¿Qué hacer con los pobres?

Imanol Villa

Viernes, 7 de abril 2017, 01:45

Apesar de las cifras, la pobreza es una realidad que corre el riesgo de provocar indiferencia. Casi siempre ha sido así. Hace más de un ... siglo, determinadas instituciones españolas se preguntaban qué hacer con los pobres. Indudablemente, la cuestión escondía, no solo cierto sentimiento de compasión y una religiosa tendencia a la beneficencia, sino también una percepción molesta hacia un fenómeno ante el que resultaba tremendamente difícil actuar. ¿Qué hacer con los pobres? La pregunta se mantiene cien años después como una especie de mantra que se antoja tan viejo como la humanidad. Porque los pobres han quedado fuera de todos los cursos de la historia. Ni siquiera los padres del socialismo, volcados en la capacidad potencial del proletariado, les prestaron la suficiente atención. Privados de capacidad para una toma de conciencia de clase y acoplados a una beneficencia crónica, los pobres han atravesado los tiempos en mayor o menor cantidad hasta llegar a los umbrales de hoy y obligarnos una vez más a hacernos la eterna pregunta: ¿qué hacer con los pobres?

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Según un informe presentado en marzo por la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales, en España hay unos 20 millones de personas que, en un grado u otro, sufren situaciones de pobreza. Y esto no es lo peor. La permanencia, incluso crecimiento de estos porcentajes, conduce a afirmar que la pobreza se ha convertido ya en un problema estructural, se ha cronificado. La situación más grave la sufrirían 1,5 millones de personas carentes de ingresos, mientras que 3 millones tienen ingresos inferiores al 30% de la media de la renta. En resumen, la pobreza se manifiesta como una realidad que en conjunto amenaza con excluir de la dinámica social a un porcentaje nada desdeñable de ciudadanos. La crudeza de estos datos ha de conducir a variar el planteamiento inicial, casi secular, basado en la instrumentalización de los pobres y poner el foco en las políticas que permitan romper con esa tendencia. Es decir, la cuestión radicaría más bien en activar, en primer lugar, los procesos de toma de conciencia en el seno de las clases más desfavorecidas -lo que evitaría la deriva hacia la lumpenización y exclusión-, y, al mismo tiempo, revertir el modelo socio-económico hacia uno más justo y equitativo.

No se trataría, por lo tanto, de preguntarse qué hacer con los pobres sino de reclamar políticas salariales más justas, ajenas a cualquier tipo de distorsión; regular solidariamente el mercado laboral para dotarlo de mayor estabilidad; y afrontar una profunda reforma fiscal que, además de perseguir el fraude, ponga el acento en las rentas más altas. Al mismo tiempo, el sistema educativo debería de paliar en lo posible las carencias intelectuales del alumnado más desfavorecido para, desde una pedagogía de toma de conciencia, romper la tendencia fatalista en la que están inmersos. En definitiva, políticas activas y realistas que estén más atentas de las necesidades de la mayoría de la población que de los egoísmos de aquellos que se han enriquecido hasta la desvergüenza durante los últimos años. Y todo esto es, sí o sí, una labor para la voceadora y escandalosa izquierda de este país. A ver cuándo, de una vez por todas, el zapatero se pone a sus zapatos.

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