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Asturias y su cueva hiperbólica

Asturias y su cueva hiperbólica

Para llegar a la aldea de Cuevas del Agua, en Ribadesella, hay que conducir entre estalacmitas por una gruta natural de 300 metros de longitud.

Luis López

Jueves, 1 de diciembre 2016, 17:59

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En el oriente de Asturias el agua ha trabajado durante millones de años para construir caprichos fantásticos. Están los Bufones de Pria, en Llanes, que cuando el mar bate violento forman géiseres imponentes; está la cueva de Tito Bustillo y todo el conjunto de cavernas del que forma parte en uno de los entornos karsticos más espectaculares de Europa; está la playa de Gulpiyuri, que viene a ser un agujerito con mar y arena en medio de un prado verde en el pueblo de Naves; están, en las montañas próximas que se despeñan hasta el Cantábrico, miles de oquedades que dan acceso a un mundo subterráneo desconocido y misterioso.

Y está, también, Cuevas del Agua. El encanto de esta aldea, a siete kilómetros de Ribadesella, no son tanto los bonitos y bien conservados hórreos y la placidez rural del entorno, que también, sino su acceso. Se llega por la Cuevona. No por un túnel excavado en la montaña, sino por una gruta natural con sus estalacmitas y todo. Y sí, por su interior se transita en coche. Es una sensación extraña rodar durante trescientos metros por un entorno más apropiado para la espeleología que para la conducción.

Lo primero es recordar que Asturias es un sitio dado a las denominaciones hiperbólicas. A esto se le llama grandonismo. En Gijón, por ejemplo, la escalera principal que da acceso a la playa de San Lorenzo es la Escalerona; el campo de fútbol local, El Molinón; la iglesia de los Jesuitas, la Iglesiona. Así todo. De manera que la gran cueva que da acceso al remoto enclave de Ribadesella que ahora nos ocupa no podía llamarse otra cosa que la Cuevona. Y la verdad es que se merece haber sido bautizado de ese modo.

Se llega por una carretera enrevesada y curvilínea que atraviesa campos y bosques. Buena parte de su recorrido discurre casi a oscuras bajo una densa cúpula vegetal porque los castaños, a ambos lados, juntan sus copas sobre la vía casi siempre húmeda. También dejan caer sus hojas y sus frutos sobre la calzada, de modo que ahora, en muchos tramos, el asfalto está alfombrado por una lámina de erizos machacados.

Al final se llega a la Cuevona. La montaña se abre en una grieta enorme que engulle a la carretera, y su interior está iluminado por focos que emiten una luz anaranjada. Lo mejor es cruzar la gruta sin ensimismarse demasiado y aparcar al otro lado, en un pequeño estacionamiento situado junto al punto del que salen varias rutas para hacer caminatas. Entonces, hay que coger una linterna y retroceder a pie para disfrutar de semejante excentricidad natural.

Dentro de la Cuevona el sonido del agua rebota en ese eco subterráneo tan característico. El arroyuelo que durante milenios ha creado este templo discurre, manso y encajonado, paralelo al asfalto. Como acompañamiento, el tac-tac de las gotas que se desprenden del techo en varios puntos y que han esculpido estalacmitas fantasmagóricas. Hay formaciones caprichosas que los lugareños han bautizado con nombres temibles como 'la lengua del diablo', o piadosos como 'las barbas de Santiago'. En los 300 metros de longitud se suceden recovecos intrincados bajo bóvedas oscuras donde, a veces, hay murciélagos. Huele a húmedo y a musgo. Y cuando parece que uno está perdido en un lugar lejano en el centro de la tierra, pasa un coche.

Después de visitar la Cuevona se puede hacer la ruta de los molinos, de diez kilómetros, que arranca en la misma boca de esta gruta. O seguir explorando por la zona el mundo subterráneo creado por los ríos de agua fría, que corren por el interior de Asturias como si fuesen su sangre. En los montes, tras cualquier roca, puede abrirse una pequeña rendija que de acceso a galerías pasmosas, con columnas altísimas y espacios inmensos. Algunos pastores conocen estos secretos, pero se los callan porque dicen que en cuanto se enteran los políticos cierran los accesos con portones metálicos. Ya se pueden ver bastantes si se suben montes por la zona.

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