ya conoce esto. ¿Qué les recomienda a sus amigos australianos?
–¡Los pubs! –se anticipa Allan, por si acaso.
–Y quizá algún museo –se pone severa Jasmine.
Pero antes, como todos, entrarán a esta basílica que ha salido a recibirles. Dice Rawson, el amigo del Papa, que pasar unos minutos en un templo como este permite renovar las fuerzas de cara a esos 678 kilómetros justos que les esperan: «¡Es algo que eleva el espíritu!».
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