De un error a una buena oportunidad
Sea quien fuere quien gobierne al final, tendrá que resolver cuestiones centrales como el paro o la reforma de la Constitución sin las cuales no valen apoyos ni abstenciones
Nicolás Sartorius
Viernes, 8 de julio 2016, 01:56
Después de las elecciones generales de diciembre pasado, más de 10.000 ciudadanos suscribimos una declaración bajo el título Es posible y necesario un Gobierno ... del cambio: repetir las elecciones no es solución. De manera premonitoria ese escrito terminaba diciendo: «Bloquear esta posibilidad (un Gobierno PSOE con acuerdo de Ciudadanos y Podemos) frustra los intereses y anhelos de las grandes mayorías e incluso se corre el riesgo de que una nuevas elecciones nos conduzcan a un callejón sin salida o den un resultado que permita perpetuar las actuales políticas». El resultado de las elecciones del 26 junio nos han dado, desgraciadamente, la razón. No se quiso apoyar un Gobierno de cambio, votando o absteniéndose en la investidura de Sánchez y vamos a tener, probablemente, un Ejecutivo del PP con Rajoy. No se ha producido el obsesivo sorpasso, en contra del cálculo de encuestas y comentaristas varios. Por el contrario, el espacio Podemos ha perdido más de un millón de votos; IU, con su meritoria historia, ha sido diluida en un magma de definición imprecisa cuando no fagocitada -el tiempo dirá-; el PSOE se ha debilitado al perder cinco escaños; y Cs, otro tanto al restar ocho. Y, mientras tanto, el PP de Rajoy, cual Ave Fénix, sale fortalecido con esos 700.000 votos y 14 escaños más. Es decir, con mayores posibilidades de formar Gobierno a pesar de sus trapacerías, recortes y escándalos. Un Gobierno que tenía perdido en diciembre pasado.
Habrá quien se tire de los pelos clamando ¡pero en que país vivimos, esto no tiene remedio, cuanta más corrupción más votos! No es cierto, la culpa no es del empedrado. El PP ha perdido entre 2011 y 2015 más de tres millones de votos y casi todo el poder territorial. La cuestión no es que la gente haya tenido miedo o vote corrupción, esto es echar la culpa al personal y eludir responsabilidades. Lo que ocurre es que una mayoría de este país no desea de ninguna manera, por lo menos de momento, que lo dirija un magma de fuerzas con un discurso y proyecto todavía harto confuso, a veces contradictorio, sobre temas clave de la gobernanza de España como el asunto territorial, la UE, la economía u otros. Es decir, un discurso que genera incertidumbre cuando la gente lo que quiere es certidumbre. Y es posible, también, que a muchos exvotantes del PSOE que en diciembre votaron Podemos no les hiciera ninguna gracia que Iglesias le negara la investidura a Sánchez, posible con su mera abstención, lo que le hubiera permitido quedarse como árbitro de la situación, en base al peregrino argumento de que el acuerdo PSOE-Cs contenía un programa «de derechas», lo que era manifiestamente falso.
Ahora bien, al PP le faltan 39 escaños para la mayoría absoluta. Con el concurso de Coalición Canaria necesitaría 38. Es a Mariano Rajoy a quien corresponde buscar los apoyos necesarios para gobernar, no a los demás. Sólo en el caso de que fracasara se abrirían otras opciones que también existen. Por eso, es insólito escuchar a responsables socialistas diciendo ahora si hay que abstenerse o no, si hay que facilitar la investidura... en última instancia, con 6 o con 85 diputados. La cuestión no es apoyar o no a Rajoy, sino qué necesita España para salir adelante, pues a pesar de todo estamos ante una buena oportunidad si se actúa con inteligencia y coraje político.
Es obvio que el PP desea una gran coalición con el PSOE, lo que supondría, en mi opinión, que éste quedara liquidado del todo. Pero el PSOE, Podemos y Cs no pueden pasar a la oposición sin más, abandonando a la gente a la desventura otros cuatro años. Sea quien fuere quien gobierne al final -y hay distintas combinaciones- tiene que resolver algunas cuestiones centrales sin las cuales no valen ni apoyos, ni abstenciones ni nada. Porque si esas cuestiones no se abordan y resuelven, este país se puede ir al carajo (en la 2ª acepción del término, esto es «echarse algo a perder. Tener mal final»). Entre otras, medidas eficaces contra el paro, en especial de los jóvenes; un plan social urgente para hacer frente a las desigualdades rampantes; medidas implacables contra la corrupción; reforma de la Constitución -y de la ley electoral- en sentido federal que encauce el tema catalán y otros; reforma de leyes impresentables laborales y de orden público; acuerdo sobre educación e I+D+i; política activa en la UE hacia una mayor integración. Un plan de Estado, diseñado, acordado y controlado por diferentes fuerzas en sede parlamentaria y con fecha de caducidad, por ejemplo dos años. Así que nada de programa mínimo para ir tirando sino auténticas medidas de fondo que saquen adelante a España y no a este o aquel partido o líder. Luego habría que hacer balance y decidir qué conviene hacer.
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