Entrada a Setares.

Setares, el pueblo fantasma

Paseo por este desconocido rincón cercano a Castro que hasta el año 1900, con el auge de la minería del hierro, llegó a tener 1.500 habitantes

Iñigo Muñoyerro

Viernes, 10 de abril 2015, 18:01

Monte arriba, sobre la A-8 que cruza Ontón, en uncollado entre los picos Helguera y Peredillo, la vegetación oculta las ruinas de Setares. Un pueblo la Junta de Otañes que prosperó a inicios del siglo XX con la explotación de los depósitos de hierro que llevan su nombre.

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El padrón del año 1.900 le atribuye casi 1.500 habitantes. Pero a mediados de siglo comenzó el declive. La empresa empezó a despedir personal en 1963 y cerró en 1965. El poblado, que por entonces se había reducido a 200 habitantes, comenzó a vaciarse. Cuentan vecinos de Otañes hijos de mineros, que cuando la mina apagó las bombas todos se fueron, la mayoría a Bilbao. Un par de casas siguieron abiertas, pero no duraron. A finales de los 60 era ya un desierto castigado por las galernas y los vendavales

Setares es tan cercano como desconocido. Llegar al pueblo es una pequeña aventura al alcance de cualquiera. De la CA-523 que sube de Ontón a Otañes sale un ramal (derecha) que tras un kilómetro a pie entre eucaliptos nos deja en las ruinas.

Es mucho más divertido subir y bajar por Otañes. Por el antiguo camino que patearon a diario los picadores con sus mulos. La ruta es sencilla. De la plaza de Otañes baja un camino hasta el río Mioño. Cruza el puente y enlaza con la vía del viejo ferrocarril de Traslaviña, ahora vía verde y camino de Santiago (señales).

Caminaremos por el cajón (derecha) hasta el rellano y cruce de la fuente de los Vados (3,10 km). Enlazamos con la carretera a Baltezana. Tramo pendiente, pero tranquilo y de escaso tráfico. Pasa junto a un cargadero de mineral y sube. Desvío de Talledo. Pierde altura. Poco después sale un desvío (izquierda). Deja de lado una casa y se interna entre los eucaliptos. Un kilómetro después entramos en las ruinas (6,10 km).

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Setares tuvo más de 50 casas además de iglesia, aljibe con fuente, frontón, escuela, dispensario médico, cooperativa y cantina 'de suelo de madera', recuerda un viejo minero. Salvo el frontón y un muro de la iglesia que resisten el resto es ahora un amasijo de escombros que no llega a borrar el trazado geométrico de sus calles. Medran hiedras, zarzas y arbolillos.

Caminamos a paso tranquilo y dejamos volar la imaginación. Poco más se puede hacer. No hay recuerdos del viejo Setares. Ni letreros, ni señales. Nada. El muro del frontón sigue en pie. Y un detalle. El ayuntamiento de Otañes continúa podando los plataneros.

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El viento mece el argomal cerrado que cubre las explotaciones mineras. Y desde el final del pueblo hay una excepcional vista de los planos inclinados de Garcera, la cuesta de Pendigones, el lavadero de Baltezana y Ontón allá abajo. Es un sesteadero de caballos y ovejas, belvedere excepcional del Cantábrico.

Hora de volver. Detrás del frontón sale entre las argomas la vieja pista minera bacheada y llena de charcos. Desciende por la ladera entre los eucaliptos. Vamos siempre por el ramal principal. Pasa junto a una bocamina casi cegada y llega a una fuente protegida por robles y castaños. Atraviesa una amplia zona talada, llega a la vía verde, después al puente sobre el río y sube a Otañes (8,60 km). En la plaza hay un bar.

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Junto al ayuntamiento está el miliario de Domiciano (año 85 d. C.) hallado en 1914. Fue un hito en la vía romana entre Pisorica (Cercera de Pisuerga) y Flaviobriga (Castro Urdiales).

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