Aprender a vivir, aprender a ser

El desorden cognitivo de la época nos enfrenta a un falso dilema por la equiparación de humanos y animales

Joseba Arregi

Viernes, 3 de junio 2016, 02:11

La frase del título está extraída de la entrevista publicada por EL CORREO el sábado 28 de mayo y, si el medio la ha recogido ... bien, lo que supongo, pronunciada por la consejera de Educación del Gobierno vasco, Cristina Uriarte. El contexto de la misma está dado por la exigencia de la Lomce de proceder a evaluaciones externas de los alumnos. Para la consejera el problema no radica en la evaluación en sí, sino en que el Ministerio de Educación del Gobierno central plantea una evaluación centrada en los contenidos, mientras que el Gobierno vasco, de acuerdo con los principales agentes educativos de Euskadi, apuesta por una evaluación según los criterios a los que se refiere la frase «aprender a vivir, aprender a ser».

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Esta frase está en perfecta sintonía con la idea imperante de que no se debe fijar la enseñanza de los niños en los contenidos, sino en la ayuda a desarrollar sus competencias, con la idea tan repetida de que es preciso aprender a aprender: un contexto en el que la pedagogía actual, muchas veces transformada en mero didactismo, se ha declarado en guerra contra los contenidos y contra la memoria. Un contexto que también se basa en la idea de que el o los exámenes sobre contenidos son malos y que sólo una evaluación diaria por parte del maestro o profesor es capaz de valorar el desarrollo de las competencias y de la capacidad de aprendizaje de los alumnos.

Sería demasiado fácil recurrir a la pregunta de cómo han llegado a aprender a vivir y a ser todas aquellas generaciones que se educaron aprendiendo contenidos y desarrollando también la memoria, a no ser que alguien se atreva a afirmar que todas esas generaciones no han sabido ni vivir ni han llegado a ser. Menos mal que por lo menos han llegado a producir nuevas generaciones que van a gozar de la pedagogía y la enseñanza adecuada para poder hacer lo que las anteriores no pudieron.

El problema realmente serio radica en que para poder saber lo que significa vivir y ser en el caso humano es preciso recurrir al pensamiento y recurrir a la larga tradición de pensadores que han tratado de definir tanto la vida como el ser. El problema radica en que ni vivir ni ser son términos unívocos y de significado claro en el caso de los seres humanos. ¿Por qué, si no, se habría tomado Heidegger la molestia de analizar y criticar la historia del olvido del ser en la tradición del pensamiento europeo? ¿Por qué, si no, se habrá tomado Giorgio Agamben la molestia de analizar si en el caso humano vida es el bios griego, vida humana, o la zoe griega, vida animal, el trabajo de definir el homo sacer que no sirve ni para ser sacrificado a los dioses en la religión romana, y que como tal es vida sin significado alguno, sin definición, sin características, vida desposeída de todo significado y como tal materializada en el holocausto y en los campos de exterminio nazis, y también como tal símbolo de la situación del hombre en la cultura moderna capitalista industrial?

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¿Cómo se puede llegar a plantear estas preguntas si no existe memoria de la tradición de pensamiento europea, si no se estudian los contenidos de pensamiento que han sido desarrollados a lo largo de 2.500 años en Europa? Cuando se afirma «aprender a ser», ¿se refieren al ser en acto o al ser en potencia? Quizá interese a quienes promueven estas ideas pedagógicas posmodernas saber que el ser como potencia quizá nunca se agote en ninguno de los actos en los que se materializa, que la identidad puede convertirse, tanto como cualquier contenido, en cárcel que encierra la potencia que define al ser. ¿Quién pude valorar cuándo y cómo se ha aprendido a vivir, a ser?

Para construir un puente el ingeniero ha tenido que desarrollar unas competencias que no están en absoluto en contraposición al aprendizaje de contenidos determinados, sino que los incluyen necesariamente: sin aprender determinados contenidos de la matemática le es imposible definir la estática necesaria para que el puente no se caiga, o para que el edificio no se derrumbe en el caso de un arquitecto.

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Un ingeniero debe mantener el espíritu abierto a la búsqueda de nuevas soluciones, pero estas soluciones no serán nuevas, ni serán posibles si no se parte de las soluciones ya conocidas. Es sabido que para poder aprender nuevas lenguas es necesario manejar al menos una a la que se ha accedido en la infancia. Algunos atribuyen a Bernardo de Claraval, aunque sea discutida la atribución, que las nuevas generaciones pueden ver más lejos que las anteriores solo porque se asientan sobre sus hombros.

Es absurdo querer superar algunas exageraciones de la memorística negándole a la memoria todo derecho en la enseñanza, al igual que es una idiotez querer superar los contenidos dogmáticos negando la necesidad de su conocimiento: la crítica de los contenidos y de la tendencia a sacralizarlos solo es posible a partir del conocimiento de los mismos. Sustituir la dictadura de los contenidos por la dictadura del método por el método es asumir que no existen fines, ni verdad alguna, sino solo la voluntad de su búsqueda, que solo existen caminos y ninguna meta. Si esto es así, ¿qué significa la reclamación del lehendakari Urkullu de transmitir a los jóvenes valores y principios? El método por el método, aprender a aprender sin adquirir contenidos es renunciar radicalmente a la idea de verdad, a la idea de equidad, a la idea de bien común.

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¿Es la escuela el lugar en EL que las nuevas generaciones aprenden a vivir y a ser, o lo son más bien las múltiples redes sociales en las que viven inmersos y que median la vida y el ser como mero espectáculo? Si cada vez la escuela tiene más dificultades para educar, y además renuncia a enseñar, pobre servicio estaremos prestando a esas generaciones, máxime si predicamos que los valores recogidos en las constituciones democráticas y articuladas en leyes no merecen nuestro respeto y podemos vivir y ser como si no tuvieran validez alguna para nosotros.

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