Olentzero devuelve la magia a la Gran Vía de Bilbao
El tradicional desfile ha comenzado en el hotel Carlton y finaliza en El Arenal
Olentzero ya anda por aquí. Parece una obviedad, una de esas noticias que no tienen nada de noticia, pero últimamente pasan tantas cosas raras ... en el mundo que no está de más confirmar y reconfirmar una cuestión tan importante para la paz social: de hecho, uno tiene a veces la sensación de que los niños acuden a las cabalgatas precisamente para eso, para asegurarse de que los seres prodigiosos cumplen con sus obligaciones y no se van a saltar ese horario laboral (tan envidiable, digámoslo) que les obliga a trabajar duro una noche al año. Media hora antes de las seis de la tarde, ya estaban ahí todos los peques, ilusionados pero a la vez muy serios, plantados delante del Carlton para comprobar que Olentzero, Mari Domingi y los galtzagorris no se habían dado a la fuga con los regalos.
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Dentro del hotel, todo un lujo para un carbonero, Olentzero y Mari Domingi se preparaban para un baño de multitudes demorado por la pandemia. «¿Ha venido mucha gente?», preguntaba él, con los nervios sacudiéndole la barba. «Ellos y ellas tendrán ganas, pero Olentzero y yo estamos deseando salir a abrazar a todo el mundo», se estremecía ella. Los dos socios parecen muy unidos, incluso han estrenado traje nuevo a la vez. Fuera, los niños compartían esa impaciencia, aunque no faltaba algún escéptico que le daba vueltas a la mollera: el pequeño Danel, por ejemplo, estaba un poco mosqueado por sus encuentros recientes con Olentzero, que han tenido lugar en su colegio y en la propia casa del carbonero: «Yo creo que esos eran otra gente», susurra, a la vista de los auténticos. «Da igual. A mí Olentzero me gusta mucho, porque tiene muchos detalles».
–¿Qué le has pedido?
–Un 'Tyrannosaurus rex' de juguete, Chuchelandia, cromos del Mundial y una plastificadora.
–¿Y qué vas a plastificar?
–Cartas y a los amigos malos.
A las seis menos diez, salen Olentzero, Mari Domingi y Lamia a saludar desde la balconada del hotel, y los críos se vuelven moderadamente locos. A las seis menos cinco, se incorporan al grupo los galtzagorris, y es entonces cuando el frenesí se dispara: los duendecillos parecen una enloquecida horda punk, una fantasía lisérgica, una avería en el calibrado de color de la realidad. Con sus caras rosas, sus labios azules, sus orejas puntiagudas, su pelo multicolor y sus pantalones –claro– rojos, provocan el extraño efecto de que el mundo a su alrededor parezca súbitamente descolorido. Una niña, Irati, casi sufre un síncope de emoción al avistar al primer galtzagorri.
–¿Y qué has pedido tú?
–Un juguete y tres cosas que necesito: un vestido de Bella...
–¿Eso es el juguete?
–Nooo, eso es lo que necesito.
La kalejira de Olentzero, con su aire onírico y poético, sorprende a los padres y gusta a los niños. Sorprender a los niños ya es más difícil, porque a ellos les parece totalmente lógico que unos seres recorran el mundo a lomos de un pottoka y una oca gigantes. La novedad de este año eran las tres luciérnagas, Cirio, Candil y Farol, con sus bufandas de lana y sus abdómenes de bombilla. Por cierto que hace falta más entomología en Primaria, porque, por cada comentario que acertaba con la especie, había otro que las llamaba libélulas. Los espectadores de primera fila la gozaban con las correrías de los galtzagorris, que zigzagueaban, gesticulaban, hacían monerías y proponían nuevos modelos de conducta a los niños. Los de atrás tenían que conformarse con los protagonistas, tan elevados (Lamia, flotante en su estructura, y Olentzero y Mari Domingi, a lomos de sus prodigiosas monturas), y con el colosal Basajaun en triciclo, aunque este suscitaba algunas dudas.
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–Ese parece malo –decía un niño.
–No, hombre, es un personaje mitológico –le ilustraba su hermano mayor, que merece regalo especial.
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La comitiva ha avanzado hasta la plaza del Arriaga, donde ha sellado con las autoridades locales su compromiso de repartir los regalos. Los niños pueden irse a casa tranquilos, aunque siempre quedará el miedo de que Olentzero, llevado por el entusiasmo, decida continuar la fiesta y se le vaya el santo al cielo. Menos mal que el 24 por la mañana podremos pasar revista de nuevo en la recepción en el Teatro Arriaga.
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