Extranjeros a nosotros mismos

También sirve para el título esta otra idea del arqueólogo e historiador inglés, profesor en Stanford, California, Ian Morris, quien -¿Por qué Occidente reina, de momento?- añade a los tradicionales cuatro jinetes del Apocalipsis un quinto: las migraciones, pues este jinete acompaña a la humanidad desde sus propios inicios, y pone en jaque las sociedades territoriales establecidas, las levanta de sus goznes y las coloca en trance de transformación o de desintegración.

Las dos frases que podían haber sido titulares consideran las migraciones desde dos perspectivas distintas, aunque complementarias. Julia Kristeva se acerca al fenómeno desde una afirmación que no debiéramos olvidar precisamente en estos momentos: que el ser humano se es un extranjero a sí mismo, que no le es necesario migrar, abandonar su país de origen, para hacer la experiencia de sentirse extranjero, sino que, si mira bien en su interior, él se es a sí mismo el mayor extranjero.

La perspectiva de Ian Morris es profundamente negativa: la migración, las migraciones son un mal, son un peligro como lo son lo que designan los otros cuatro jinetes del apocalipsis, victoria, guerra, hambre, muerte. A estos males asemeja Morris las migraciones. Ponen en peligro las sociedades humanas establecidas, las soliviantan. Quizá se entienda mejor esta idea del mal que supuestamente significan las migraciones recurriendo a una idea que pone de manifiesto una de las figuras de Henning Mankell en su novela Zapatos italianos: Existe aquí un sistema de muros invisibles que no cesa de crecer, que separa a la gente, que hace crecer las distancias. Desde fuera puede parecer lo contrario. Si te sientas en un metro de Estocolmo y vas a lo suburbios, verás que la distancia en kilómetros no es muy larga, pero, en realidad, es gigantesca. Y decir que se trata de otro mundo es un absurdo. Es el mismo mundo, pero cada estación que te aleja del centro constituye otro muro. Finalmente, cuando alcanzas lo más profundo de la periferia, puedes elegir entre ver la verdad o no verla.

-¿Cuál es la verdad?

-Que lo que tú crees que es el margen último es, en realidad, el centro que está recreando Suecia poco a poco. Muy despacio, el eje se disloca, dentro y fuera, cerca y lejos, centro y periferia cambian de lugar

Es tentador considerar esta reflexión de la figura de Mankell como una vía de mediación entre la idea de Kristeva de que el hombre se es a sí mismo un extranjero, y la idea de Morris de que las migraciones son un mal apocalíptico. Por un lado socializa la idea de Kristeva, pues no es el hombre como individuo aislado el que se es extraño a sí mismo, sino cada sociedad, pues todas ellas terminan levantando muros que hacen de algunos de sus propios habitantes extranjeros en su propia sociedad. Y por otro lado, la capacidad de gestión de estos extranjeros propios creados por las mismas sociedades que los extranjeriza, es un laboratorio para saber si esas sociedades van a ser capaces de acoger e integrar a los extranjeros que inmigran a ellas.

Las migraciones son constitutivas de la historia humana. Sólo es cuestión de distancia temporal, pero todos somos venidos de algún otro lugar, bien lejano en general: desde las regiones fronterizas entre el sur de Etiopía y el norte de Kenia hasta los límites del mundo conocido. Las migraciones han creado nuevos paises, nuevas sociedades, nuevos Estados. Y las migraciones han transformado profundamente las sociedades que no han destruido. Las migraciones enriquecen a las sociedades a las que llegan y crean problemas serios en ellas, y no pocas veces entre los antiguos extranjeros de esas sociedades, los creados en su interior por ellas mismas, y los nuevos extranjeros llegados de fuera.

Cada ser humano tiene que gestionar su relación con el extranjero que lleva en su interior. Normalmente lo hace por vía de negación: lo oprime en su interior y procura que no aparezca. Pero muchas veces la misma opresión exige una mínima negociación: hay que abrirle algunas espitas para que no nos explote en el interior. La normalidad de nuestras vidas no consiste en otra cosa que en esta negociación interminable. En su dimensión social sucede lo mismo; no basta ni la ocultación radical de los extranjeros de propia creación, ni su opresión que nunca puede llegar a ser total. Es precisa una negociación permanente que busque su integración.

Las migraciones pueden ayudar a esa negociación recordándonos nuestro ser extranjeros a nosotros mismos. Pero puede también echar por la borda todos los esfuerzos de negociación para la inclusión de los extranjeros que creamos en nuestras propias sociedades, pues puede provocar el afloramiento del miedo al extranjero que llevamos dentro y que nos cuestiona permanentemente en nuestra normalidad.

Las noticias, especialmente las gráficas, pueden hacer surgir en las personas de bien la idea de que puesto que se trata de personas, de niños y mujeres, sólo se les puede corresponder con buenos sentimientos, con pureza de conciencia, con buena voluntad. Pero lo que realmente hace falta es la capacidad política de regular adecuadamente estas situaciones teniendo en cuenta todas las ideas citadas: que todos llevamos a un extranjero en nuestro interior, que las migraciones acompañan a la humanidad desde sus inicios, que pueden enriquecer a las sociedades, que éstas crean siempre extranjeros en su interior, y que, sin regulación administrativa, las migraciones pueden ser realmente el quinto jinete del apocalipsis.