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No es cuestión de cansar a los lectores con una interpretación más de los resultados electorales ni con elucubraciones sobre posibles combinaciones de gobierno. La ... lectura de los resultados no tiene tanto misterio si dejamos fuera la opinión de los encuestadores y de los comentaristas, si dejamos de lado los nuevos dogmas que se van asentando en la opinión pública. Nunca ha envejecido lo nuevo como en estos seis meses, nunca ha tenido tan poco contenido real el cambio conjurado, ni nunca la realidad social se ha mostrado tan terca como en las últimas elecciones.
Sí puede merecer la pena rescatar, en estos tiempos de enorme velocidad, algunas cuestiones, aun siendo conscientes de la inutilidad de las reflexiones que siguen. El PNV que ahora afirma que Rajoy puede esperar sentado -parece que olvidan que no pocos analistas han tenido que admitir al final que esperando sentado es como gana muchas batallas el citado Rajoy- se ha pasado toda la campaña diciendo que ésta, la campaña, no interesaba a los vascos porque los partidos de Madrid no abordaban la agenda vasca. Parece que hablar de las cuestiones que afectan a todos los españoles no afecta a los ciudadanos vascos, ciudadanos del Estado español, como acostumbran a decir, pero ciudadanos del Estado de Derecho que es España.
Dejando de lado esa minucia, una minucia que afecta a nuestros derechos ciudadanos fundamentales, la pregunta que nos deberíamos hacer es la de qué es lo que se ha elegido en las últimas elecciones. Y la respuesta es clara: se ha elegido el parlamento nacional, empleando el término nacional en el significado correspondiente a la nación política que es España, no a la nación etnocultural española. El Parlamento elegido representa en su conjunto y en cada uno de sus miembros a la nación política. Los diputados elegidos en la lista del PNV, lo quieran o no, forman parte del parlamento que representa a la nación política española, y cada uno de ellos también: son diputados de la nación política española.
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Ésta es la razón por la que la historia del Parlamento democrático español ha cometido continuamente un pecado contra el sistema político español, porque ha admitido negociaciones de ámbito territorial limitado, parcial y particular, negociando mayorías con nacionalistas vascos y catalanes a cambio de concesiones que no eran para todos los ciudadanos españoles, sino solo para algunos de ellos, algo que va contra el sistema y la definición misma del Parlamento nacional. Lo han hecho los nacionalistas, algo comprensible, y lo han hecho los dos grandes partidos, a los que se les llena la boca llamándose a sí mismos nacionales, pero negándolo en la práctica.
No hace ni siquiera seis meses que todos los partidos, también y, sobre todo, los perdedores de estas últimas elecciones, se llenaban la boca diciendo que todo había cambiado, porque lo que los españoles habían votado en diciembre pasado era que los partidos debían dialogar y pactar, todo lo contrario a lo vivido durante la etapa de mayoría absoluta del PP. Han bastado seis meses y unas nuevas elecciones para que todo ello se haya olvidado y vemos cómo ante un PP y un Rajoy ganadores, aunque en minoría parlamentaria, tanto el PSOE como Ciudadanos se enrocan en el no, con argumentos radicalmente opuestos: mientras que desde el PSOE dicen que el PP negocie, hable y pacte con sus afines ideológicos, es decir, con Ciudadanos, desde este partido dan por sentado que solo un pacto del PP con el PSOE tiene sentido a la hora de formar una mayoría parlamentaria. Los unos y los otros se desdicen de lo que hicieron tras el 20 de diciembre: el PSOE pactó lo contrario de lo que recomienda ahora al PP, pactó con sus diferentes ideológicos, y Ciudadanos pactó con quien no alcanzaba a formar mayoría parlamentaria.
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Llaman mucho la atención las razones que se escuchan a los líderes del PSOE para enrocarse en el no, no y no a Rajoy y al PP, a pesar de que Sánchez dijera en la noche electoral, entre otras cosas, que harían lo mejor para el país, para el Estado, para el conjunto de la ciudadanía: se tienen que mirar al ombligo, tienen que reconstituirse, tienen que reinventarse, algo que indica la gravedad de la situación que vive el PSOE. Dicen que los ciudadanos votaron que se fueran a la oposición: ¿cómo lo saben? Quienes les dieron el voto lo harían tras haber escuchado las palabras de Sánchez diciendo que iban a ganar las elecciones, es decir, para que gobernaran, pero esos votos no fueron suficientes para que pudieran liderar un Gobierno. Pero se antoja difícil imaginarse a los votantes del PSOE haciéndolo para mandar a ese partido a la oposición. Igual vuelven a equivocarse y si se va a unas terceras elecciones consiguen ahondar el suelo electoral en el que actualmente se encuentran, entre otras cosas, por no haber querido asumir ninguna responsabilidad por el bien de la ciudadanía en general.
Dicen que ellos defienden a los que sufren, a los pobres, mientras que el PP es el responsable de aumentar el sufrimiento y la pobreza. Es cierto que es posible defender que las políticas del PP hayan tenido como consecuencia sufrimiento social y pobreza, aunque hay que ser muy osado para afirmarlo de forma dogmática. Pero de ahí a decir que solo ellos son sensibles al sufrimiento y a la pobreza y que el PP hace lo que hace queriendo aumentar el sufrimiento y la pobreza va un trecho enorme en el que se pierde inevitablemente la democracia: ésta significa que puede haber, que es bueno que haya, distintas formas de plantear las políticas sociales para intentar reducir el sufrimiento social y la pobreza. Lo contrario es absolutismo, dogmatismo puro, tiranía intelectual y ética.
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Es cierto que la izquierda nos tiene acostumbrados a que se crean poseedores de la verdad y de la moral de la historia, y que a lo más que están dispuestos es a perdonar la vida a los demás y a permitirles que jueguen a demócratas, pero sin derecho a cocina. Solo que a su izquierda les han salido dogmáticos más radicales.
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