Otxarkoaga, según sus vecinos
Solange Vázquez y Eva Molano
Domingo, 5 de junio 2022, 01:17
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Abel Charcán Ruiz | 76 años
«Me da pena que se haya vuelto un barrio de viejos»
«De mi barrio me gusta todo. He estado aquí toda la vida. Es un sitio en el que puedes vivir tranquilo y te codeas ... con gente a la que conoces desde siempre», asegura Abel Charcán, de 76 años, que ha militado en casi todas las asociaciones de Otxarkoaga. Fundó la primera comparsa, Abesbatza, y la de AixeBerri. Incluso, en la época del alcalde Gorordo, fue consejero de la sociedad Viviendas Municipales, que tiene 1.200 pisos en el barrio. Presidió la asociación de comerciantes durante 13 años. Y forma parte del coro, que el año que viene cumplirá seis décadas.
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Charcán es un enamorado de Otxarkoaga. Nació en Burgos capital, pero se trasladó con sus padres a Txurdinaga cuando tenía 6 años y después a una casa de Ciudad Jardín. Se la derribaron y les enviaron a los pisos de alquiler que acababan de construirse. Desde muy joven empezó a militar en agrupaciones culturales. En aquellas calles aún sin colmatar, entonces repletas de jóvenes, conoció a su mujer, que nació en Galicia y vivió en una chabola de Vía Vieja de Lezama. Se casaron en la iglesia que hoy ocupa el centro de artes escénicas Harrobia.
En el barrio tuvo durante 35 años un taller de ebanistería que llegó a ocupar cinco lonjas. Los años ochenta, recuerda, fueron devastadores. «Más de 200 familias perdieron al menos un hijo», dice. Pero apunta que la mala fama de Otxarkoaga se debió a la dejadez del Ayuntamiento, que en los pisos sociales «metió a mucha gente que no tenía que haber metido». Hoy echa en falta a toda aquella juventud que llenaba las calles de alegría y de futuro. «En la comparsa llegamos a tener a cuatrocientos. Pero Otxarkoaga se ha convertido en un barrio de viejos, de gente jubilada, y me da pena. Me gustaría que dieran facilidades a parejas jóvenes para que se instalaran aquí y que se rehabilitaran las lonjas. Antes había más de doscientos comercios, ahora no queda ni la mitad». E. M.
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Marina Montero | 69 años
«Siempre nos ayudamos los unos a los otros»
«Vivo aquí porque me siento muy querida. Nos ayudamos entre nosotros, es como si fuéramos una familia». Marina Montero, que forma parte del grupo de teatro comunitario Aullidos de Otxar, tiene 69 años y se trasladó desde una 'casita' en Irusta a Otxarkoaga cuando hicieron los primeros bloques. Aún le brillan los ojos de emoción cuando recuerda la primera vez que vio el piso en el que después se crio, un segundo del portal 48 del bloque 7.
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«Para mí, trasladarnos a Otxarkoaga fue un sueño, como el cuento de la Cenicienta. El piso, que tiene 48 metros cuadrados, me pareció grandísimo. Había agua corriente en el grifo, un baño grande, tres habitaciones y una terraza. Yo lo recuerdo todo bonito». El vecindario lucharía después por mejoras. «El urbanismo estaba sin hacer, pero yo venía de vivir en una cuesta y en aquella época me pareció precioso». Tras trabajar muchos años en el sector de la confección, abrió un negocio de dietética y nutrición en el barrio. Allí fue testigo de uno de los peores momentos: los años ochenta. «Fueron muy duros para muchas familias que perdieron hijos por la droga. No estábamos preparados. Salimos adelante sufriendo mucho. La gente venía al herbolario a por una infusión o pastillas para quitar el dolor. Pero el dolor de verdad había que sacarlo de dentro, hablarlo».
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José García | 17 años
«Pasan menos cosas que en el centro de Bilbao»
José García Jiménez, de 17 años y estudiante de Mecánica, se congratula de «ser de 'Otxar'». Se cuenta entre los nietos de los primeros habitantes del barrio, la tercera generación. Su abuela se mudó allí con su padre desde una chabola en Los Caños, en Bolueta. Sigue viviendo en el mismo piso que le alquilaron hace justo 61 años. Su padre también formó allí su familia. A José, que tiene otros dos hermanos, le encantaría poder «quedarse para siempre» en Otxarkoaga y montar un concesionario de coches. Le gusta el ambiente, su alma de pueblo: «Después del colegio, nos juntábamos 30 chavales del colegio Ramón y Cajal y nos pasábamos las tardes jugando al fútbol hasta las nueve», relata.
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Ahora juega en la categoría juvenil del Otxartabe, cuyo primer equipo aspira a subir a Segunda. «Mis padres me cuentan que el barrio ha mejorado mucho. Que antes eran todo cuestas de barro...». Pero sigue siendo el típico sitio en el que todo el mundo se conoce, en el que «los chavales subimos a ayudar con los enchufes a la señora de arriba». Cree que, durante años, la fama de Otxarkoaga ha sido «inmerecida». «Es un barrio seguro. Pasan más cosas en el centro de Bilbao que aquí». Eso sí, echa en falta más bares y comercios, por eso cree que es «un buen lugar» para abrir un negocio.
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Begoña Solís | 65 años
«En la 'pelu' aprendemos unas de otras»
Por Peluquería Begoña ha pasado medio Otxarkoaga... Lleva 48 años abierta y es lo más parecido a un observatorio social. Al final, cuando vamos a la 'pelu' y tenemos un mínimo de confianza, dejamos allí (además de un montoncito de pelos) muchas confidencias, penas, alegrías... «¡Altooo! Sobre todo bromas, ¿eh? Tristezas, pocas, que yo siempre he querido que mis clientas salgan guapas y contentas. A veces hasta me inventaba yo alguna historia por hacerlas reír», explica Bego. Pero, cuando le pides que cuente alguna... «Lo que se cuenta en la 'pelu' se queda en la 'pelu'», desliza. Y eso es como un secreto sacerdotal para ella.
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«Mi profesión es para mí mi vida -y, para demostrarlo, enseña un tatuaje en el antebrazo de unas tijeras y un peine-. Y a mis clientas... no sé como decirlo, pues que las quiero», resume. «Cuando me han visto mal, me han traído hasta comida. O han tenido detallitos en Navidad, igual un paquete de tabaco o una caja de pinzas cuando no había dinero. Señoras de 90 años cogían la escoba y se empeñaban en barrerme la 'pelu' por ayudar, ¿cómo no las vas a querer?», recuerda, emocionada de nuevo. «Aquí cada una es de un sitio: gallegas, andaluzas... Todas con su forma de hablar, con sus palabras. ¡Y hemos aprendido mucho unas de otras!».
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Álex Cortés Alonso | 22 años
«En el futuro querría seguir viviendo aquí»
Echemos cuentas. Álex tiene 22 años, luego nació en torno a 2000. Esto quiere decir que es tremendamente joven y que, por tanto, a él lo de los años duros de Otxarkoaga, con la droga vapuleando a las familias y mermando cuadrillas de amigos... pues que le suena bastante lejano, vamos. «Es que eso los jóvenes ya no lo hemos visto. Sabemos que pasó porque lo cuentan en casa, pero nada más», dice con educación extrema, casi como disculpándose.
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Sus palabras evidencian las ganas de pasar página sobre este asunto, que son comunes a todo el barrio. «Yo, de hecho, querría quedarme aquí a vivir», asegura Álex, que está a punto de terminar los estudios de Educación Social. Entre las razones que da se oyen palabras como solidaridad, integración, diversidad, identidad... Pero, detrás de todos estos grandes conceptos, lo que se esconde es una verdad simple: él se ha criado en 'Otxar' y ha sido feliz, no ve por qué tiene que dejar este lugar al que sus familiares -«tengo raíces gallegas, extremeñas y hasta cubanas»- llegaron hace décadas. «Hoy está tan bien porque ellos se lo curraron, las cosas no se hicieron solas -indica el joven-. Cuando mis familiares mayores me dicen que están orgullosos de mí porque he estudiado y eso, les digo que yo también lo estoy de ellos: ¡hicieron el barrio!».
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Irati Martín | 21 años
«El barrio es nuestra casa, hay confianza»
Irati es muy risueña, pero tirando a tímida. Por eso, cuando se le comentan algunas peculiaridades populares de Otxarkoaga, como la de vecinos y vecinas bajando a la calle en bata y zapatillas de casa -o, en la versión más fresca, solo en pijama-, se echa a reír y se tapa la cara. Le da un poquito de vergüenza (ella, desde luego, no tiene pinta de hacerlo)..., pero lo justifica bien. «El barrio es nuestra casa, hay confianza», comenta divertida. Ella es consciente de que hay cosas de 'Otxar' que quizá llamen la atención a los forasteros, como la costumbre de hablar de ventana a ventana, una herencia de otras épocas (premóvil y preWhatsApp) que aún permanece, pero recalca que la vida allí es «normal», no un documental de National Geographic.
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«Lo que sí veo diferente respecto a otros barrios es que aquí hay mucha unidad entre la gente, muchas personas dedicadas al voluntariado... Eso a los chavales nos ha servido de mucho. Y ahora también se vuelcan mucho en los niños», agradece la joven, estudiante de Anatomía Patológica. Las nuevas generaciones que salen de Otxarkoaga parecen llevar en su ADN el afán de ayudar para que nadie se quede atrás. Recordemos que son hijos y nietos de esos emigrantes luchadores que llenaron el barrio. «Claro, ahora nos toca a nosotros».
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Álvaro Pérez | 37 años
«Con cuatro duros montábamos lo que fuese»
Álvaro, que es concejal socialista, prefiere hablar de Otxarkoaga como vecino. Porque muchas de las cosas que le enamoran de su barrio son muy de andar por casa, nada que ver con planes sesudos, aunque han sido una buena escuela para sus pinitos en la política. Por ejemplo, las sanjuanadas de su niñez, que tanto añora. «Todos los chavales y chavalas nos pasábamos dos semanas amontonando maderas para hacerlas y pidiendo dinero para una chocolatada y una sardinada, era muy especial», recuerda. Y todos juntos la liaban parda y «con cuatro duros» montaban un fiestón. Eso se llama sacarle chispas al dinero, algo que aplicado a la política sería la bomba. ¿Quién ha dicho que la calle no es una buena escuela de concejales?
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Otro ejemplo que recuerda con nostalgia, también barato: «En fiestas del barrio, los mayores nos hacían una casa del terror con andamios y lonas, todo muy casero. Nos moríamos de la risa, porque entrabas y no recibías más que collejas. Es algo que los de mi edad recordamos mucho».
Estas cosas las pone como ejemplo de todo lo que se puede hacer «con poca pasta, pero mucha imaginación y la ayuda de voluntarios», una fórmula que en Otxarkoaga ha dado grandes frutos. «Cuando cuento estas cosas, la gente de fuera del barrio alucina».
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