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Bizkaia peregrina al santuario de las nieves
Decenas de cuadrillas y familias toman el parque natural de Urkiola para disfrutar de la belleza del invierno
Bizkaia es tan pequeña que en apenas 45 minutos se puede pasar de disfrutar de un paseo plácido por la orilla del mar a adentrarse ... en un paisaje alpino, con todos los árboles vestidos de novia y el suelo enmoquetado de blanco, como en un cuento nórdico. El santuario de Urkiola nunca defrauda a los amantes de la nieve cuando el frío aprieta y este sábado por la mañana, cientos de vizcaínos han enfilado el puerto para disfrutar de este paraje. Ya desde primera hora la capa era muy espesa y los copos caían sin cesar. Después ha parado un poquito y los muñecos de nieve, trineos, bicicletas e incluso esquís han vuelto a tomar las campas que rodean el templo, situado a más de 700 metros de altitud. A mediodía ya era casi imposible encontrar sitio para aparcar y el asfalto apenas se intuía. Las botas de monte se clavaban en el suelo esponjoso, dejando huellas de yeti. Las familias y cuadrillas se tiraban bolas de nieve o surcaban los senderos con atuendos de alta montaña. También había muchos perros felices que enterraban las patas en la precipitación espesa, llamando a sus colegas con ladridos de euforia.
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«Que disfruten los 'caninos'», decían Mikel Ahedo e Iker, de Fika y Loiu, con un «hijo cada uno»; un border collie y un husky, macho y hembra, enloquecidos en el lugar. Querían que correteasen para volver antes de que se «pusiese la cosa fea» y escogieron Urkiola «porque se puede aparcar, no hay que andar mucho y hay nieve asegurada». Algunas personas, como Isabela, una niña de 10 años que visitaba a su tío, el colombiano asentado en Mungia Juan Andrés Borques, la veía y la tocaba por primera vez. «Es muy chévere», decía mientras saltaba por las campas muy contenta. «Hemos venido a sacar fotos y a jugar, ahora haremos un muñeco entre todos». Iñaki Abad, vecino de Lekeitio, también disfrutaba con sus txikis, Lander y Gari, en un trineo. «También vamos a tirar unas bolas, porque les gusta mucho la nieve. Es la primera vez que venimos este año, pero la idea es estar unas horas y marchar a casa a comer», apuntaba en euskera.
En las inmediaciones trabaja Juan Antonio Cortés, el quitanieves del Ayuntamiento de Abadiño, acostumbrado a ayudar a domingueros en apuros. «Ahora ha dejado de nevar pero a la mañana ha caído una buena capa, aunque la semana pasada nevó bastante más. El fin de semana, esto se pone a tope. Ya he pasado por los aparcamientos dos veces para que la gente aparque. Ha habido un rato que han cerrado la subida en Mañaria», aseguraba. Y decía que el suyo es un trabajo bonito, en la naturaleza y al aire libre, aunque a veces también 'acojona' llevar ese gran cacharro, «que también se va con el hielo». Ibon reside en Gernika y su novia, de Durango, estaba trabajando, así que estaba pasando la mañana con los críos y Otto, un cachorro tekkel de dos meses que «está más a gusto que nadie. Es la primera vez que ve la nieve». Jon y Unai, dos hermanos bilbaínos de 18 y 15 años, habían llegado con sus padres, Arantza y Alberto. «Hemos traído bocatas y disfrutaremos de la mañana con trineo y palas», explicaban. A media tarde, les toca volver y pasar una tarde de chocolate y manta, decía la madre, que recordaba que la semana pasada fueron a Espinosa de los Monteros, en Burgos. «Era una pasada, había una gran capa de nieve. Te llegaba hasta aquí», recordaba, señalándose la rodilla.
José Antonio Lugo nació en Venezuela, llegó a España con 8 años y regresó a su país natal unos años más tarde. Allí conoció a su mujer, Virginia Benítez, con la que esta mañana disfrutaba de las blancas estampas que regalaba el santuario nevado. Residen en Zurbaranbarri, en Bilbao, pero en Maracay, de donde ambos proceden, el verano es perpetuo. «Yo siempre he ido allí en manga corta, nunca he tenido que usar chaqueta», apuntaba él. Su plan era pasear con la perrita, tomar un «chocolatito» y volver. «La nieve ya la hemos visto, pero siempre es novedad verla de nuevo. Y el clima ha colaborado con nosotros, cada vez hace más calor por acá», aseguraba ella.
«Lleva una semana haciendo mucho frío, ha nevado un poco en las cumbres, pero hay que salir de la ciudad para ver nieve», decía Bruno, que había llegado junto a Ixone desde Bilbao. «Se tarda media hora. Hemos aprovechado, y hemos venido a pasear, a hacernos unas fotos». En la cafetería del hotel santuario reinaba un ambiente familiar, mendizale, con cuadrillas que pedían café y pintxos de tortilla mientras los gorros de lana se secaban en la calefacción y sonaban canciones de Rosalía y de Quevedo que la verdad, no pegaban con el paisaje. Parecía el albergue de alguna estación de alta montaña extranjera, con los ventanales arrojando estampas blancas. «Me siento como Bárcenas cuando va a esquiar de permiso», se oyó decir a un joven. En el cercano refugio, mientras, algunos petirrojos esquivos, que pasaban menos desapercibidos que nunca, buscaban algo de calor. Beñat Zelaia, de 41 años, también estaba dentro con su mujer y su hijo Markel, de cuatro. «Les encanta venir. Vamos a pasar el día, intentaremos hacer un muñeco».
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