El primer transbordador que asombró al mundo
Hace unos 150 años que fue ideado el Puente Colgante, un desafío de la ingeniería al que siguieron más de una veintena, de los que solo otros siete siguen en pie
El Puente Colgante, o Puente Bizkaia, se levanta imponente desde hace más de 130 años, uniendo las márgenes de la ría del Nervión, conectado Getxo y Portugalete. Su grandiosidad, que cada año atrae a numerosos visitantes, siendo este uno de los principales reclamos del territorio, se ve a simple vista, pero también se encuentra en la historia que le precede. Y es que este desafío de la ingeniería, que se inauguró en 1893, se construyó en una época en la que las máquinas eran de vapor y no existía la luz eléctrica ni la soldadura. La estructura se dio forma a base de remaches, machacados con un martillo, tras hacer uno a uno los agujeros.
Fue el primer transbordador que existió en todo el mundo. Años después le siguieron otros más, con un mecanismo similar, llegando a existir casi una treintena, de los que hoy en día solo se mantienen ocho en pie. Todo ello lo recoge y lo cuenta en un libro Javier Goitia, quien durante 28 años ejerció como asesor técnico principal de la empresa que explota este icono de Bizkaia. En su obra 'Puentes transbordadores. El primero de una saga, Puente Bizkaia', presentado esta semana, pone en valor la gran hazaña que ideó el arquitecto vizcaíno Alberto de Palacio hace unos 150 años y que llevó a cabo desde la iniciativa privada, tras conocer al ingeniero e industrial francés Ferdinand Arnodin, quien había inventado unos nuevos cables estructurales. «Se hicieron amigos, le planteó la idea, crear una estructura metálica tan alta como para dejar paso a los barcos, y con una barquilla colgada en la que irían carruajes y personas, y se pusieron a hacerlo, aunque hubo mucha oposición al principio», relata Goitia, ya jubilado, señalando que se trata de «una obra muy meritoria que debería de enseñarse en las escuelas».
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Para llevar a cabo su construcción, «arriesgada y muy novedosa para la época», fueron necesarios tres años, debido principalmente al enorme tráfico que soportaba entonces la ría. «En esa zona Santurce casi no era nada, estaba todo más en Mamariga. En Portugalete se empezaban a hacer los chalets para los burgueses que tenían algunas empresas, y en Las Arenas casi solo había dunas y marismas. Pero la ría era un hervidero, subían y bajaban cada día unos 50 barcos, transportando mineral, y cada vez que pasaban había que parar la obra».
Todo un emblema desde hace más de un siglo, declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, que cuando más actividad tuvo fue en las décadas de los años sesenta, setenta y ochenta. «Ha llegado a mover diez millones de personas al año, lo que es toda la población de Portugal, y varios cientos de miles de coches», declara el autor de este libro (puede adquirirse en la tienda del transbordador), quien ya ha escrito otros cuatro más sobre el Puente Bizkaia, centrados en su ingeniería, en la actuación que se llevó a cabo en los años sesenta, que permitió llevar a miles de personas; en los arreglos de 2011 y otro en el que se recogen numerosas fotografías.
En esta obra además se repasan los otros siete transbordadores que siguen en pie, después de que el rápido avance de las técnicas y los materiales de construcción, y sobre todo el auge del desarrollo del automóvil, a mediados del siglo XX, hiciera desaparecer muchos de ellos. Tres están en Reino Unido, el de Newport, Warrington y Middlesbrough; dos en Alemania, el de Rendsburg y Osten-Hemmoor, uno en Francia, el de Rochefort-Martrou, y otro en Argentina, el de Avellaneda. Entre todos ellos están hermanados, para potenciar su singularidad.
La «ratonera» del subfluvial
Para quien fuera asesor técnico durante casi tres décadas en el que une Portugalete y Getxo, ninguno de ellos se puede comparar con el que abraza el Nervión. «Fue el primero, el más meritorio y es el más bonito y el único que ha funcionado casi siempre durante tanto tiempo, aplicando tecnología nueva sobre lo antiguo». Goitia reconoce que ahora, pese a que sigue siendo un elemento clave, «que da un servicio muy grande», se está convirtiendo más en un reclamo turístico, «gracias a lo que, por otra parte, puede sobrevivir la cuenta de resultados porque este puente se sufraga él solo, todas las obras que se hacen son carísimas y solo el año pasado se han llegado a gastar 400.000 euros en reparaciones».
El cambio de hábitos y el despliegue de otros medios de transporte le ha restado usuarios, lo que temen que también se deje sentir con el proyecto de túnel subfluvial, que conectará la Margen Derecha y la Izquierda bajo la ría. «Es una antigualla, es hacer una ratonera, algo que ya se presentó en los años setenta. En este momento es mejor una tecnología como el transbordador, de bajo impacto, y rediseñar el mundo para disminuir el tráfico. Yo soy ingeniero de obras públicas y hay que hacer actuaciones más sensatas», declara, apuntando que ya han visitado el Puente Colgante representantes de dos ciudades francesas, Nantes y Marsella, para volver a contar con un transbordador.