Un presidente por imperativo legal, no
En la democracia, si no puedes entenderte con nadie para gobernar, eres una mayoría minoritaria; así pasas a la oposición con toda lógica y sin remedio
José Ignacio Calleja
Viernes, 26 de agosto 2016, 20:31
¿Rajoy? ¿Sánchez? ¿? Por analogía y como aviso a navegantes, una lección aprendida hace un año. El 13 de junio de 2015, el candidato del ... PNV a la alcaldía de Vitoria-Gasteiz, Gorka Urtaran, era elegido para el cargo por los concejales de su partido, junto a los de EH-Bildu, Podemos e Izquierda Plural (IU et alii). El PSE se abstuvo. El candidato del PP (Maroto) había logrado nueve concejales; el candidato del PNV, cinco. El PNV ni siquiera fue la segunda fuerza más votada, sino la tercera. Un fracaso de Urtaran y el PNV en la interpretación más común y por comparación con lo que se esperaba. Maroto se las prometió muy felices y reclamó su derecho casi inapelable a gobernar. Parecía lógico. Y ¿qué pasó?
La vida política en la ciudad comenzó a bullir y en pocos días se conformó una corriente amplia de opinión (visualizada en un lobby cívico-político) a favor del acuerdo general de todos frente al PP. El proceso concluyó como he comenzando contando. Urtaran, representante de la tercera fuerza más votada y en esa elección a la baja, fue elegido alcalde de la ciudad de Vitoria-Gasteiz, y así hasta hoy.
Por mi parte, ocupado de pasada en estas cuestiones, y creyendo que algo entendía, me parecía increíble que el tercer candidato más votado, y con un fracaso claro a sus espaldas, aceptara remotamente ser alcalde. Me produjo un cierto escándalo y me atreví a escribir en carta pública que, en esas condiciones, yo no aceptaría jamás. ¿Qué he pensado con el paso del tiempo? Que me había equivocado. Aprendí que la democracia también se construye así y que, si no puedes entenderte con nadie para gobernar, eres una mayoría minoritaria; en consecuencia, pasas a la oposición con toda lógica y sin remedio. Yo era un purista y no lo podía entender, pero tiene que ser así y los profesionales de la política me lo mostraron. Yo aplicaba a la política principios claros y rígidos, y ella me devolvía su práctica con sentido de la realidad. Si no puedes componer una mayoría, estás en minoría y no te corresponde gobernar. Aquello de que gobierne la fuerza más votada, lo creía hasta entonces a pies juntillas, pero no tiene por qué ser así; si no cuentas con compañeros de viaje, o no tienes el candidato que concita suficientes adhesiones, no puedes gobernar.
Y este es el caso; si Rajoy no lo logra, porque no tiene con quién, y a Sánchez no le alcanzan los apoyos, ya hace tiempo que debieron convenir una solución, porque si uno y otro han querido aprovecharse de la debilidad del otro, el resultado para nosotros es temible: cualquiera de ellos será ya en la conciencia ciudadana un presidente soportado por imperativo legal. ¿Recuerdan esta fórmula y lo que ha significado en su uso para distanciarse de una legalidad que sus adversarios no aceptan? Pues así estamos muchos ciudadanos, demasiados, ante la posibilidad de que cualquiera de estos señores sea presidente del Reino de España. Aceptado por imperativo legal, una forma artificiosa donde las haya de adhesión a la autoridad democrática; una fórmula que los convierte de antemano en unos 'indeseables' para sus contrarios. ¿Siempre ha sido la política así? No, la política no es el escenario de Alicia en el País de las Maravillas, pero los titulares de los cargos públicos (los elegidos) siempre han merecido un reconocimiento por la legitimidad de su origen, y estos señores la están perdiendo antes de ponerse en marcha. Uno, porque representa una acción de Gobierno recocida en corrupciones de partido por doquier y con un hedor a viejos modos que a muchos echa para atrás; se tome como se tome, esta es la idea general que prima del PP fuera de su círculo más fiel; y el otro, porque parece alguien que se mueve ante todo por el cuidado de sus intereses en el partido y no por las competencias en la labor de Gobierno para la que se ofrece. Ambos son candidatos gastados y sin futuro. En cada caso, y por razones diversas, un presidente por imperativo legal. Y si dos políticos no pueden entenderse personalmente -y es imposible hacerlo con quien consideras que es un «indecente» o/y un «incompetente»-, y la supervivencia política de cada uno de ellos pasa por el fracaso absoluto del otro -yo diría que hasta la supervivencia moral de los dos, la de Rajoy, sin duda, y la Sánchez, como persona de valía suficiente, también-, el desaguisado es total. Luego no hay otro camino que la salida de la política de personajes así, es decir, aquéllos que sus adversarios sólo respetarán por imperativo legal. Parece fácil y no lo es. ¿Por qué? Porque las personas son equipos de Gobierno y élites sociales muy numerosas que juegan con su futuro económico, de manera que el candidato recibe mil exigencias que le hacen saber: tú eres la clave de bóveda de nuestra continuidad, así que contigo hasta el final. Y ¿el bien común? La política nunca ha sido estrictamente hablando (sólo) bien común, sino personalidades que gustan del poder y reconocimiento público y, con ganas, ponen esto al servicio de una buena causa común; cuando falla este objetivo, queda al desnudo lo que nunca falta: el deseo desbordado del candidato de turno por seguir. Ambos elementos, juntos, se comprenden y hasta se potencian. Por el contrario, el ego político, descarnado de entrega al bien común, provoca lo que contemplamos: una partida de cartas con prebendas económicas y cuitas personales de por medio. Un presidente por imperativo legal, no.
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