Las 3.000 gallinas de Iratxe
Tere Mazaga vivió sin derechos sobre su caserío a pesar de asumir la carga laboral. Iratxe ha heredado la pasión de su madre y hoy dirige una gran explotación de huevo ecológico
Cuando Tere Mazaga tenía siete años, en su casa le asignaron una tarea: llevar las vacas al monte a pastar. Lloviera, hiciera frío o calor, ... pasaba «allí arriba» varias horas «hasta que me llamaban». Con diez años ya araba la tierra con los animales enganchados a un yugo. A los doce recién cumplidos, bajaba en burro a Durango a repartir la leche y a los 16 tuvo que ir a servir a una casa. «Era completamente distinto, un trabajo mucho más curioso, me gustaba; pero mi abuela dijo que si yo no volvía, ella se marchaba. Eso significaba que la mitad del baserri se la quedaba el hijo soltero. Mi padre me lo contó y volví». De vuelta en el caserío Barrenengoa de Momoitio (Garai), Tere asumió labores aún más duras. Iba a los montes a talar y pelar pinos. Maquinar, dar la vuelta a la tierra para sembrar... «Los de ciudad no saben estas cosas», dice.
Conoció al que sería su marido un domingo de romería en Durango. Fueron novios varios años, a los 21 se casaron. Tres hijos, un chico y dos chicas. «Me saqué el carné de conducir. El marido no iba a las reuniones del colegio, así que iba yo, después de encargarme de la casa y las tareas del baserri. Él trabajaba en un taller de mecanizado. A los partidos de baloncesto de los críos ya no asistía. El fin de semana había que abastecer de hierba y leña secas el caserío para el invierno». Tenían gallinas, pollos, conejos, cabras, vacas, cerdos. De huerta, patata, maíz, tomates, alubia, remolacha y nabo para el ganado... «Sólo vendíamos leche, el resto era para nuestra subsistencia. ¿Cómo disfrutábamos? Nos juntábamos en casa con otras tres parejas más, organizábamos la comida y echábamos la partida. De vacaciones hemos ido al Mediterráneo alguna vez. Pero prefiero estar aquí, mirar los árboles, ver pájaros».
«En la ciudad solo se acuerdan de los agricultores cuando vienen al campo a pasear»
Cuidar de 3.000 gallinas
A sus 72 años, Tere, que superó un cáncer de mama a los 54, no ha perdido la costumbre de, entrada la noche, ponerse a embotar. Ella ha concebido siempre la labor en el caserío como una extensión de las tareas domésticas. Hablar de mujeres baserritarras en general supone obviar diferencias intergeneracionales importantes. Tere Mazaga forma parte de esas caseras ya mayores que han vivido sin derechos sobre el baserri y que, a consecuencia de la implantación del modelo industrial, asumieron en gran parte la carga asociada al mismo, poseedoras de saberes y conocimientos que van desapareciendo con ellas. Su hija Iratxe, que hoy tiene 44 años, forma parte de otro grupo, el que constituyen las jóvenes de reciente incorporación, con una mejor situación en algunos casos en cuanto a derechos sociales, titularidad, y que parcialmente recogen este legado. Iratxe regenta una granja de 3.000 gallinas para la producción de huevo ecológico en Garai, un proyecto exitoso que desde hace ocho años es «la ilusión de su vida» y que ha compatibilizado con la crianza de Udane y Paule, sus hijas. «No me importaría que siguiesen mis pasos», asegura.
Ella quiso orientar sus estudios hacia algo relacionado con el campo y, llegado el momento, se matriculó en FP Agropecuaria en la Escuela de Arkaute. Las prácticas las hizo en una granja lechera. Era la única mujer y tuvo que aguantar «bastantes reticencias». «Pero luego se dieron cuenta de que yo trabajaba como el que más. Incluso me contrataron». Estudió un módulo superior de medio ambiente y siguió desarrollando multitud de trabajos en todo lo que se puede hacer en el campo.
Llegó a la conclusión de que el caserío le daba para subsistir, pero no para vivir «dignamente», y se adentró en el sector ecológico. Venció mil dificultades, «algunas de donde menos me esperaba», pero la tierra, hoy por hoy, le da un sueldo. «En la ciudad solo se acuerdan de los baserritarras cuando vienen a pasear y se creen con derecho a decidir nuestro modo de vida», comenta. Tere, su madre, siempre le ha brindado un apoyo incondicional. «He oído a agricultores veteranos quejarse si notan olor a animales, no me lo explico», lamenta la mujer.
Un cónclave para pensar cómo mejorar la agricultura familiar
«Ocho de cada diez mujeres que viven en baserris trabajan en ellos y, de estas, el 68% lo hace sin cotizar en la Seguridad Social», apuntan en la Asociación para la Cooperación y el Desarrollo de los Pueblos Bizilur. Este y otros datos se pondrán sobre la mesa durante la VI Conferencia Global sobre Agricultura Familiar, que desde ayer se celebra en Derio. En el encuentro, que finaliza el viernes, organizaciones agrarias, cooperativas, gobiernos y organismos de todo el mundo debaten cómo mejorar las condiciones de la agricultura familiar, de la que tanto saben las mujeres baserritarras.
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