La verdad sea dicha que quien suscribe nunca ha creído demasiado en la novedad de los nuevos partidos frente a los que ellos llaman viejos. ... Aunque los medios de comunicación viven de anunciar todos los días algo novedoso en alguna de las esferas de la vida humana, de la economía, del mercado, de la tecnología o de la política, lo cierto es que las verdaderas novedades radican en algo distinto a lo que venden los medios. Por eso, y en muy poco tiempo para la mayoría de analistas, los nuevos partidos han pasado a ser demasiado parecidos a los viejos.
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Pero siempre es necesario argumentar lo que se afirma y en este caso, y referido a Podemos, analizar algún aspecto que sustente la afirmación de que Podemos es tan viejo, o más, que los antiguos. La líder de Podemos, Carolina Bescansa, afirmó en rueda de prensa, al presentar el programa electoral de su partido-confluencia, que les parecía muy acertado utilizar para explicar su contenido la metáfora de la casa: la casa como metáfora de la política.
Uno podía creer que el uso de la metáfora de la casa estaba limitado a los nacionalismos: el vasco por ejemplo siempre ha considerado que Euskadi es la casa que se debe defender. Algún líder del PNV ha afirmado que él se veía como el perro que defiende la casa del padre, y tiene también tradición considerar al país como el solar. Todo ello hace de la política algo privado, sea la casa de la familia o el solar en propiedad.
Lo malo de esta consideración, o de la idea del nacionalismo catalán recogida en la expresión de la voluntad de hacer del nacionalismo convergente la casa grande de Cataluña, no es la idea de la política como el lugar en el que no se admiten diferencias de raíz bajo riesgo de ser expulsado de la casa por romper la paz familiar, sino en la falta de sentido para la ubicación de la política en el lugar que le pertenece, la plaza pública, el espacio público, y relegarlo a la privacidad de la casa, de la familia, de la propiedad privada.
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De tanto conocer lo último que se lleva en teoría política, parece que han olvidado lo que supuso en la historia medieval el paso de considerar el reino como propiedad del rey, padre de la familia dinástica, a considerar el reino como algo distinto de la propiedad familiar del rey, como algo distinto con el requisito de tener un presupuesto desligado de los bienes de la familia real. Es el comienzo del espacio público, un comienzo que tras una larga historia llegará a ser el espacio del estado con su administración pública al servicio de todos los ciudadanos. Dar el paso de vuelta a una situación anterior a la formación del espacio público para pasar a considerar de nuevo al Estado como la casa, como la propiedad privada -¿de quién, de una persona, de un partido, de una clase, de un grupo de dirigentes profesionales del poder?- es un retroceso inaceptable en la historia de la libertad. Y de poco vale el contra-argumento de que solo se trata de un gesto, de una metáfora, de un planteamiento de marketing electoral en partidos que lo han fiado todo al espectáculo, a la venta comunicativa de sus propuestas.
Si a ello se añade que la metáfora de la casa está incluida en otra metáfora, la de la política como un gran almacén donde se compra lo que se quiera, un gran almacén donde está a la venta todo lo que uno necesita para vivir, a precios módicos, para ir montándose uno mismo la casa. El programa electoral es el catálogo de objetos a la venta en ese gran almacén; un programa electoral compuesto de conjuntos de camas, sillones, sofás, vasos, cubertería, almohadas, edredones, y salchichas o albondiguillas baratas, da una idea clara de la degradación de la política de la mano de uno de los llamados partidos nuevos y sus confluencias: todo en oferta, en lugar de principios e ideas, objetos de usar y tirar, y todo a un ajustado precio, tirando a barato.
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La política metaforizada a la instalación de la casa, lugar primordial de la privacidad, de la familia, en el que priman los sentimientos frente al raciocinio y la argumentación. Pero si el núcleo de la política es el negociar un acuerdo sobre las normas fundamentales de convivencia primero, y luego negociar el resto de lo que constituye el bien común en debate y negociación permanente dentro del marco acordado y negociado entre los diferentes, entre los pertenecientes a diferentes familias ideológicas, a diferentes familias religiosas o no, a diferentes grupos de intereses económicos; la casa no puede nunca ser su metáfora, ni la gran superficie de ventas donde uno puede aprovisionarse de todo lo que necesita para instalar su casa privada.
Puede que la idea de la casa como metáfora y el catálogo de Ikea como vehículo de marketing político se deba a algún experto en marketing, de esos que tanto celebran algunos periodistas hoy en día y que sirven para cantarnos las alabanzas de los nuevos partidos y de sus votantes -jóvenes telemáticos que viven en las redes sociales-, a quienes les pronostican un futuro ganador mientras que los llamados viejos partidos están condenados a la desaparición junto con sus viejos votantes. Pero el contenido que transmite esta apuesta de marketing es todo menos nuevo. Es simplemente volver a los tiempos en los que no existía la idea del espacio público como el espacio de la política y ésta era entendida simplemente como la prolongación de la casa y de la familia, el solar privado que se gobierna como se hace con una familia extensa en la que la autoridad del padre es indiscutible.
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No parece, pues, que sea tan verdad que las nuevas generaciones están tan interesadas en la política, pues en la medida en que son votantes de este nuevo partido, apuestan por una concepción del poder que todavía no ha dado el paso que Europa dio hace muchos siglos hacia la creación del espacio público más allá del espacio privado de la casa, de la familia y del solar. Frente a ello alguien tendrá que defender el espacio público de la política.
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