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Las calas de Es Caló, en Formentera.
La pequeña gran isla

La pequeña gran isla

Formentera tiene todo lo que se puede soñar: playas de arena blanca, aguas cristalinas, atardeceres impresionantes, chiringuitos fascinantes y mojitos para disfrutar con vistas a espectaculares acantilados

luis gómez

Sábado, 9 de julio 2016, 00:29

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Formentera es un valor seguro que cotiza permanentemente al alza. Un paraíso cercano pero caro, muy caro, y repleto, como siempre, de turistas italianos. En la isla de las higueras y lagartijas, reptil endémico de las Pitiusas que se ha convertido en su símbolo, hay cosas que, afortunadamente, no cambian. Es el reino 'pihippie' donde la discreción convive de forma armónica con el espíritu más rústico.

Ses Illetes... Sólo para los madrugadores

La menor de las islas Pitiusas posee arenales inmensos de fina y blanquísima arena y aguas cristalinas gracias al efecto de la posidonia, una planta acuática que tiñe de azul turquesa unas aguas que este año andan algo más revueltas que de costumbre y con las indeseables medusas pegando buenos sustos. Migjorn, con cinco kilómetros de longitud, es una playa de ensueño y las calas de Es Caló son difíciles de olvidar desde que se pone el pie por primeras vez en ellas. Protegida entre rocas, la singularidad de Caló des Morts, a unos pocos metros, radica en las casetas varadero, construcciones tradicionales hechas de madera donde los pescadores guardaban sus barcas y que están declaradas de protección histórica.

Sin embargo, el viaje a Formentera queda incompleto si uno pasa de largo del parque natural de ses Salines. Allí se encuentran la playa de Llevant, paraíso para nudistas y textiles, y, por supuesto, Ses Illetes, arenales de postal que han revalidado la condición de mejor playa de España y la séptima del mundo. Dentro de la política de preservación del medio ambiente auspiciada por el Consell Insular, acceder a estos rincones paradisiacos exige paciencia, buenas caminatas y madrugones. Pagar 5 euros para acceder a ellos en coche, ya no garantiza una plaza de aparcamiento a tiro de piedra. A mediados del pasado junio, zambullirse en estas aguas ya requería aguantar esperas cercanas a los diez minutos antes de pagar los tiques a los vigilantes del parque, caminar otros veinte con la solana azotando de lo lindo y, claro, pegarse buenos madrugones. Nadie dijo que la vida en los paraísos fuese fácil, tan cercanos, tan inaccesibles a veces.

Chiringuitos con el rey del porno

Un verano no lo es sin un buen chiringuito a mano. En Formentera abundan y casi todos son de quitar el hipo. Con espectaculares vistas, casi todos empiezan a trabajar a primeras horas de la mañana y bajan la persiana a la luz de la luna. El Flipper&Chiller (kilómetro 11, Migjorn) es un multiusos que funciona como restaurante chill-out y cumple este año su décimo aniversario. Lo tiene todo: pescados frescos, arroces, carnes, ensaladas y, por supuesto, la consabida salsa alioli... Casi todo el mundo que cae por el Flipper espera encontrarse con Nacho Vidal, el rey del porno y socio del local. A veces se le puede ver hincando el diente. Además de entregarse al buen yantar y tomar una copa, con música electrónica de fondo, en la azotea se puede recibir un masaje. Los da Inma, la hermana de Nacho. Un lujo. El Blue Bar (carretera de Sant Ferran-La Mola, kilómetro 7,9; playa de Migjorn) es otro clásico para presenciar impresionantes puestas de sol combinadas con cócteles sorprendentes. Pero, para clásico, el Pirata Bus (playa de Migjorn, kilómetro 11).

Con 44 años, este viejo autobús de línea reconvertido en chiringuito de madera por orden municipal lleva más kilómetros que nadie y, verano tras verano, es el lugar al que todo el mundo se acerca al atardecer en busca de los mojitos más deseados con el ánimo de resucitar el espíritu hippy de antaño, hoy de lo más pijo. De ahí lo de 'pihippie'. En Llevant, el Tanga se lleva la palma. No esperen lujos de ninguna clase, pero son unos maestros en el arte de preparar paellas, calderetas de langosta y lubinas a la plancha. Es habitual ver por allí al dueño de la cadena Pachá, Ricardo Urgell y a hordas de rusos.

Aire vintage con Jodorowsky y Starck

Formentera es lo que es gracias a sus playas, pero no se puede ir uno de la isla sin visitar su pueblo más bonito: Sant Francesc. Está plagado de locales con encanto. Lidera el ranking la Fonda Platé (Jaume I, 1), muy característica por su terraza, cubierta de un emparrado que proporciona un fresquito de agradecer en las noches más calurosas. Sirven zumos naturales, ensaladas, sándwiches, hierbas ibicencas y, también, platos de presa ibérica memorables. Es posible dar en alguna de las mesas de su terraza con Alejandro Jodorowsky, el enigmático director de cine y escritor francés, habitual de la isla desde que se animó a alquilar hace años una casa para las vacaciones. La Fonda Platé, fundada en los años cincuenta, recuerda a los cafés y bares de pueblo de toda la vida. Es también uno de los sitios preferidos de Philippe Starck y de la guapísima Christina Rosenvinge (la que cantaba aquello de 'Chas y aparezco a tu lado'), blanca como la porcelana. La Fondé la fundó él lugareño Juan Ferrer Castelló, un hombre que se pasó su infancia descalzo y preparaba brazos de gitano cuando el magnate Aristóteles Onassis atracaba su yate en Formentera acompañado de los entonces príncipes de Mónaco, Rainiero y Grace Kelly.

Cerca está Vintage Formentera, una tienda que invita a entrar. El aire retro alcanza a todo el género, con el algodón como rey indiscutible: pantalones cortos, suéteres, camisas, gorros y vestidos largos imprescindibles para las fiestas 'flower power' que tanto se estilan en Es Pujols. De aire romántico, es como revolver en los cajones de las casas de las abuelas y descubrir maravillosas colchas de boutí, collares, pulseras y anillos expuestos en unas cestitas muy coquetas. A juego con el ambiente de la isla: calentito y retro.

Pedalear entre faros y molinos

Lo descubrimos en la película más deslumbrante de Julio Medem. 'Lucía y el sexo' no sólo catapultó a Paz Vega, sino que reveló uno de los mayores placeres de esta diminuta isla, sólo 19 kilómetros separan el puerto de La Sabina del alto de La Mola. Formentera anima a pedalear entre caminos pedregosos, molinos de viento, que recuerdan al visitante su pasado agrícola, dunas salvajes y, por supuesto, faros. El más popular es el de Cap de Barbaria, incrustado en un paisaje lunar, solitario, árido y coronado por una construcción que se levanta en medio de la nada. La sensación siempre es la misma. No se sabe qué es más bonito, si el faro o el camino que nos lleva a él. La reacción siempre es la misma cuando se llega a última hora de la tarde. Mucha gente se concentra junto a este faro para despedir al sol y aplaudirle cuando se esconde en el horizonte entre tonos rojizos, dorados y púrpuras. Un espectáculo gratuito que se repite cada día.

No se queda atrás el faro de la Mola. En la parte más alta de la isla se palpa la soledad, reconocen los más melancólicos, junto a un acantilado impresionante. Conviene tomar precauciones, porque no es broma el riesgo en que incurren muchos turistas. Advertidos quedan. Cuentan que cada año han de rescatar a más de uno que bajó por las rocas y luego no pudo subir. La atracción del abismo. Tampoco hagan demasiado caso a quienes juran y perjuran que Julio Verne se inspiró en La Mola para escribir una escena de 'Viajes y aventuras a través del mundo solar' (1877), por mucho que haya un busto del escritor junto al faro. Verne nunca estuvo allí. Lo que sí brilla desde hace mucho tiempo es, cómo no, Codice Luna, el chiringuito donde se ve a la luna saliendo del mar y donde dicen que se respira «el aire de Formentera» y se escucha la mejor música. Además ofrece la posibilidad de degustar sabrosos bocadillos de salmón y disfrutar del mojito 'frozen' acompañado de maderitas de jamón serrano o una fresca bruschetta de tomate repanchigado en relajantes sofás.

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