«Mi mujer me dejó y llevé droga para volver a Bilbao»
Joseba tomó la peor decisión de su vida cuando se separó de su mujer. Se quedó sin nada, vivía en Colombia y no tenía dinero ... para volver a Bilbao. Un día decidió aceptar la propuesta que le hicieron unas personas que acababa de conocer. El encargo parecía sencillo. Le dijeron que sólo tenía que facturar una maleta con cocaína, que ellos ya se habían encargado de sobornar a la Policía, y que ni siquiera tenía que recogerla al llegar a Madrid.
La sorpresa llegó cuando en el aeropuerto de Quito le abrieron la maleta. Llevaba un paquete de 15 kilos de cocaína al que le habían puesto pimienta para tratar de engañar a los perros y una cubierta para superar el escáner. Le encerraron. Los que le habían hecho el encargo desaparecieron. Nunca más volvió a saber de ellos.
Le impusieron una condena de 10 años de prisión. No tenía dinero ni para comprar jabón, así que empezó a realizar trabajos para otros presos. Apenas tenían una comida diaria de arroz y, «con suerte», un trozo de pollo que no era sino puro hueso. Dormía en el suelo en una pequeña celda con otras 8 personas. Perdió 15 kilos en 7 meses. Su familia le dio la espalda y, al principio, tampoco recibía apoyo del consulado.
Joseba cumplió 8 años antes de poder acceder al régimen de semilibertad. Hay personas a las que les han detenido con cientos de kilos de cocaína -e incluso por asesinatos- que consiguieron ese derecho apenas 5 años después. ¿Cómo se explica? «Porque a partir de los cinco kilos se considera tráfico internacional y las penas son similares. Pero lo que marca la diferencia es la corrupción entre la administración y los jueces. Si no les das dinero, retrasan o pierden los recursos», subraya.
Joseba tuvo que adaptarse a un nuevo mundo en el que mandan las mafias, que sobornan a los funcionarios. Los líderes de la prisión les exigían pagos periódicos. Como él no tenía nada que darles les pagaba con comida. Pero lo peor eran las «matanzas», las guerras entre bandas que se cobraban decenas de vidas. Y los últimos tres meses de condena, después de que militarizasen las cárceles, las pasó encerrado todos los días en la celda. No les permitían salir al patio.
Ahora, con 54 años, sufre artritis y tiene que firmar cada semana en la cárcel a la espera de recibir la libertad definitiva. No tiene ningún tipo de ayuda y dice que conseguir trabajo es «imposible». Se siente casi tan «abandonado a su suerte» como cuando entró en prisión por primera vez. Apenas tiene para subsistir, pero sueña con volver a Bilbao.
«Si tienes plata eres inocente, si no tienes nada eres culpable»
Mikel (nombre ficticio) es un vecino de una localidad costera vizcaína que tenía familia y una empresa de exportaciones en Ecuador. Un día, en uno de sus contenedores aparecieron unos 400 kilos de cocaína. Mikel jura que es inocente y que todo fue obra de un antiguo socio que falsificó sus firmas. Después, durante el proceso judicial me perdieron muchos de mis documentos. «La regla aquí es sencilla. Si tienes plata eres inocente. Si no tienes nada eres culpable», advierte.
Mikel fue condenado a 10 años de prisión. «La primera semana fue horrible», recuerda. Pero poco a poco empezó a hacerse a la idea de que tenía que sobrevivir allí.
En la cárcel de Ecuador todo depende del dinero y los que mandan son los propios presos. Dos cigarrillos cuestan 5 dólares. 400 gramos de queso, 40 dólares. Si no compras, «te pegan una paliza y te mandan a aislamiento». Se pueden conseguir armas y drogas con facilidad.
Mikel tenía recursos y él no estaba tan mal como Joseba. En su celda tenía hasta su propia cocina y todos le conocían como 'el vasco'. Pero un día se hartó de las extorsiones y se plantó ante los líderes del presidio. Les vino a decir que tenía recursos para actuar contra ellos fuera de los muros y aquellas palabras surtieron efecto. «Si no te haces respetar, te comen», subraya.
Mikel empezó a descontar los días. En la cárcel tenía móvil y podía ver hasta los partidos del Athletic. Pero hay escenas que no olvidará nunca: decapitaciones, mutilaciones... Incluso recuerda una batalla entre bandas en la que los presos comunes suplicaban a los funcionarios que les cerrasen la celda para que las bandas no les confundiesen con sus adversarios. Pero en lugar de hacerlo dejaron todas las puertas abiertas e incluso depositaron armas para que se matasen entre ellos. Tampoco olvida a los violadores que se convertían en religiosos entre rejas para acceder a determinados beneficios. Lo único que tenían que hacer era ir predicando por las celdas. «Cuando venían a la nuestra les echaba orina en la cara», confiesa.
Mikel accedió al régimen de semilibertad después de 5 años y 23 días. Se lo concedieron por motivos médicos, pero la razón de peso fueron los 23.000 euros en sobornos que se gastó. Ahora cuenta los días para que pueda salir del país y volver a Bizkaia para ver a su madre.
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