Los secretos de la democracia

Hacia dentro de la comunidad política constituida en derecho no puede haber un no radical y absoluto, pues significaría que el destinatario del mismo es expulsado del espacio común

Joseba Arregi

Lunes, 5 de septiembre 2016, 02:38

Algunos ciudadanos españoles de cierta edad pueden pensar que la peor herencia de Franco fue hacernos creer que éramos demócratas por no ser franquistas. El ... devenir de la democracia española desde la Constitución es una muestra fehaciente de que la herencia venía envenenada: seguimos sin saber qué es la democracia, ni los políticos, ni los ciudadanos.

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Nunca se termina de aprender a ser demócrata: la democracia es un aprendizaje continuo, pues las falsificaciones de la democracia amenazan permanentemente su ejercicio. Lo que está sucediendo con la formación de Gobierno tras la repetición de las elecciones el mes de junio y con el fracaso de la segunda investidura puede ser un ejercicio necesario de aprendizaje de lo que es la democracia.

La democracia se ejerce en el espacio ubicado entre la voluntad general de Rousseau -concepto que según Mairet esconde la idea antidemocrática de soberanía- y el ejercicio de la mayoría: el espacio creado por un acuerdo amplio entre las distintas formas de entender el bien común, la libertad y la justicia sobre las reglas de juego y sobre las normas fundamentales que regulan el juego político y la aplicación del principio de la mayoría.

El principio de mayoría no se puede aplicar al acuerdo fundamental. No se constituyen las sociedades plurales en comunidades políticas por mayoría. Solo en el espacio público creado por un acuerdo amplio sobre las normas fundamentales se puede aplicar el principio de mayoría. Éste es uno de los secretos de la democracia. Este secreto conlleva entender que la voluntad popular, la voluntad constituyente, la soberanía, se transforma en democrática solo por medio de la sumisión al imperio del derecho y de las leyes derivadas del derecho. Fuera de la sumisión al imperio del derecho no puede existir voluntad popular democrática. Democracia es algo más que votos, es Estado de Derecho.

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El acuerdo fundamental que crea el espacio en el que se puede aplicar y tiene sentido el principio de mayoría establece un dentro y un fuera, un sí y un no, una legitimidad y una ilegitimidad. La negación radical del acuerdo que crea el espacio en el que es posible aplicar el principio de mayoría, el espacio de la voluntad popular y soberana constituida, es decir, sometida al imperio del derecho, destruye la democracia.

El diálogo democrático, tan vanamente invocado, tiene como condición indispensable el uso de la gramática constituida por el acuerdo fundamental en el que se basa la comunidad política. Fuera de esa gramática no existe diálogo, no es posible dialogar ni entenderse, pues rompe el horizonte común dentro del que es posible la comprensión mutua. Por esta razón no existe constitución democrática que reconozca el derecho de autodeterminación para parte de la sociedad constituida en comunidad política. Canadá regula la posibilidad de una consulta siempre tutelada y controlada por las instituciones comunes al conjunto de la comunidad política, pero no consagra el derecho de autodeterminación, que solo existe para sociedades colonizadas, o para casos de tiranía y dictadura.

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Ese es el no básico y fundamental, marcado por el límite trazado hacia fuera por el acuerdo de las normas básicas de convivencia en derecho, sobre el fundamento de los derechos humanos y las libertades fundamentales de los ciudadanos. Este es un no debido, inherente a la comunidad política constituida en Estado de Derecho. Hacia dentro de la comunidad política constituida en derecho no puede haber un no radical y absoluto, pues ello significaría que el destinatario del no, persona o partido político, es expulsado del espacio común de la comunidad democrática, algo parecido a la excomunión eclesiástica.

Aquellos que en el período ya demasiado largo en el que no parece posible la formación de gobierno han instaurado la cultura del no radical y absoluto respecto a un partido y a una persona están jugando con el riesgo de alterar los límites basados en el acuerdo fundamental que constituye la comunidad política española, trayendo la línea límite demasiado adentro del juego político y con ello, en consecuencia necesaria aunque no intencionada, relativizando el valor del límite necesario marcado por las normas fundamentales guiadas por el derecho y que constituyen la comunidad política.

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Cuando se habla de la cultura del pacto, o se admite y presupone que ello incluye a todos los que aceptan la gramática que rige a la comunidad política constituida en derecho, o no se sabe de lo que se habla. Y la mayoría de las veces no se sabe de lo que se habla porque se cae en otra desnaturalización de la democracia. La democracia, la política democrática, el Estado de Derecho, el espacio constituido por la convivencia de las diferencias en libertad y en limitación mutua es un espacio público regido por virtudes públicas, por virtudes antiguamente llamadas, con toda razón, virtudes republicanas, las virtudes necesarias para mantener la vida de la res publica, del bien común. Por desgracia, junto al no radical que pone en riesgo la ubicación de la única línea límite que constituye el espacio democrático, poniendo así en riesgo la existencia misma de la comunidad política, ha aparecido en los últimos meses el término confianza: usted no es de fiar, no nos fiamos de usted, no nos fiamos de su partido, no nos fiamos de tal partido. O bien se trata de una virtud personal, la de la confianza personal, y en este caso no tiene nada que buscar en el espacio público de la política democrática, o bien se trata de una virtud pública, de una virtud republicana, en cuyo caso se está negando la legitimidad democrática a la persona a quien se dirige el no me fío, no me merece usted confianza, se está expulsando fuera del espacio de la comunidad política a la persona o partido concernido. Y en este caso, la consecuencia es la misma: la ruptura de la comunidad política y democrática, aunque no sea de forma territorial, sino peor: de forma sistémica.

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