El país de Jauja o el oasis vasco
La nuestra es una sociedad satisfecha de sí misma pero envejecida y carente de ambición y nervio emprendedor. Urge despertar del letargo narcisista
Luis Haranburu Altuna
Domingo, 18 de septiembre 2016, 20:09
Pieter Brueghel (1528-1569) es el autor del cuadro que lleva por título El país de Jauja. El óleo, pintado en el año 1567, se ... conserva en la Alte Pinakothek de Múnich. Se trata de una pintura donde aparecen postrados tres hombres obesos, aparentemente dormidos, cada uno de ellos vestido de manera diferente, para representar tres clases sociales: un caballero, un campesino y un hombre de letras, estudiante o clérigo. Su posición radial dota a la pintura de una impresión de rotación. En la pintura aparecen vasos volcados y profusión de alimentos entre los que destaca un huevo cocido con piernas y un puerco, atravesados ambos por un cuchillo. La pintura recuerda algunos rasgos de El Bosco, que evocó el mismo tema en La nave de los necios. El país de Jauja que Brueghel y El Bosco pintaron recrea el mito medieval de un país mitológico en el que no era preciso trabajar y la comida abundaba. Se suponía que quienes lo habitaban vivían entre ríos de vino y leche, y que montañas de queso y lechones ya asados pendían de los árboles, listos para ser degustados; los peces saltaban del río directamente al plato para ser devorados. Casi parece la metáfora del oasis vasco, con menú de sidrería incluido.
En la Fe de vida que José Ramón Recalde escribió con sus recuerdos, narra la visita que Ibarretxe le hizo en el hospital donde se reponía de las heridas causadas por la bala asesina disparada por un terrorista. Al ser interpelado por la esposa e hijo de Recalde sobre la realidad terrorista en Euskadi el entonces lehendakari le respondió que «aquí en el País Vasco se vive muy bien», ante lo que José Ramón observa con sarcasmo que «mientras tanto, yo, en el lecho del dolor, ofrecía mi patética imagen de supervivivencia». Afortunadamente el terrorismo es ya historia y pese a que el nacionalismo gubernamental trata de establecer la ecuación entre nacionalismo y bienestar, no todos los vascos disfrutan de idéntica bonanza y prosperidad. No obstante, es hasta cierto punto explicable que el nacionalismo que nos gobierna hable en su autocomplaciente propaganda electoral de una especie de oasis vasco si lo comparamos con la situación del resto de España. Otra cosa es que el nacionalismo reclame para sí lo que es patrimonio colectivo de todos los vascos. Lo cierto es que si miramos las cosas con una cierta perspectiva y rememoramos la historia de los últimos cuarenta años habría que concluir que el nacionalismo vasco, al menos en su expresión más radical, representada por la izquierda abertzale, ha supuesto una rémora irreparable al progreso político y económico de la sociedad vasca. El lucro cesante en términos económicos y políticos, por no hablar de los éticos, por culpa del nacionalismo radical es incalculable.
Es cierto que Euskadi es hoy es un país rico. ¿Pero cuánto más lo sería de no haber existido la deplorable lacra del terrorismo? Es innegable que los vascos tenemos un índice industrial porcentualmente alto si lo comparamos con el de nuestro entorno ¿Pero cuántos empresarios cesaron su actividad o vieron malbaratadas sus inversiones por culpa del terrorismo? Tal vez algún día los historiadores podrán cuantificar el importe del lucro cesante imputable al nacionalismo radical pero, mientras tanto, los vascos tenemos el derecho a preguntarnos sobre la responsabilidad política de cierto nacionalismo en la rémora histórica de Euskadi.
El Concierto Económico, y la sobrefinanciación que le es inherente, están en el origen de buena parte de la superioridad vasca con respecto a España tanto en lo laboral, como en lo económico y en lo asistencial, pero ello no debería ser causa para justificar la indolencia cuando no la delectación narcisista de nuestras instituciones. Por ejemplo, nuestra inversión en educación es proporcionalmente la mayor de España y sin embargo nuestro sistema educativo y sus resultados están inmersos en la mediocridad. Según el ranking mundial de las mil universidades generales cotejadas por la Center for World University Rankings (CWUR) que se acaba de hacer público, la universidad vasca ocupa el puesto 484. Tenemos, además, una universidad que a pesar de ser muy cara no cumple con las expectativas de empleabilidad de los graduados que produce, por lo que se sitúa en el puesto 583 de la lista. Nuestro sistema de enseñanza se adecua mal a nuestra especificidad económica e industrial, por no hablar de la insulsa mediocridad de nuestras escuelas, tal como lo denota el ranking de PISA. Y si, por otra parte, reparamos en los índices que indican el incremento de la actividad emprendedora observamos una preocupante dinámica descendente, según la agencia Axesor. Los vascos estamos dejando de ser emprendedores. Y como colofón de estos trazos negativos el servicio de estudios del BBVA acaba de situar a Euskadi en la cola del crecimiento económico en España.
La imagen de El país de Jauja pintada por Brueghel refleja a unos seres hastiados y vencidos por la abundancia y podría servirnos de metáfora para visualizar nuestro acomodo y nuestra falta de iniciativa. La sociedad vasca está satisfecha de sí misma pero es una sociedad envejecida y carente de ambición y nervio emprendedor. El sueño dorado de nuestros jóvenes es acceder un puesto vitalicio en alguna de las administraciones vascas para alcanzar allí la aurea mediocritas del hedonismo epicúreo. ¿Qué fue de aquellos vascos que salían al mundo para conquistarlo? ¿Qué se hizo de aquellos vascos que creaban una empresa de un pinar? ¿Dónde quedan aquellos vascos capaces de convertir una trainera en un mercante? El país de Jauja, el falso oasis vasco, es una nación ensimismada y autocomplaciente que vive de pasadas rentas y privilegios concertados. Urge despertar del letargo narcisista.
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