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Carlos Benito
Sábado, 22 de enero 2022, 16:40
Durante unos días, allá por mediados de diciembre, la obligación de mostrar el pasaporte covid en los bares se convirtió en uno de los temas ... de conversación más socorridos. Muchos hosteleros se preguntaban cómo iban a compatibilizar su nueva tarea con las de siempre y los parroquianos discurrían las maneras más cómodas y eficaces de llevar encima el certificado, desde usarlo como salvapantallas en el teléfono hasta imprimirlo y plastificarlo como si fuese una tarjeta. El gesto de encarar el móvil del camarero con el del cliente, para escanear el código QR de su documento, se volvió de pronto habitual. Pero después llegaron el pico de contagios, los apuros frente a la Navidad, la crisis de los tests de antígenos... y, en las últimas semanas, el pasaporte covid parece haber perdido su protagonismo en la lucha contra la pandemia: la norma se mantiene y lo siguen pidiendo en eventos culturales, en gimnasios y, con rigurosidad variable, en restaurantes, pero cada vez se ha vuelto más inusual que lo reclamen en los bares.
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Esta relajación coincide con decisiones como la del Gobierno cántabro, que ha suprimido el requisito del pasaporte por entender que se ha producido un cambio de paradigma y que «ya no cumple con el objetivo» de frenar los contagios y no está «suficientemente motivado» mantenerlo. Sí habría conseguido en su momento, según puntualiza el Ejecutivo de la comunidad vecina, el «efecto motivador» de empujar a más gente a vacunarse. En Euskadi habría ocurrido lo mismo, ya que el Gobierno vasco atribuye a esta medida buena parte de las casi 30.000 vacunaciones de rezagados que se produjeron en las últimas semanas del año pasado. Muchos hosteleros vizcaínos consideran que el pasaporte ya ha hecho su 'trabajo' y que en las circunstancias actuales, cuando la variante ómicron ha multiplicado los contagios también entre los vacunados, carece de sentido perpetuar una exigencia de la que buena parte del sector ya discrepó en su momento.
«Nosotros estamos en un barrio y tenemos una clientela más o menos fija, así que lo pedimos los primeros días y, como ya sé que lo tienen, no se lo volvemos a pedir. Sí se lo reclamo ocasionalmente a quien no conozco, pero es cierto que cada vez se está pidiendo menos, porque para mí no tiene ningún sentido», explica el propietario de un bar de La Peña. Como es lógico, no resulta fácil estimar el grado de incumplimiento de la norma, más alla de sentarse en locales hosteleros a comprobar cuántas veces se exige el pasaporte o consultar a los propios taberneros bajo la condición del anonimato: «Nosotros no pedimos pasaporte a casi nadie, porque nuestro público es siempre el mismo y porque, la verdad, cuando hay mucha gente resulta prácticamente imposible cumplir el protocolo. Y, ya puestos, porque con este rosario de cambios normativos ya estamos hartos de seguir los dictados de unos políticos que no saben qué hacer e incurren en una contradicción tras otra. Comenzamos pidiendo el pasaporte, pero ahora mismo solo lo hacemos ocasionalmente. Me da a mí que, hoy, exhibir el pasaporte covid apenas garantiza nada», argumenta con vehemencia un hostelero de la margen derecha.
Los profesionales hacen hincapié en la carga añadida de trabajo que implica el chequeo de los certificados de cuadrillas enteras (cuando, además, la inmensa mayoría de las comprobaciones acaban en visto bueno) y también en argumentos más de fondo contra esta «labor fiscalizadora», para la que muchos no se sienten legitimados. De hecho, no faltan los hosteleros que optaron desde el principio por una desobediencia civil llevada de manera discreta: «Aquí no lo hemos pedido en ningún momento, porque lo de la vocación policial ya ha llegado cerca del límite. Pusimos el cartel obligatorio en la entrada y nos hemos limitado a informar a la clientela sobre la obligatoriedad de llevarlo encima, pero no lo hemos verificado. Sí que somos estrictos con las medidas de restricción de aforo, de estar sentados para consumir y de dejar una distancia lógica entre grupos. Recordamos a la gente el tema de llevar la mascarilla para moverse por el local... Total, una pelea constante», suspira un hostelero del centro de Bilbao.
En la Asociación de Hostelería de Bizkaia no entran a valorar esta progresiva desatención al pasaporte covid: «Las normas están para cumplirlas, nos gusten o no», zanja el gerente de la entidad, Héctor Sánchez, que sí añade que «quizá haya llegado el momento de valorar si procede mantener esta medida o no, porque cada medida tiene un contexto y las situaciones van cambiando de manera repentina, pero eso no nos corresponde tampoco decidirlo a nosotros». En principio, las restricciones actuales mantienen su vigencia hasta el día 28 de este mes y el Gobierno vasco tendrá que analizar el momento actual de la pandemia para decidir cuáles prorroga y cuáles cancela. «El pasaporte covid es una medida que, como todas las que son limitativas o restrictivas, a nadie le gusta tener -analiza Sánchez-. Pudo ser positiva en la medida que servía para evitar mayores restricciones: cuando se implantó, los aforos estaban al 100%, se podía consumir en barra, no había limitaciones de horario... Pero esas restricciones acabaron llegando».
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