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Sergio Llamas'
Lunes, 27 de abril 2020, 18:48
El confinamiento ha vaciado sus orillas, pero la ría ya tiene quien la navegue. El 'gasolino' entre Barakaldo y Erandio ha vuelto a zarpar este lunes para ayudar a los trabajadores que se mantienen en activo a salvar ambas márgenes. Con todo, el pasaje dista mucho de alcanzar los 300 usuarios diarios que tenía antes de estallar la crisis sanitaria. «A primera hora de la mañana lo han utilizado en total diez personas, cuando lo normal era que para las diez ya se hubieran superado las 80», explica el responsable, Oscar Suárez. Él teme por el futuro de este servicio público con más de dos siglos de historia si no hay ningún apoyo institucional que ayude a mantenerlo en marcha. «Las expectativas eran buenas este año, pero se ha perdido todo. Nos vamos a la ruina», alerta.
Por el momento, el servicio funcionará en un horario especial de 5.30 a 9.30 horas, y de 13.00 a 15.00. Suárez, que lleva 28 años como botero, también barajaba ofrecer el transporte entre las 17.00 y las 19.00 horas, pero no está encontrando demanda que lo justifique. «El estado de ánimo que he visto ahora no es el mismo que hace mes y medio. La gente no sabía la que venía y nos ha pillado a todos como nos ha pillado», se duele este trabajador, al que la pandemia le ha tocado muy de cerca. Su madre se cuenta entre las miles de personas fallecidas con Covid-19.
En su primer día tras la vuelta al servicio, el botero ha atendido a varios trabajadores de la construcción y algunas personas que trabajan en la limpieza de edificios y portales. El gasolino les ayude a salvar la ría en tres minutos, en lugar de la media hora que supondría el rodeo del metro. «La clientela que tengo es fija desde hace muchos años y ya tiene confianza, pero hoy me ha faltado ver a mucha gente», relata Suárez, que de momento ha tenido que realizar un ERTE para el trabajador que le ayudaba a ofrecer el servicio.
Más allá de la pérdida de pasajeros diarios, también están las cancelaciones de reservas que tenía previstas los fines de semana. Entonces las despedidas de solteros, los cumpleaños y las excursiones de fin de semana por la ría, como las que se organizan para ver los fuegos artificiales en fiestas de Bilbao, ayudaban a sacar el año adelante. «A partir de abril se empezaba a trabajar bien los fines de semana. Pienso en todo lo que se ha perdido y no me lo puedo creer», lamenta.
Mantener el servicio, que cuenta con tres barcos de distintos tamaños, implica unos gastos fijos elevados. El año pasado ya sufrió pérdidas, por lo que en marzo había incrementado el precio del viaje de un euro, a 1,10. «Ahora pinta muy mal», zanja el botero, que también ha notado un cambio en el estado de ánimo de sus pasajeros de siempre.
Su principal esperanza, en estos momentos, sería contar con algún contrato de la Diputación o un apoyo de los ayuntamientos de Barakaldo o Erandio en forma de publicidad en el bote, u organizando en el futuro excursiones para grupos reducidos de escolares. «Hay que pagar seguros y revisiones. Pensando en las pérdidas, no creo que pueda manterlo mucho tiempo», advierte.
Este lunes Suárez ha notado la ría cambiada. «Antes desde las cinco y media de la mañana ya veía gente haciendo deporte, pescando o caminando por la ría. Ahora no hay nada de eso. Sólo los trabajadores de las viviendas que están levantando en Urban», detalla. En el agua, en cambio, sí hay mas actividad. «La ría está bastante limpia y se ve más vida que antes. Hay muchos patos que han criado», detalla.
Dentro del bote se mantienen las medidas de seguridad recomendadas. «Hay menos riesgo que en un vagón de metro. Ni en hora punta se juntan muchos pasajeros y el barco tiene tamaño suficiente para mantener la distancia: 12,20 metros», razona el botero. Además de guantes, Suárez dispone de gel para extremar las precauciones. «Los pasajeros que he visto venían todos bastante preparados con mascarillas y guantes», explica.
En los últimos días el responsable del histórico gasolino ha venido realizando varias tareas de mantenimiento para tener a punto el servicio. Además de arrancar las baterías y las bombas de achique de los botes, la pasada semana estuvo retirando el verdín de las escaleras de acceso. «De estar un mes y medio sin andar por ellas estaban llenas de barbas verdes», describe.
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