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Desvelado el misterio de las tallas de Artxanda: «Las hago para estar en contacto con la naturaleza»
Un jubilado bilbaíno, que prefiere seguir en el anonimato, convierte varios troncos en un caimán, una cabeza de pájaro y un búfalo en una pista ciclista cerca de los túneles de Ugasko
Misterio resuelto. El autor de las tallas del monte Artxanda no es un escultor profesional. Ni siquiera lleva muchos años practicando. Es un bilbaíno de ... 70 años, jubilado y enamorado del arte y la naturaleza. Es muy conocido en la capital vizcaína. No quiere que se conozca su nombre ni que se le vea la cara porque quiere seguir disfrutando de la talla y de la naturaleza con tranquilidad, con la libertad que da el anonimato. «Sólo soy un artesano. He trabajado muchos años encerrado en un local. Y esto me permite hacer algo que siempre me ha gustado y estar en contacto con la naturaleza», explica a EL CORREO mientras sigue trabajando en pleno bosque, siempre con la azuela en la mano.
Las esculturas se encuentran en un rincón de 'Potongo', la vía que recorren muchos amantes de la bicicleta de montaña, cerca del anillo verde de Bilbao. No es una vía especialmente transitada, pero muchos montañeros se han sorprendido en las últimas semanas al ver estas figuras en plena naturaleza.
Miguel (nombre ficticio) es vecino del barrio de Deusto y encontró este rincón a principios de año. Se trata de una zona de frondosa vegetación con vistas hacia el barrio, muy cerca de los túneles de Artxanda, en el paso gratuito de Ugasko, el que conecta con La Salve. Llevaba ya sólo unos meses en un curso que imparte la escultora Amaia Conde cuando, dando un paseo, vio unos viejos troncos tirados en el bosque. Le gustó el sitio: espacios abiertos, soledad y naturaleza. Se encontró con los árboles caídos y vio muchas posibilidades para desarrollar su creatividad. Empezó a subir siempre que podía con su pequeña mochila, algo de comida y sus herramientas artesanales. «Siempre he tenido bastante sensibilidad», se sincera. Donde una persona cualquiera sólo ve una rama rota en un viejo tronco, Miguel es capaz de ver el morro de un búfalo. Una protuberancia cualquiera puede convertirse en un pequeño mochuelo.
Lo primero que talló fue la cara de una especie de duende. Lo hizo en pleno monte, rodeado de maleza, lejos del camino. Después empezó a trabajar el tronco de un roble americano caído en la pequeña pista que conduce a la escuela de hostelería. Lo primero que hizo fue una concha del Camino de Santiago. Y después le siguieron muchas otras figuras. Un cocodrilo, un búfalo, un buho... También talló la pata de un caballo pisando la cabeza de un jabalí. Han sido horas y horas de trabajo a solas en el monte. «Pero siempre disfrutando», subraya.
Este hombre nació en Braña de Lainero, una pequeña aldea de Cantabria, cerca de los Picos de Europa, aunque lleva más de 50 años viviendo en Bilbao. Cuando era niño muchas de las cosas que veía se hacían con madera, piedra y barro. Tal vez por eso todo lo que hace está inspirado en la naturaleza. Mira un tronco, con sus bultos y sus irregularidades, y se le ocurren posibles esculturas. «Hay miles de posibilidades. A otros les gusta viajar o tomar vinos. A mi me encanta esto».
Todas las tallas han sido realizadas con herramientas que compra en mercadillos de antigüedades. Otras las fabrica él mismo. También hace cabañas para sus nietos. Se muestra sorprendido por la repercusión de su trabajo. Reconoce que tiene una especial sensibilidad hacia la escultura. Pero insiste en que tiene mucho que mejorar. Lleva cincuenta años trabajando con las manos, pero apenas unos meses de formación específica en escultura. En realidad, lo que Miguel espera es poder seguir disfrutando de sus dos pasiones con tranquilidad. En el anonimato.
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